Brianna
San Jorge era un desastre.
Un lugar gris en el que solo habitaban almas abandonadas de la voluntad de Dios. Mocosos ricos a los que sus padres deseaban enseñarles una lección o que simplemente querían garantizar una educación privilegiada para no verlos otra vez, por ello, y a pesar de que los directivos habían intentado ocultar lo ocurrido con Leksa, la matrícula estudiantil había disminuido también.
Ese fin de semana, cuando regresé al internado, me di cuenta de que nada sería igual. Me asignaron un nuevo dormitorio, uno para mi sola, y un par de miradas compasivas se posaron en mi dirección, diciéndome que si necesitaba volver a casa no iban a oponerse.
Alec no había vuelto conmigo y la verdad, tampoco tenía alguna información sobre él; más allá de la vez en la que me había acorralado en su estudio.
Las cosas eran difíciles, podía notar como había pasado de ser una marginada social, solo por no ser del agrado de su reina abeja, a ser desplazada a la que miraban con lastima o murmuraban con malicia a su alrededor. Sin embargo, viendo el lado positivo de la situación, nadie me estaba acosando para sacar algún trozo morboso de la historia de cómo había encontrado a mi compañera de cuarto ahorcada o como estaba llevando el duelo.
Con el paso de los días, aprendí a llevar una vida tranquila y silenciosa sin la presencia constante de Aleksandra y aunque fuera insensible de mi parte mencionarlo, el internado parecía un mejor lugar sin sus ganas de hacer la vida de todos un poco más miserables de lo normal.
Sí, seguía sintiendo una horrible culpa, pero eso no era un impedimento para no extrañarla y estaba aprendiendo a vivir con la idea de que más nunca la vería en aquel lugar.
Mordí mi sándwich con desgana, mientras escuchaba a Kristal parlotear sin parar de lo que estaba ocurriendo en el internado y de todos los chismes del mes, no me importaba la vida ajena, pero escuchar a mi amiga contar aquellas anécdotas que la hacían feliz, también me hacía feliz a mí.
Mi pequeño círculo de amigas estaba compuesto por Kristal y Valentina, dos chicas que se conocían de prácticamente toda la vida y que, a pesar de ello, me habían aceptado como una más.
La primera, era hija de un reconocido psiquiatra en Europa, por esa razón interceptar cosas ilegales para ella era algo fácil. Había sido la de la idea de sobornar a Leksa para que nos dejara en paz, y como tonta, le había seguido el juego, prometiendo de que no tocaríamos el tema otra vez.
—¿Crees que ahora que su hermana no está pueda acercarme a él? —Valentina preguntó al azar. Kristal, quien hasta ese momento había estado conversando conmigo sobre algún chisme, frunció el ceño, sin entender a que se estaba refiriendo nuestra amiga y yo me cuadré de hombros para prestar más atención—. Ya saben a quien me refiero —añadió como si fuera obvio.
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Psicosis: bajos instintos
Novela JuvenilUna chica sumisa dispuesta a complacer. El chico más peligroso del internado queriendo saber hasta dónde pueden llegar.