Capítulo 32: Dulce o truco

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Alec

—¿Hay algo mal con usted, Aleksander? —La voz de la hermana Socorro llenó a fondo el lugar.

—¿Por qué tendría que haberlo? —respondí de forma estéril.

—Se supone que el señor Jackson, la señorita Ivanova y usted no debieron salir sin autorización de nuestras instalaciones. —La mujer me miró con una expresión de reticencia. Se le era imposible ocultar el recelo detrás de sus palabras—. Es la segunda vez que los tres incumplen en algo juntos, sin contar que ayer usted y Ethan Jackson se metieron en una pelea. ¿Acaso olvidó las reglas?

—¿Y qué sigue ahora? ¿Llamará a mis padres? —le respondí con sarcasmo.

La hermana Socorro soltó un suspiro y desde el otro lado de la oficina, Sor María me miró con reprimenda. Suponía que también habían hecho la misma clase de interrogatorio con Ethan y Brianna, ya que los tres habíamos sido citados en la oficina de la directora.

Durante el resto de la noche anterior y gran parte de ese día me había devanado la cabeza con respecto a lo sucedido y mi mente no era una del tipo que reaccionaba bien trabajando bajo estúpida presión, por lo que aquella conversación no iba a llegar a ningún lado acabando con mi buen ánimo.

—Dejaremos esta charla hasta aquí el día de hoy, señor Belikov. —La madre superiora no había terminado de hablar y yo ya estaba poniéndome de pie para irme, pero me detuve a escuchar lo último que tenía para decir—. Por esta vez, solo será un castigo. ¿Tiene alguna objeción?

Negué con la cabeza y esta asintió.

Me tomé mi tiempo en irme del lugar, deteniéndome y observando todo alrededor de la oficina con disgusto, solo para hacer incomodar al par de monjas. Cuando estuve satisfecho, emprendí mi camino hasta la puerta, no sin antes darme cuenta de que sor María también lo hizo, siguiendo a una distancia prudente detrás.

Sabía que tenía algo para decirme, pero no quería lidiar con más mierdas por el resto del día. Habían sido unas horas demasiado intensas y por ese entonces, mi único deseo era encerrarme en mi taller por horas y olvidar que todo el mundo dentro del internado San Jorge existía.

En aquel momento, por sobre todo, intentaba ignorar el sentimiento de culpa que rebotaba en mi pecho al recordar la fecha que era, pero la tarea se estaba sintiendo más que complicada. Si las cosas hubiesen sido diferentes, tal vez hubiese tomado el avión privado de mis padres, y estos nos esperarían a Aleksandra y a mí con una suntuosa cena.

Mi madre estaría eufórica con los preparativos para convertir a Leksa en una debutante y yo, contra toda mi negativa, hubiese terminado acompañándola en un horrible baile de salón para su presentación en sociedad.

Lastimosamente, no servía de nada pensar en lo que hubiera pasado.

Con toda la determinación que me cabía, caminé por los pasillos y atravesé el patio hasta dirigirme a los salones del edificio de aspecto victoriano, donde se realizaban las actividades extracurriculares. En recepción, le entregué mi pase a la monja que usualmente estaba haciendo guardia y esta me lo devolvió con una sonrisa, ya que era el único estudiante que usualmente veía por aquella parte del lugar.

A veces, me quedaba cruzando un par de palabras con esta, quien por lo regular me pedía echarle una mirada a mis proyectos, pero siempre terminaba por negarme, respondiéndole que tal vez en otra ocasión. Todo ese trayecto, sor María había continuado siguiéndome de forma silenciosa.

Tal vez creyendo que no era capaz de notar su presencia, que a decir verdad, era silenciosa, pero mi percepción era aún mayor.

—Es un poco escalofriante lo que hace, hermana. ¿No le parece? —le mencioné a la mujer sin voltearme.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora