Capítulo 22

338 74 15
                                    

Feliz viernes, zorritos!

Admito que he tenido una semana agitada y temí que no conseguiría editar esto, pero me he tomado toda la mañana del viernes para lograrlo. Admito es uno de mis caps favoritos de escribir. Ya estamos por la mitad de la historia, pueden creerlo? Me faltan pocos capítulos para terminarla, pero no logro avanzar hace semanas porque creo es uno de los finales más complejos y sorprendentes que he creado hasta el momento y tengo pánico de arruinar la gran revelación antes de que suceda sin darme cuenta. Así que me he pasado todos estos días fantaseando con un spin-off de la trilogía Ladrones porque por qué no? Aunque como la mayoría de los spin-off que imagino, seguro solo quede en mi cabeza.

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final por favor!

Xoxo,

Sofi

***

La noche ardía la primera vez que Rajnik pensó que conocería a Muerte. Ocho años, una edad tan temprana para un encuentro similar. Pero cruzar el desierto era un gran riesgo para un niño, y ella no sería la primera en perder la batalla. Su Dios siempre pedía sacrificios. En el crudo Oeste, solo los más fuertes lograban sobrevivir.

El Guerrero de las Arenas estaba arrodillado a su lado. Un joven tranquilo que los había guiado desde la primera noche. Rajnik lo odiaba. Si era tan bueno, ¿cómo no había podido salvar su hogar? Estaban solos en su tienda. Su madre la había dejado allí cuando la deshidratación había sido demasiada. Todo dolía.

Quería vomitar, pero nada sucedía. Su cabeza la estaba matando. Cada ruido era como una bala en su sien. Su cuerpo no se movía. Su madre había hecho todo lo posible, Rajnik no la culpaba. Había nacido blanda, sin habilidad ni talento, sin la fuerza de sus hermanos ni los dones de sus camaradas.

—Mamá... —murmuró, no más que un susurro áspero.

—Tranquila, niña. Tu madre volverá —dijo el Guerrero de las Arenas—. Necesitas descansar.

—Nosotros... necesitamos... seguir... moviéndonos.

El enemigo podría alcanzarlos en cualquier momento. Siendo en su mayoría niños y ancianos, no sobrevivirían a una emboscada. La oscuridad podía ocultarlos, pero no los protegería. Su padre no se había quedado atrás a luchar solo para que el resto muriera porque ella estaba enferma.

—No nos moveremos por esta noche. Tu madre necesita redibujar el mapa —respondió el joven.

Cierto. Su madre. La astrónoma. Ella era la única capaz de llevarlos por el cruel desierto gracias a las estrellas. Podrían llegar a un pueblo seguro bajo su guía. Avanzar, sin camino, sería suicidio.

¿Por qué la había dejado con el joven guerrero? Ella podía ayudar. Su madre siempre la había llamado su pequeña asistente. Rajnik intentó levantarse, pero Atik la empujó hacia abajo. No debería actuar en contra de su voluntad, lo sabía. Pero Rajnik también sabía que su madre posiblemente lo había amenazado con curarla o, de lo contrario, condenaría toda la excursión.

Entonces, si su madre se atrevía a desafiar a un elegido de Dios, ella también.

—¡Déjame ir! —Rajnik luchó, pero apenas podía moverse.

—No llegarías muy lejos —respondió Atik.

Su voz era baja, silenciosa para cualquier otra persona, pero los oídos de ella estaban tan sensibles que podía oír la más mínima respiración. El sudor cubría su rostro. No rezaría, no a un Dios que ya les había fallado.

—Eres del tipo duro, debo reconocer eso —comentó Atik y tomó un vial de una bolsa—. ¿Sabes? Dicen que una sola lágrima de nuestro Dios puede mantener a uno hidratado durante todo un mes.

Sand & StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora