Capítulo 3: Impura tentación

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Alec

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Alec

—¿Ahora me explicaras por qué traes todas esas drogas, Brianna? —le pregunté, con las manos aún sobre su rostro.

Su labio inferior pareció temblar y lágrimas espesas cayeron por sus mejillas. Tuve la necesidad de quitarlas, por lo que retiré un par de estas con mi pulgar.

—Suéltame. —La escuché firme, su tono sonando más como una exigencia que como una petición.

La mano que sostenía su cara fue sacudida por un empujón de su mentón, haciendo que la alejara de mí.

—¿Por qué? Parece que te gusta —le comenté riendo.

—Porque estás invadiendo mi espacio personal, Alec.

«La gatita tiene garras».

Mi nombre de sus labios salió con un hilo de voz, dejándome lo suficientemente desconcertado como para que colocara sus manos sobre mis hombros y luego me empujara. Nunca se dirigía a mí, no de forma directa, por lo que la persecución anterior pareció haber movido alguna especie de fibra sensible en ella para que mostrara algo de su carácter real.

Sus pupilas estaban dilatadas, tenía el cabello revuelto y las mejillas sonrojadas. Su pecho se movía arriba y abajo, esperando obtener bocanadas de aire para lograr estabilizar su respiración. Me pregunté si una imagen similar era la que tenía durante el sexo. Cuando su alma se desprendía de su cuerpo al llegar al final luego de una brutal follada.

La pequeña Brianna estaba aterrorizada de que alguien la atrapara, pero para su desgracia se había encontrado con un cazador.

—Contesta. —Me arqueé un poco más, bajando mi cabeza cerca de la suya, eliminando así la distancia que se había creado entre nosotros—. ¿Por qué llevabas todas esas drogas en una bolsa? ¿Son para mi hermana?

—No —añadió, haciendo que buscara la mentira en su voz, aunque no encontré ninguna

—¿Entonces para quién?

—Para mí.

Cuando la vi en aquel salón de clases que funcionaba como taller, sentí sorpresa. Al principio fue la conmoción de sentirme observado y luego, ver su reflejo con mi vista periférica, al esconderse detrás de la puerta.

Si hubiera sido un poco más silenciosa, no la hubiese notado y aunque se movía como una sombra con voluntad, yo era intuitivo.

Durante mucho tiempo, Bri había hecho aquello, aunque se había detenido con la edad. Esconderse cerca de la ventana del taller que tenía en casa para observarme por horas. Una vez alcanzó la adolescencia, aquellos momentos habían disminuido con mayor frecuencia para convertirse solo en un remanente de nuestras memorias.

Por lo que no la esperaba esa noche o ninguna otra. Mucho menos la vaga confesión de que el contenido de la bolsa era para ella. El montón de ansiolíticos, pastillas para dormir y antidepresivos, ocultos en un plástico negro, revuelto en pleno suelo de un salón.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora