Capítulo 10

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Feliz viernes, zorritos!

Aquí les escribo desde un tren camino a Amsterdam, pero no podía dejarlos sin su lectura de fin de semana. Sigo súper positiva y optimista respecto a mis resoluciones 2023: hacer algo por mi trabajo, hacer algo por mi cuerpo, y hacer algo por mí. Y ustedes entran un poco en la última categoría, porque pocas cosas disfruto tanto como leer sus comentarios.

Espero disfruten y encontrar más tiempo para escribir este año. ¡Al menos al fin llegó mi escritorio y pude armarlo! Y fue una decisión difícil, pero me he propuesto no ser tan perfeccionista y no releer mil veces antes de compartir un cap porque, a fin de cuentas, lo importante es avanzar con la historia y que ustedes la lean. Así que entre no subir y subir una versión imperfecta, me esforzaré y haré lo segundo. Lo siento por toda eventual falta!

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!

Xoxo,

Sofi

***

Era asombroso cuánto el duelo podía distorsionar el tiempo. Un día podría pasar en un abrir y cerrar de ojos, y un segundo durar toda una eternidad. Aun así, el cuerpo no lo percibiría, como si estuviera en pausa desde la pérdida inicial.

Una semana había pasado sin que Nikka lo notara. Lorcan la había dejado en un hotel con un crédito ilimitado para pedir comida, ropa o cualquier otra cosa que pudiera necesitar. Nikka apenas recordaba la última vez que había comido.

Estuvo tres días en ese dormitorio sin hacer nada más que mirar un muro. Había dejado la habitación que solía alquilar cuando había partido hacia el Oeste y vendido todo lo demás. Su equipaje se había perdido en algún lugar de la naturaleza. Le había hecho la estúpida pregunta a Lorcan para saber si era posible recuperarlo. Si aun pudiera sentir, la mueca con la que él había respondido hubiera sido graciosa. Pero solo había sido incómodo y Nikka había perdido un poco más de cualquier esperanza.

Al cuarto día, se levantó y pidió su trabajo en la cafetería de regreso. Y allí había estado desde entonces. Llegando primera en la mañana. Trabajando el doble, triple de veces. Escogiendo cualquier tarea que la mantuviera ocupada. Cualquier cosa que pudiera mantener sus pensamientos lejos de Cal y la verdad debajo de su vendaje.

Se quedaría en la cafetería hasta el final, cuando el dueño la echaría y luego correría todo el camino de regreso al hotel. Lejos de la noche y sus peligros. Y entonces, se sentaría en el suelo y miraría el muro de nuevo hasta que saliera el sol y tuviera adónde ir.

La cafetería estaba tan ocupada como de costumbre esa mañana. Las otras camareras se habían acercado a ella durante los primeros días, pero ahora simplemente la ignoraban ya que Nikka nunca escuchaba ni respondía. Si la consideraban un fracaso por regresar o sabían la verdad sobre lo que había sucedido con la expedición, no le importaba.

El mundo había seguido moviéndose sin ella. Y su mente estaba solo en instintos básicos: tomar una orden, buscarla y servirla. Seguiría toda su vida de ese modo si mantenía alejados los recuerdos.

—Qué sitio tan aburrido. ¿Has estado en el de la calle Mael? ¡Tiene libros para leer! Aunque este café es más fuerte, —el cliente cogió la muñeca de Nikka antes de que pudiera irse—. Oye, te estoy hablando, pájaro.

Esa sola palabra fue suficiente para hacerla reaccionar. Nikka se concentró y encontró la desafiante mirada de Rajnik. Era extraño cómo la admiración y ahora el miedo podían coexistir en su corazón. La cazadora había sido una vez su héroe, ahora también una amenaza.

—No deberías estar trabajando, —Rajnik frunció el ceño, sonando casi preocupada—. Mi Dios, ¿qué haces trabajando? Claramente no estás bien.

Nikka se congeló, sintiendo todos los ojos en ella antes de darse cuenta de que era invisible al lado de la cazadora. Rajnik tenía una manera de atraer toda la atención, si no por su fama, por su apariencia. Donde todas las mujeres de la cafetería mostraban sus mejores vestidos y faldas largas, ella vestía un traje de hombre. Los botones de su camisa se encontraban en su mayoría abiertos, mostrando parte de sus vendajes. Estaba sentada como si estuviera sola en su salón, tumbada y cómoda. Las mujeres susurraban detrás de sus abanicos, los hombres la cuestionaban mientras también se preguntaban por el resto de su piel. Aun así, a Rajnik no le importaba en absoluto.

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