Capítulo 26

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Feliz viernes, zorritos!

Aunque aquí ya es pasada la medianoche, así que tal vez feliz sábado? Es tarde, pero también admito el capítulo es corto, por lo que he llegado a editarlo a tiempo para que tengan una lectura nocturna. Por suerte, entre ayer y hoy, me he enganchado mucho continuando escribiendo esta historia. Puedo terminarla durante el verano. Lo sé. Le he puesto tanto esfuerzo, y estaré eternamente agradecida con las betas por estar ayudándome con esta ambiciosa historia, porque hay tanta construcción detrás. Lo que quiero lograr es algo que nunca antes he hecho, y cada paso es tan peligroso como cuidadoso.

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final por favor!

Xoxo,

Sofi

***

Una asamblea de Gobernantes nunca era una buena señal. El Zorro había aprendido aquello del peor modo. Con el rostro cubierto de sangre y dolor en todo su cuerpo, los huesos rotos, reparados y rotos de nuevo, apenas podía mantenerse de rodillas mientras se enfrentaba a los otros cinco Gobernantes presentes. No irían por su vida, no eran tan estúpidos como para intentarlo.

—¡Fallaste! ¡La victoria estaba al alcance de tu mano, y fallaste! —gritó el Coyote frente a él—. ¿Cómo te atreves a mirarnos a los ojos? ¡Podrías haber matado a todo el gobierno y fallaste!

—Al menos lo intenté —el Zorro escupió sangre en las botas del Coyote—. ¿Qué hicieron todos ustedes durante las últimas décadas, además de perder el tiempo?

—Eres tan inútil como todos tus predecesores —acusó el Coyote—. No solo deberías cortarte la cola, sino hasta tu propia garganta, y pasar el título a otra persona. Alguien que no dudaría... ¡POR UN AMANTE HUMANO!

La aterradora duda estaba de regreso, así como la dolorosa esperanza. Había sido un error, un paso en falso de su parte. Y le había costado todo.

—¡No dudé!

—¿ENTONCES QUÉ SUCEDIÓ?

No tenía respuesta, porque incluso él no estaba seguro. Un error, uno malo. El Coyote rugió ante su silencio y se acercó más. El Gobernante no tuvo piedad. Tomó su cabello y lo cortó de un rápido movimiento, dejando caer los largos mechones frente a sus ojos. La mayor deshonra para un zorro. Su cola, totalmente desaparecida. Una prueba de que había sido derrotado después de años de reír con victoria.

—No mereces que te llamen zorro —murmuró el Coyote, su voz vacía—. Ni siquiera le mostrarás la verdad a tu tipo. Deberían ver esto.

—La vergüenza —el Zorro se puso de pie—, no es desconocida para un tramposo. Y la derrota no es más que un maestro para una mente astuta. Tomaré la Capital y todo el desierto también. Cometí un error, pero nunca por culpa de un humano.

—¿Crees que no sentí que apestabas a uno antes? No follamos con la comida.

—No como humanos.

—Tal vez, si lo hicieras, no hubieras sido vencido —dijo el Coyote entre dientes—. ¿Al menos valió la pena el sexo? ¿Amas a este mortal?

—Todos somos mortales.

—¡Somos dioses!

—Somos solo marionetas de nuestros Dioses, no te confundas con uno —advirtió el Zorro.

—¿Y tu Dios acepta a este humano? —preguntó el Coyote, y eso dolió más que una bala—. Es lo que pensaba. No te vuelvas a equivocar. Pediré esta ciudad, o la cabeza de tu humano.

—No hubo ningún humano involucrado.

Algo cambió. Nikka perdió el control del recuerdo en un abrir y cerrar de ojos, empujada a otro. El Zorro estaba contraatacando, intentando recuperar su memoria. Un parpadeo, y ya no estaba rodeado de Gobernantes, sino que era una mujer de pie en medio de la noche del desierto, la ciudad alrededor, un montón de cuerpos al frente. Zorros. Docenas y docenas de zorros asesinados por humanos. Monstruos nocturnos que expulsaban a inocentes de sus propios hogares.

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