7. La ciudad

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San Pedro estaba ubicado en la parte central de los Andes, en la región de Sudamérica que antes se conocía como el Perú, corazón del antiguo Imperio Incaico. Se encontraba en la vertiente oriental de la cordillera, donde las nubes que vienen desde el Atlántico chocan con las montañas de la selva alta, y al ser detenidas en su camino hacía el Océano Pacífico, producen abundantes lluvias la mayor parte del año. Esto originó que en esta parte de la geografía andina existiera aún gran cantidad de vegetación y que posea un clima cálido y húmedo, pero frío por las noches, debido a su altitud de más de mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Se dice, entre sus habitantes, que San Pedro es tanto sierra como selva, en igual medida. Sin embargo, el paisaje de verdes montañas cubiertas de densos bosques, típico de la selva alta, no se parece en nada a los parajes habituales de los valles de la sierra andina, que ahora son más terrosos, pedregosos, secos y de escasa vegetación.

El Valle de San Pedro, donde se ubica la ciudad y el río del mismo nombre, tiene una extensión de 85 km y 10 km de ancho en promedio. Limita por el occidente con los picos y nevados de la Cordillera del Oeste, por el este con la Cordillera del Omagua, y después de esta, con la extensa e impenetrable selva del Amazonas. Hacia el norte se encuentra el cañón del Pozo, uno de los más profundos del continente, y hacia el sur se extiende otra cadena de montañas y el cañón Negro, seguido por el amplio, soleado y fértil Valle de San Luis.

La geografía de la zona fue uno de los principales factores para elegir a San Pedro como la nueva capital, o, mejor dicho, como uno de los pocos lugares que quedaban en el planeta donde se podría desarrollar una civilización. Lo inaccesible de la región hacía del valle un lugar casi inubicable, ya que estaba protegido por montañas, bosques, ríos y cañones por los cuatro costados. Las carreteras hacia el exterior, los puentes y toda infraestructura habían sido demolidos luego de la última gran migración, y los humanos le dieron paso libre a la naturaleza para que haga su trabajo habitual y vuelva a cubrir de verde lo que antes fue metal y concreto, borrando todo rastro de presencia humana alguna fuera de sus fronteras.

La ciudad, enclavada en el centro del valle, había cambiado mucho en las últimas décadas. Ya no era un pueblo chico y tranquilo, típico de los Andes; ahora era una pequeña ciudad, movida y bulliciosa, pero que aún mantenía algo de su esencia provinciana.

El centro de la ciudad era conocido como la zona administrativa, donde se ubicaban las sedes de los diferentes consejos y de las demás oficinas de la administración, las cuales compartían el área con comercios, restaurantes y más oficinas. A algunas cuadras del centro se alzaban los edificios de departamentos donde vivían los burócratas, como se llamaba a los trabajadores administrativos y sus familias. En la periferia de la ciudad vieja y en los suburbios vivían los burgueses, la población de científicos, ingenieros, comerciantes, intelectuales y muchos otros tipos de profesionales, los cuales tenían asignada una pequeña casa con un huerto o invernadero. Los trabajadores de las fábricas, los industriales, vivían también en casas con huertos, pero cerca de sus lugares de trabajo, en los límites de la ciudad o incluso fuera de esta. Y en el resto del valle y las laderas de las montañas habitaba la mayoría de la población, los rurales, las personas que habían elegido una vida dedicada a la agricultura. Todas las viviendas y edificios contaban con paneles solares cubriendo sus estructuras, por lo que la ciudad y el valle en general adquirieron una apariencia futurista con sus techos parteaguas de color negro.

La sociedad había elegido organizarse a sí misma de esta manera, con el fin de ahorrar recursos y buscar eficiencias, ya que la mayor parte de la energía que utilizaban era generada de manera hidráulica, aprovechando las numerosas cataratas distribuidas por toda la región. El desplazamiento al trabajo era corto, lo que permitía ahorrar tiempo y energía, para así dedicarlo a tareas más importantes que trasladarse de un lado a otro. El pensamiento general de la población era este, moldeado por la realidad. Había que buscar eficiencias en todo, debido a los pocos recursos y lo limitado del terreno del que disponían para vivir y explotar. Y, por supuesto, que el plan de residir cerca de donde se trabajaba era sumamente adecuado para el nuevo mundo. Pero siempre sucede que, lo que funciona bien por un tiempo, a la larga empieza a manifestar algunos problemas. En los años que siguieron a las migraciones, los diferentes grupos se asociaron de manera automática en gremios y comités, definidos en la mayoría de los casos por las actividades o profesiones que realizaban antes de las guerras, y con base en este criterio es que fueron asignadas las viviendas y distribuidas las tierras, y todos estuvieron de acuerdo en hacerlo de esta manera. Los burócratas, burgueses e industriales aceptaron con agradecimiento los funcionales departamentos o las pintorescas casas que les fueron asignadas cerca de sus trabajos y las escuelas de sus hijos. Y los rurales tuvieron incluso una mejor actitud por las amplias tierras que recibieron para vivir y trabajar.

Entonces, la organización inicial natural por nacionalidades o grupos afines en ideas o creencias, que fueron los principales criterios de agrupamiento durante los inicios de San Pedro como refugio, en los siguientes años dieron paso a otro tipo de organización social, esta vez definida por la ocupación. Fue un avance importante en el desarrollo de la nueva sociedad, sumamente eficiente en los resultados obtenidos, pero que a la larga hizo más marcadas y distantes las nuevas divisiones sociales, lógicamente generando nuevos problemas.

Los rurales se quejaban de los beneficios y la mayor cantidad de bonos que recibían los demás; por otro lado, los habitantes de las ciudades eran cada vez más insistentes en sus pedidos para que se asignen algunas parcelas más en el campo para los que quieran salir de la ciudad y decidan vivir de la tierra. Los rurales también pedían departamentos o casas en la ciudad, pero esto solo se otorgaba a sus hijos si es que de adultos su profesión los iba a ligar a vivir dentro o cerca de los centros urbanos; por su parte, a los habitantes de la metrópoli les parecía que por este motivo los del campo contaban con todas las oportunidades para desarrollarse profesionalmente y alcanzar un futuro más próspero. Unos decían que unos tenían y recibían mucho y que se la llevaban fácil, y los otros decían que los del campo tenían otras cosas de gran valor, como una vida más sana y pacífica, y todas las oportunidades de conseguir lo que quisieran si así se lo proponían.

Era cierto que vivir cerca o en la ciudad otorgaba una serie de ventajas. Para los que estaban hechos para vivir en sociedad, la ciudad era el lugar perfecto, ya que disfrutaban de la interacción constante con sus compañeros de trabajo, amigos y vecinos. Gozaban con la vida cosmopolita y movida de la metrópoli, con sus oficinas, tiendas, bares y restaurantes, con sus museos, bibliotecas, librerías, cines y galerías de arte, los modernos edificios residenciales, y sus bellos parques y bulevares. Donde podías encontrar de todo, en donde de todo se hablaba, y a donde todos llegaban. Lo mejor de la tecnología, la cultura y las ideas estaba en la ciudad.

Pero en el campo la realidad era muy diferente. La vida se dedicaba casi por completo a las actividades agropecuarias; a sembrar, cosechar y criar, a producir vegetales, frutas, carne y todo lo que la tierra pudiera ofrecer como alimento o materia prima. Y las cuotas de producción establecidas a los habitantes rurales a cambio de sus tierras fueron altas desde el principio, y cada año fueron aumentando cada vez más, y por ello es que las familias en el campo se fueron poco a poco llenando de hijos, para contar con la mano de obra necesaria, ya que no les fue suficiente con la habitual reciprocidad andina y la colaboración de sus vecinos para trabajar adecuadamente parcelas tan extensas enclavadas en una geografía tan agreste.

Contar con una familia numerosa es cierto que fue positivo para las labores agrícolas, pero a la vez erosionó los ingresos de los habitantes del campo, debido a que su descendencia, al pasar los años, naturalmente tuvo nuevas necesidades por cubrir, como ropa de moda, libros o nuevos inventos para hacer sus vidas más cómodas y modernas, tratando de alejarse del tradicional estilo de vida de sus padres. Eran el tipo de cosas en las que los habitantes de la ciudad estaban casi obligados en gastar parte de sus ingresos, para mantener el estatus, por supuesto. Y en muchas cosas los hijos de los rurales querían ser como los burgueses.

Sin embargo, al contrario que los habitantes del campo, los de la ciudad habían decidido tener menos hijos, máximo tres, a pesar de que la administración y la sociedad misma siempre incentivó a que las personas se casaran rápido y tuvieran varios hijos, para lograr el tan anhelado aumento de la población. En los centros urbanos habían decidido dedicar más tiempo a sus trabajos, y a sus vidas mismas, que a criar y cuidar hijos. Pero los rurales sí habían puesto en práctica con devoción y pasión el mensaje de reproducirse en serio. Y, por ello, muchos de sus hijos habían sido reclutados por el ejército, para servir a todos, y afirmaban con razón que la proporción de los rurales frente a los de la ciudad enrolados durante los últimos años en las fuerzas armadas arrojaba un resultado significativamente desfavorable para ellos.

La situación en esos años era de división, muchas veces con posiciones totalmente irreconciliables. Existían reclamos justos que debían ser atendidos rápidamente, antes de que las cosas se salieran de control, y todos lo sabían. La nueva sociedad había funcionado bien, casi hasta ese momento. 

Pero las cosas desde hace algún tiempo atrás empezaron a cambiar bastante.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora