Capítulo 43

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Había algo en el viento fresco del verano y las hojas cantando al balancearse. Tranquilo, agradable, pacífico. El dulce perfume de las frutas lo adormecía, o tal vez solo la calma. La tierra era caliente bajo su cuerpo. Siempre sentía como si la naturaleza lo estuviera arrullando. Incluso el sol estaba bien contra su piel, el cielo despejado.

Hasta que una sombra molesta lo interrumpió. Lorcan abrió un ojo, sin sorprenderse al encontrar a Rajnik de pie a su lado. La joven parecía tan fuera de lugar en el viñedo. Su cabello era una trenza larga y desordenada, su mandíbula estaba pegajosa por el jugo de uva fresco al igual que las yemas de sus dedos. Solía preguntarse antes si no tenían buenos modales en el desierto. Ahora había aceptado que Rajnik disfrutaba demasiado de la vida como para preocuparse por cualquier otra cosa, y tal vez tampoco importara.

—Tu padre dice que el almuerzo está casi listo —anunció felizmente—. Ven o me quedaré con tu plato.

La vida le había enseñado que Rajnik era insaciable. Siempre hambrienta, tomando todo lo que estuviera a su alcance. Su perdón también era fácil de ganar con comida, lo que había sido una bendición al principio. Lorcan no estaba seguro de por qué la había invitado a Venvia, pero ella lo estaba disfrutando y eso se sentía bien.

No tenía ningún otro lugar adonde ir. Esa era la triste verdad. Después de meses de conocerse, de cazar juntos, por fin tenían vacaciones y él no se había atrevido a dejarla sola en la Capital. No después de darse cuenta de la verdadera tortura que era para ella.

Venvia le había parecido una buena opción. Más tradicional, más tranquilo. Sin los ruidos de la modernidad, ni las duras expectativas. La gente allí era más feliz. Rajnik se había quejado de la humedad, pero al cabo de unos días su sonrisa era casi tan auténtica como en el desierto.

Destino y Estrellas, incluso su padre estaba más feliz. Solo porque había traído a una chica a casa, aunque fuera su compañera. Y esos dos se llevaban demasiado bien para su propio bien.

***

Nikka dio un paso atrás, frustrada por otro recuerdo inútil. Quiso gritar. Detrás, Cal susurró que el cazador se estaba burlando de ella. Todo lo que hiciera, lo que intentara, siempre resultaba inútil. Estaba harta de las tranquilas postales de Venvia, de los interminables atardeceres en el porche de la casa, de los tranquilos días en el viñedo.

Qué fácil traicionar su tierra cuando nunca había experimentado miedo. Matar a sus propios camaradas y solo preocuparse por una buena copa de vino al final del día. Mentir, fingir y engañar después de toda una vida creciendo con privilegios. Qué fácil actuar como un héroe aquella noche, cuando se había estado salvando a sí mismo.

—Te está usando —le dijo Cal al oído— Míralo. Lo está disfrutando.

Lorcan Blake nunca antes había lucido tan mal. Los guardias y otros cazadores no habían tenido piedad de un traidor. Un ojo morado, el labio partido, al menos tres manchas de sangre diferentes en el rostro. Sin agua ni comida durante tres días y, aun así, no había dado ni una sola pista sobre el enemigo.

El Comandante le había advertido que sería difícil doblegarlo. Lorcan siempre había logrado tener paz mental a diferencia de cualquiera de sus camaradas. Siempre en control, nunca dejando que nada le afectase. Y Nikka odiaba lo ingenua que había sido, pensando que él solía practicar con ella todos los días por amabilidad. Desde el principio, la había estado usando.

¿A quién amaba? ¿Dónde estaba su lealtad? ¿Quién era el Zorro? ¿Qué había sucedido en Roseful? Nikka había hecho todas las preguntas, nada más que momentos de paz en Venvia como respuesta. Usualmente solo. A veces con su padre, a veces con Rajnik o cualquier otro miembro de su personal o trabajadores.

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