¡Yo no soy un problema!

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La convivencia en la casa de Alex se tornó perfecta. Tomy desde el primer momento cayó rendido a los pies de la geo, y este no paraba de reír por la forma de hablar de aquel y sus alocadas ocurrencias. Senda, la perra, al principio no dejaba a Tomy moverse por la casa. Le perseguía y observaba. Pero tras comprobar que no era ninguna amenaza, al revés, que era un continuo suministro de comida, simplemente, le adoró.

Al cuarto día de estar en la casa de Alex, Tomi recibió una llamada de su Peterman. Su pianista. Le echaba de menos y quería volver a verle. Sin pensárselo el joven cogió el coche y el GPS y se marchó a Barcelona. Iban a pasar juntos los días que le quedaban en España. Piper se sentía feliz por su primo. Ambos aprovechaban la de felicidad al máximo en cuanto se les presentaba la ocasión.

Los siguientes días para la rubia en la casa de Alex fueron un sueño. Paseaban con Senda por el campo, iban juntos a comprar, escuchaban música tirados en el sillón, se besaban, reían por lo mal que ella cocinaba y hacían apasionadamente el amor en cualquier momento.

Piper se miraba el cordón oscuro que colgaba de su muñera con cariño y sonreía al pensar qué significaba todo incluido. Lo que le estaba pasando con aquella mujer era lo más autentico y maravilloso que le había pasado nunca y estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo. No quería pensar en el futuro. Solo quería disfrutar el momento, sin más.

Una noche en la que Alex se tuvo que marchar a la base para trabajar, tras mirar su correo y hablar por teléfono con Max, su representante, decidió llamar a su padre para decirle que no asistiría a su glamurosa fiesta de Navidad. Quien cogió el teléfono fue la mujer de aquel que, como era de esperar, se monto en cólera.

—Samantha, deja de gritar y escúchame —siseó sin querer levantar la voz.

—No... no quiero escucharte. No sé porque eres así con nosotros. No lo entiendo, intentamos apoyarte en tu carrera y tú.

—Mira Samantha —cortó con desagrado—. A ti precisamente no te debo nada, y por lo tanto, no tengo porqué darte explicaciones.

—Toda la vida igual. Toda la vida cargando contigo y tus problemas y...

—¿Cargando conmigo y mis problemas? —voceó Noelia al escucharla—, Pero bueno, si alguien lleva cargando toda la vida contigo soy yo. ¿Pero quién te crees que eres?

—He intentado ser tu madre y

—¡¿Mi madre??! Oh... qué bonito que es decirlo ¿verdad? Pero disculpa, esa palabra a ti te queda demasiado grande como para que tú misma hasta te la creas. Vamos, ni por asomo lo has intentado porque si así hubiera sido, al menos yo me habría dado cuenta.

—Eres cruel, además de una mala hija. ¿Cómo me dices eso?

—Te digo lo que te mereces. Tengo treinta años y nunca he visto en ti un ápice de humanidad ni ternura. No me vengas ahora con cuentos chinos, porque no te lo voy a consentir. Una cosa es lo que mi padre y tú vendan a la prensa y otra muy diferente la realidad. ¿Entendido?

—Eres terrible... terrible.

—Pues que bien —se mofó al escucharla

La tristeza que Samantha intentaba hacerle creer que sentía, era tan falsa como ella.

—¿Cómo te permites no asistir a la fiesta de Navidad que organizamos tu padre y yo? ¡¿Cómo?!

—Mira... Samantha, discúlpame, pero a ti ya te he dicho que no tengo porqué darte explicaciones de lo que hago con mi vida y...

Pero la voz de su padre, que arrancó el teléfono literalmente de las manos de su mujer, fue la que hablo.

—Te exijo que cojas el primer avión que encuentres y regreses cuanto antes a Los Angeles

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