Capítulo 16

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Sus heridas estaban abiertas de nuevo, nada que la lavandula y los vendajes no pudieran solucionar esa mañana. Rajnik no quería volver con el médico solo para escuchar sobre descansar. El mundo seguía girando, la situación cambiaba demasiado rápido como para perderse un segundo. Estaba bien, podía lidiar con algunos rasguños mientras pudiera proteger a Lorcan de lo que estaba por venir. Además, según el médico, estaba lesionada y necesitaba descansar, excepto para repartir el correo, por lo que no era tan importante quedarse en casa.

Aun así, su mente no podía estar más lejos de la situación de la Hermandad. Seguía repitiendo la noche anterior en la Ópera en su cabeza, tratando de encontrar alguna pista para entender o creer en lo imposible. No había esperanza para su corazón roto, esta tan venenosa como la mordedura de una serpiente.

—Entonces... el Comandante le envía demasiadas cartas a la Consejera. ¿Crees que sean cartas de amor? —ella sonrió ante la insinuación—. Estoy tratando de averiguar cómo coquetearía ese hombre. Oh, mi más sabia Consejera, su aburrido discurso encendió el fuego en mí. No había sentido algo tan intenso desde esa vez que Rajnik robó mi desayuno.

—No deberías espiar la correspondencia del Comandante —advirtió Lorcan.

—No espío. Podría abrir las cartas si quisiera, pero ¿y si tienen proposiciones sexuales de ese hombre? —Rajnik casi se ahogó por el asco y Lorcan tosió, apartando la mirada para ocultar sus mejillas sonrojadas—. Mi Dios me salve de eso. Sólo déjame divertirme mientras imagino. No seas tan aburrido. ¿Y te avergüenzas?

—¡No! —respondió demasiado rápido, evitándola cuando Rajnik se inclinó más cerca para ver. Ella casi rio.

—Oye, ¿quieres escuchar algo gracioso?

—¿Qué?

—El pene del Comandante.

Lorcan maldijo, las orejas absolutamente rojas y Rajnik no pudo evitar sonreír. Y se suponía que él era un cazador adulto... Dios, había extrañado aquello. Incluso cuando se divertía en la noche del desierto, una parte de ella siempre se había preguntado por su compañero.

Tregua... Qué palabra tan extraña para usar con él. Habían vuelto a caer en su vieja rutina tan fácil como para creer en esa palabra. Se sentía como si el tiempo nunca hubiera pasado. Caminando juntos por los suburbios, al mismo ritmo, Rajnik habría pensado que nada estaba mal. Excepto que lo estaba.

¿Acaso él se arrepentía? ¿Pensaba que ella era un monstruo como los demás? ¿La había extrañado? Porque Rajnik lo había hecho. Todos los días y todas las noches. En cada pelea y cada fracaso. Cada vez que se preguntaba qué había hecho mal para alejarlo.

Un día todo había estado bien. Y luego no tanto. Finalmente, nada. La grieta había aparecido antes del incidente de Mytos. ¿Había sido por la señorita Aletia? Ella había sido una niña mimada más, la hija menor de un político con una forma horrible de tratar a la gente y un destino incluso peor. Consecuencias naturales de los conflictos entre facciones. Pero por un breve momento, Rajnik había sospechado que Lorcan había sentido algo por ella.

Y tras su muerte, todo se había venido abajo entre ellos, hasta esa horrible mañana de Mytos. Y la sentencia de muerte que siguió. Había formas más misericordiosas de destruir a una chica que decirle directamente a la cara que no deseaba volver a verla.

—¿No puedes comportarte durante cinco minutos? —preguntó Lorcan y Rajnik escondió todos sus pensamientos detrás de su fácil sonrisa.

—Pasaste dos años sin mi habladuría, necesito ponerme al día o mi Dios me castigará por esto.

—Creo que tu Dios tiene mejores cosas que hacer que eso.

—Ah, no quieres hacer esa apuesta. Confía en mí.

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