Capítulo 39

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Había algo sombrío esa mañana. Nikka miró las nubes grises cargando consigo un mal augurio. El Comandante lucía incluso más preocupado que de costumbre. No había actualizaciones de los diferentes frentes de batalla, ella no había avanzado con la búsqueda del traidor.

Deliah la odiaba. Arel estaba ausente. Rajnik la había amenazado. Y Cal seguía susurrándole sobre conspiración y venganza. Al menos tampoco había noticias sobre un nuevo mensaje del Zorro. Pero, sinceramente, Nikka no sabía si era mejor. Si la Gobernante no estaba allí escribiendo en los muros, entonces debía estar planeando algo peor.

—¿Qué sucede? —preguntó finalmente Nikka.

—Hubo un ataque esta mañana, al menos diez guardias muertos.

Ella contuvo el aliento en respuesta. Diez inocentes más. ¿No era suficiente con haber enviado a tres cazadores a enfrentar la muerte? ¿Cuánto le quitaría la guerra a esa ciudad? ¿Cómo era Rajnik capaz de sonreír a pesar de todo ese tipo de situaciones durante años?

—¿Algún sospechoso?

—Deliah estuvo en la zona. Obra de un Gobernante.

—¿El Zorro?

—Coyote.

Eso era peor. Nikka suspiró. Un Gobernante ya era lo suficientemente malo como para agregar otro. Había pensado, ingenuamente, que el Coyote mantendría la distancia si era el Zorro quien hacía el trabajo sucio allí.

—¿Tenemos noticias de nuestro traidor?

—Aun no.

—Esto está mal —Nikka negó con la cabeza—. Todos deberían estar aquí. No podemos descuidar esta ciudad. Quizás... ¿Quizás Rajnik pueda ayudar a Deliah mientras tanto?

—Si todavía no ha escapado a Arcadia —dijo el Comandante—. No se presentó esta mañana. Algo sobre estar enferma.

Por supuesto. Lo más probable era que Rajnik ya no estuviera allí. La cazadora era un cabo suelto, una fuerza de la naturaleza a la que no debía contradecirse. A la Consejera no le haría ninguna gracia oírlo. Nikka dudaba que a Rajnik le importaran las consecuencias.

—¿Lo está?

—Envié un guardia para verificarlo, mejor mantener esto entre nosotros por ahora.

Mejor no perder otro aliado.

***

Las mañanas siempre eran dulces a su lado. Rajnik no recordaba la última vez que se había despertado sin odiarse a sí misma. Solía hacerlo incluso antes de Milah. Quizás había sido una consecuencia inevitable de convertirse en cazadora. Aun así, cuando abrió los ojos y encontró a Lorcan durmiendo a su lado, casi pudo creer que era una buena vida.

Se limitó a mirarlo fijamente, ignorando los ruidos de la concurrida calle, el peso innegable de lo que había sucedido anoche. Amor era una palabra traicionera. La gente hacía cosas descuidadas cuando temía a la muerte, por lo que realmente no se podía creer nada. Uno no debería amar esperando lo mismo en retorno. Y estaba bien.

Al menos se encontraba vivo. Herido, cortado y muy cansado por el veneno y la batalla, pero Lorcan estaba bien. Ella sonrió ante ese simple pensamiento. Le había costado casi morir para finalmente descansar. La llamarada había funcionado.

Fuertes golpes en la puerta principal interrumpieron su paz. Rajnik se sacudió el sueño de encima y se levantó lo más rápido que pudo. Sacó una camisa nueva y una chaqueta de su guardarropa antes de irse en absoluto silencio. Kaia ya se estaba quejando, esperándola en el corredor.

—No me digas que te volviste a enamorar de ese cazador —Kaia la miró con disgusto.

—No es de tu incumbencia.

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