Brianna
Había hecho algo malo.
Algo horrible y peligrosamente malo.
Y ardería en el infierno por ello.
Por segunda ocasión, en esa mañana, ajusté el moño que utilizaba como corbata en el uniforme, procurando que cualquier marca de mi cuello estuviese bien cubierta, para que nadie fuera capaz de notar las marcas que Alec había dejado en él.
Había permanecido horas intentando tapar con maquillaje los tonos violetas y verdes que decoraban la base de mi garganta, como un recordatorio constante de que mis acciones ya no eran tan inocentes como todos pensaban, y no hablaba precisamente de lo que habíamos hecho los dos.
—¿Tuviste una cita ardiente con Edward Cullen? —La voz de Kristal logró sacarme de mis pensamientos, en el segundo en el que se detuvo en la puerta de mi habitación después de abrirla.
Una sonrisa forzada se posó en mis labios, cuando me giré para verla.
Últimamente se había convertido en casi un hábito que entrara sin tocar, por lo que no me sorprendí por su presencia.
—Los rubios no son mi tipo, no puedo decir lo mismo de ti —le respondí, tomando asiento en la orilla de mi colchón.
Todo estaba en orden conmigo; mi uniforme y cabello lucían perfectos, no había nada fuera de lugar conmigo, excepto de que ya no me sentía mucho como yo.
—¿Está todo en orden? ¿Es por qué verás a tu padre hoy? —Kristal frunció el ceño, luego cerró la puerta con un golpe seco y caminó para también tomar asiento a mi lado—. Recuerdo que no se han visto desde la última vez que volviste a casa para el funeral, ni siquiera has hablado con él.
—Mi padre no vendrá en esta ocasión, pero me alegra saber que hablaré un rato con los tuyos.
—No deberías sentirte tan miserable, luego de la humillación que recibió Kamila al comienzo de la semana, dicen que volvió a Rusia a enfriarse el culo —añadió, soltando una carcajada sin malicia.
Tan solo con escuchar su mención la cabeza me ardió y la culpa se posó como una carga aún más pesada en mi pecho en mi pecho. Si mis sospechas eran ciertas, todo se trataba de meras maquinaciones. No tenía nada que ver con lo que había sucedido en realidad, pero también, de cierta forma, le había quitado la posibilidad a Kamila Petrova de sobrevivir.
Las pesadillas me estaban empezando la cabeza y durante todo ese día, ni siquiera había sido capaz de conciliar el sueño, siendo atormentada por mi propia conciencia. Kamila había repetido las palabras que Aleksandra y yo conocíamos. No había sido una coincidencia que me pidiera ayuda, mucho menos que aquel par de individuos siniestros mencionan que el derramamiento de sangre no debía venir de mí.
Si algo sabía de Psicosis, como hacían llamarse, era que tenían ojos y oídos en todos lados. Kamila había sido solo un señuelo y debía llegar hasta el fondo de la situación Obviamente me habían indicado deshacerme de la chica, por lo que de seguro también sabía que tanto Alec, como Ethan y yo, éramos cómplices de un crimen.
A los tres, de alguna forma, nos hace conocedores de un secreto mutuo que nos podía hundir a todos.
—Espero que Kamila se encuentre en un mejor lugar. —Mi voz se escuchó rota, y aunque para otros mi comentario fuese uno cargado de cinismo hablaba con la verdad.
Mi amiga, desde su posición, no fue capaz de entender mis palabras, pero aun así, me devolvió una sonrisa.
—Es un alivio saber que hay una perra menos en San Jorge. No te sientas mal por alguien que quería arruinarte la vida, Bri.
ESTÁS LEYENDO
Psicosis: bajos instintos
Novela JuvenilUna chica sumisa dispuesta a complacer. El chico más peligroso del internado queriendo saber hasta dónde pueden llegar.