Capítulo 16: Un par de ilusos

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Brianna

La sensación de quedarte sin palabras en el momento justo es de las peores cosas que pueden suceder cuando tienes que dar una respuesta directa. El tiempo parece detenerse junto con tu cerebro y un nudo tan tenso se forma en tu garganta que deseas que la tierra te trague para acabar con tal desesperación.

Las palmas me temblaron y quise regresar por donde mismo había entrado, para evitar tener que enfrentarme a una absurda conversación que no iba a llevarnos a ninguna parte.

El ambiente de la habitación se sentía tan espeso, que me transportó por un instante a aquel día en el que Alec me arrastró hasta la biblioteca de su casa, una vez Helena nos había dejado solos.

Su expresión también era similar, solo que tenía un añadido que no lograba descifrar. Alec no era una persona de muchas expresiones faciales; su rostro siempre se encontraba en constante calma y las pocas cosas que delataban su estado de ánimo o su humor, eran los pocos contrastes que ocurrían en sus ojos, que pasaban de un gris claro a un tono del carbón profundo.

Sabía que estaba esperando a que le respondiera, pero realmente ¿qué más podía decirle?

Justo en ese instante quería golpear a Ethan por su gran boca y por arrastrarme a más problemas de los necesitaba, cuando ya mi vida era un completo desastre.

—¿Es que te quedaste sin palabras? —murmuró Alec, despacio y arrastrando las palabras en su paladar—. ¿Saco la champaña por ello?

Si lo pensaba por un segundo, estaba más aterrada en ese momento por la paloma desfigurada que por la furia que podía recibir del mismísimo Dios al manosearme como un chico, pero eso no disminuía el daño ocasionado por la calentura anterior que había experimentado en un sitio que no debíamos profanar.

—¿Crees que es poca la impresión de lo que acabo de ver? —Un ademán frustrado se escuchó en mi voz—. He tenido un día terrible, súmale ahora que el momento en el que fui a buscar paz me encontré con una situación que preferiría borrar de mis retinas.

Por increíble que fuera, Alec asintió con la cabeza en compresión, sin cuestionar más, cosa que me confundió y que no era típica de él. A simple vista lucia cansado y preocupado, como si no hubiera dormido en días a pesar de que lo había visto unas pocas horas atrás.

Yo, desde donde estaba, pase a soltar un suspiro, que en vez de aliviar la tensión en mi garganta solo hizo que se asentara aún más.

—Sabes que es solo una broma ¿no? No hay nada en este lugar más que la vida eterna de la hermana Socorro, y no es el primer animal muerto que consiguen en el pasillo o la primera paloma blanca que utiliza algún estúpido para hacer un amarre —este zanjó.

Sus palabras solo hicieron que mi rostro se desviara a mis zapatos manchados y a mis calcetines con los rastros ya medio secos con una mueca.

No entendía bien las intenciones de Ethan de traerme con Alec o el resto de su comportamiento irracional, pero tal vez, y a fin de cuentas, solo se trataba de mi mente jugándome una pasada.

Al principio no había querido creer que estaba exagerando las cosas dándole un rodillazo directo en sus joyas, pero justo ahora, y con la adrenalina abandonando mi cuerpo, tal vez podía decir con certeza qué no había ningún culto extraño en San Jorge y que seguro eran algunos adolescentes necios queriendo salirse con la suya en una especie de ritual sacado de internet.

De un momento a otro, me aclaré la garganta, suavizando el ceño fruncido en mi rostro, luego murmuré:

—Lo siento, estoy actuando como una loca.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora