Capítulo 45: Ángeles y monstruos

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Brianna

Monstruos.

A diferencia de lo que la mayoría de los humanos quiere creer, los monstruos no suelen ser aquellos que están asociados con el horror o la ficción. No se ocultan en las sombras nocturnas, ni tienen escamas o una presencia aterradora. Los monstruos de la realidad, caminan entre nosotros; sienten, respiran, y como cualquier persona, a veces, incluso, pueden alimentarse de sus mismos miedos.

Mientras el miedo te paraliza, el horror te hace vivir la más intensa y cruda de las adrenalinas. Tu cerebro empieza a asimilar todo de forma distinta, volviéndote cada vez más humano, hasta que caes en una especie de bucle, donde te das cuenta de la gravedad de los hechos y cómo desde ese momento, las personas que creían conocerte, descubren tu verdad y comienzan a percibirte como lo que realmente eres, un monstruo.

Sí.

Lo supe en el momento en el que los ojos de Susan recorrieron mi rostro teñido de salpicaduras carmesí, para detenerse después en la sangrienta escena que se estaba desarrollando a mi alrededor.

Al contrario de lo que hubiese esperado de mí misma, no lloré ni me derrumbé en sollozos, cuando esta se acercó en mi dirección y me tomó del brazo, para empujarme lejos del cuerpo agonizante de la hermana Maria. Simplemente, me quedé quieta estática, con la mirada apuntando perdida y en un estado de shock.

Una muñeca maleable que se vio arrastrada hacia el vacío.

—Por fa-vor... —Mi garganta se cerró, mis palabras sonando tan cortadas como una súplica agonizante.

Mi corazón latía furiosamente contra mi pecho, mientras miles de escenarios se pasearon por mi cabeza como una secuencia sin fin.

—Respira, Brianna, Respira. —Aquella palabra me sacudió como un comando de seguridad o una orden, obligándome a hacer lo que me estaba pidiendo. Incluso yo misma, había estado repitiéndome aquello de forma incesante.

Respira...

Dando una exhalación vacilante, di unos pasos al frente. Mis pies se sintieron pegados al suelo, como si estuviesen enterrados entre miles de bloques del más grueso concreto. Ella pareció más preocupada por el ataque de pánico que estaba a punto de tener y como mi cuerpo se negaba a responder ante las órdenes de mi cerebro, para poner en marcha mis extremidades, que a aquel cuerpo agonizante a mi lado.

Escuché la voz de mi terapeuta cada vez más lejana, pero de algún modo, me las arreglé para ponerme en marcha.

—Vamos, Brianna, puedes hacerlo.

—Necesito... necesito salir de aquí. —En realidad no había dicho aquello para Susan, sino más bien para mí misma, para recordarme de que estaba viva y que tenía que escapar.

Solo que estaba presa del pánico, mi cuerpo no era más que el de una muñeca maleable, la cual no podía expresar emociones, ni palabras.

Ella sostuvo mis manos con detenimiento, sin importarle el estado de las mismas y eso hizo que mi cuerpo comenzara a sacudirse. Tal vez, aquella mujer pudo sentir la súplica silenciosa, escondida detrás de mi mirada de desesperación, ya que su agarre se afianzó en una de mis palmas y me condujo con firmeza hacia la salida.

—Todo estará bien, Brianna —dijo, sin atreverse mirarme. El tambaleo en cada una de sus palabras fue claro—. Ya lo verás—continuó.

No.

No lo estaría, porque ella iba a entregarme.

Yo iría a la cárcel, y ese sería mi destino final.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora