Capítulo 34

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Inocentes... Esa palabra no debería molestarla en absoluto. Aun así, Rajnik quería gritar desde que la había escuchado por primera vez. Dos años atrás, ella había estado dispuesta a dejarlo todo por Lorcan, había intentado explicarle los mismos sentimientos que él estaba insinuando ahora, y él la había empujado a superarlos de la peor manera posible. ¿Y se atrevía a contradecirla entonces?

Tosió, su boca se llenó de sangre. Se apresuró a beber para eliminar el sabor. Eran sus sentimientos. Su madre diría que simplemente no podía reprimirlos, encerrarlos dentro e intentar controlarlos. Eran como arena en una bolsa, siempre encontrando el modo de salir. Como gas en una botella, esperando el momento de explotar. Sus emociones no eran algo que debiera ser domesticado, sino algo que ser liberado.

Silenciar el alma era envenenarla.

O solo era débil, nacida y hecha. No podía pensar en una sola vez antes de que le sangrara la nariz y le doliera la cabeza. Ese cuerpo no estaba hecho para soportar demasiado, así que tal vez se había esforzado de más últimamente. Cruzar todo el desierto había requerido más energía de la que había imaginado, pero ambos estaban bien.

Y ella debería estar feliz por eso. Su Dios, debería estar feliz de que Lorcan finalmente hubiera dicho algo honesto. Entonces, ¿por qué no lo estaba? ¿Era tan horrible saber la verdad? ¿Había más por descubrir? ¿No podía el cazador haber cambiado de opinión antes?

Rajnik estaba cansada de la situación, de la guerra, de la vida. ¿No merecía sentir libre de responsabilidad? ¿Recibir también en lugar de dar y dar hasta que ya nada quedase? No era justo. Su Dios la juzgara, no era nada justo. Pero ella tampoco podía renunciar. Muchos ya habían muerto como para olvidarlos y abandonarlo todo.

Sonrió cuando el chef dejó dos platos frente a ella sobre el mostrador. Tenía la cabeza hecha un desastre y el corazón le pesaba demasiado. Necesitaba recuperar el control antes de hacer algo estúpido. Como darle un puñetazo a su compañero por su traición.

Cogió ambos platos y regresó a la mesa. La comida la distraería y la haría feliz, olía delicioso. Y había pasado tanto tiempo desde que había probado la auténtica comida occidental. Picante, rica y con una enorme mezcla de sabores desconocida para el Este. Lorcan ni siquiera intentó criticarla, así de mal estaban.

Si pensó que ella se olvidaría de la discusión por ello, estaba equivocado. Rajnik era muchas cosas, indulgente no una de ellas. El resentimiento era el camino que la guerra le había enseñado. Aferrarse a algo y no soltarlo nunca, porque de lo contrario la muerte la atraparía.

—¿Alguna suerte con el barman? —preguntó ella, mirándolo examinar una botella de vino cerrada.

—Nada que compartir, aunque me aseguró que esta cosecha es la mejor de la ciudad.

No era sorprendente. Por supuesto que su compañero habría comprado la botella. Rajnik estaba triste porque solo había agua en sus vasos. Pero al menos ese Lorcan parecía más real, relajado, sin múltiples muros a su alrededor. El calor del desierto lo derretía todo, incluso su frialdad.

—¿El cocinero? —preguntó él, ella suspiró.

—Nada más que consejos de cocina.

—¿Así que finalmente tu cocina mejorará?

—¿Entonces dejarías de quejarte y la comerías?

—¿Volverías a cocinar para mí?

—¿Pasarías por mi casa como antes o aun me evitarías en la Capital?

—No puedo pasar por tu casa.

—¿Por qué no?

—Sabes por qué.

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