Capítulo 29

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Feliz viernes, zorritos!

Lo siento por la ausencia, pero estuve las últimas dos semanas luchando en la Great War y con el caos que fue la venta en Francia, créanme que tomó todo de mí. Pero hey, al menos consegui dos entradas para Paris. Yeayyyy...

Como siempre, no se olviden de votar y comentar el cap al final!

Xoxo,

Sofi

***

—¿Estás segura?

Nikka no giró para mirar al Comandante. No se movió de su posición frente a la ventana principal. Del otro lado, el cielo era rosa melocotón, el amanecer inminente. No había cerrado un ojo en toda la noche. Cada vez que parpadeaba, el Zorro estaba allí, lista para arrancarle el corazón. Llena de rabia y venganza, ansiosa por destruir esa ciudad y a cualquiera que se cruzara en su camino. Cada vez que parpadeaba, temía que el Zorro tuviera razón.

No podía quitar los recuerdos de la Gobernante de su cabeza. Las calles llenas de cuerpos de inocentes, el intenso olor de la sangre de su especie, el miedo a que los niños fueran encerrados y luego incendiaran el lugar. No había tal cosa como un bando bueno y un bando malo durante una guerra, solo gente peleando y matando sin piedad. Rajnik le había advertido al respecto.

Los cazadores reirían y celebrarían sus victorias, alabando la nobleza de su trabajo y ocultando sus horribles actos bajo supuesta justicia. Como si no hubieran intentado quemar vivos a todo un grupo de niños. Como si no hubieran matado a cientos de salvajes que nunca probaron carne humana. El Zorro estaba furiosa y todos los mensajes eran claros.

—El amante es un cazador —dijo Nikka.

Tenía sentido. La sospecha del Cuervo sobre la muerte de su hermana, Narya sabiendo el nombre del amante y muriendo en una ruta de cazadores. El anterior Búho había amenazado la posición del Gobernante, y habría sido tan fácil para el Zorro enviarla a una trampa mortal. Eso solo enfureció más a Nikka. Cal no había muerto por una cruel coincidencia, sino por un juego de poder entre facciones. El Búho no había estado allí por ellos, sino que para ser asesinado.

Nikka miró hacia afuera. Rajnik y Lorcan estaban en la entrada, discutiendo a juzgar por sus movimientos. La cazadora estaba temblando, frotando sus brazos mientras Lorcan cargaba las maletas para su próxima excursión en el vehículo. Ella ya se había cambiado por ropa demasiado ligera para el clima de la Capital.

—Esa es una acusación muy fuerte —dijo el Comandante detrás, sentado en su escritorio.

—Lo sé, pero también sé que está buscando a un traidor, y el Zorro mandaba en Arcadia cuando el anterior Búho fue asesinado. No fue una trampa para nosotros, fue una trampa para ella, porque sabía el nombre del amante y tenía poder sobre el Gobernante —respondió Nikka—. El Zorro sabía que, tarde o temprano, un cazador tomaría ese camino y cazaría a la Vasija.

Lorcan lo había hecho.

Y esa era la parte en la que no le gustaba pensar. Nikka suspiró, apartándose de la ventana. Sí, Lorcan había estado allí y había ejecutado la conveniente tarea, pero podría ser solo otra víctima de la mala suerte. Tenía que. Porque él era la única alma bondadosa que Nikka había conocido en la Hermandad, y también el primero en atacar a los pequeños zorros.

—El amante del Zorro tiene una espada como la que usan los cazadores —murmuró Nikka—. Lorcan estaba en Arcadia por Rajnik, pero también sé que no podemos descartar ningún sospechoso.

—Él no es a quien buscas.

—No podemos estar seguros —Nikka lo miró fijamente—. No se puede confiar en nadie.

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