Alec
Conocía el sabor del pecado, como el vino más dulce al tocarme la lengua, volviéndose amargo al bajar por mi garganta, como la dicha que solo unos pocos afortunados podían presenciar.
Conocía la mirada de decepción que podían darme los rostros desdeñosos de las personas, sobre todo si esta estaba puesta en los ojos impíos de mis padres.
Conocía el ademán del miedo, normalmente latente en los iris de quienes estaban a mi alrededor; siempre presente, como cervatillos asustados. Era la forma en la que en un pasado no muy lejano, Brianna solía mirarme, hasta que las líneas imaginarias que nos separaban se desdibujaron entre nosotros, para cambiar la percepción que tenía de mí.
Lo que nunca me esperé, fue ver que la única reacción que hubo de su parte, fue la decepción mezclada con completa apatía.
El cuchillo en mi mano se sintió más pesado de lo que debería, la hoja lucía lo suficientemente afilada como para que un leve roce contra su piel pudiese cortar con facilidad, y las gemas incrustadas en el mango, solo eran una pequeña muestra de todo el poder que contenían detrás.
Por un momento, en sus ojos brilló el reconocimiento, como si todo ese tiempo se hubiese estado esperando que hiciera el primer movimiento. Al principio dudé, mirando de reojo a las personas que estaban paradas a lo lejos de la hoguera, vistiendo únicamente sus túnicas ceremoniales rojas. Si cometía algún error, no solo iba a ser hombre muerto, sino que también Brianna pagaría las consecuencias de mis actos.
Me coloqué frente a esta y levanté el arma encima de la base de su garganta. No pretendía hacerle daño, pero sabía de qué iba el procedimiento. Si me vacilaba la mano tan solo un milímetro, iba a hacerle un daño irreparable. Luego, hice lo que el resto de los miembros activos estaban haciendo con las iniciadas a nuestro alrededor; tomé una parte de su túnica y la desgarré hacia un lado, revelando sus hombros y parte de su pecho desnudo.
—Sujétenla. —Los dos hombres que estaban a mi lado, los que también llevaban túnicas negras, dejaron el cofre que llevaban en las manos a un lado y procedieron a caminar detrás de Brianna, sin inmutarse cuando escucharon con firmeza mi voz.
Los rasgos de Brianna se tiñeron de horror, en el momento en el que vi cómo cada uno de estos la tomó por la parte superior de los brazos, empujando su cabeza al suelo. El instinto de ir y arremeter contra ellos por ponerle las manos encima se extendió como adrenalina en mi torrente sanguíneo, pero sin demostrar ninguna clase de emoción, guardé la calma.
—¿Alec? —El susurro de mi nombre se extendió de sus labios. Iba a ser capaz de reconocerme incluso en el lugar más recóndito del planeta. Sus ojos acuosos y asustados se posaron en los míos, y por primera vez agradecí que debido a la máscara no pudiese ver la expresión igual de asustada en mi rostro.
Unos de los hombres que la sujetaba, agarró su cabeza y la inclinó hacia arriba, para que apuntara directo al cielo. Después, una nueva persona se unió a nosotros con lo que pareció una especie de mordaza entre sus manos que amarró sobre su boca. El instinto y la supervivencia humana la hicieron luchar contra las ataduras y comenzar a correr con dirección al bosque, pero fue imposible, ya que sus captores la sometieron para quedar de rodillas contra el suelo.
Sabía lo siguiente que iba a pasar y me maldije por ello, cuando los capas rojas caminaron hacia el fuego de la hoguera. Las manos de uno de ellos, portaba un objeto extraño, parecido una yerra o un objeto para marcar la piel del ganado, de una forma irreparable y dolorosa.
Me quedé confundido por un momento, y al siguiente mi cuerpo palideció, cuando observe como el hombre anónimo colocó la chapa metálica en el fuego y la calentó al rojo vivo, de tal forma que tomó un tono ardiente y anaranjado.
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Psicosis: bajos instintos
Genç KurguUna chica sumisa dispuesta a complacer. El chico más peligroso del internado queriendo saber hasta dónde pueden llegar.