18. El vuelo del Cóndor

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Aunque el Ejército Metropolitano había cercado y cerrado el lugar, muchos curiosos se acercaron para ver lo que pasaba esa tarde de martes en el antiguo campo de aviación, que varios años antes fue reconvertido en parque público, pero que aún contaba con la pequeña pista de aterrizaje de tierra de solo treinta metros de ancho, pero de un kilómetro y medio de longitud.

Lo primero que hicieron las tropas de la ciudad fue encargarse de limpiar el terreno. Retiraron las pequeñas piedras que se encontraban desperdigadas a todo lo largo de la pista, y luego la aplanaron lo mejor que pudieron, mientras otros grupos instalaban algunas carpas con equipos de comunicaciones en los jardines aledaños a la cabecera.

Los que pudieron observar la escena pensaron que se trataba de ejercicios que le habían encargado al ejército en el parque, pero las dudas aumentaron cuando vieron llegar un camión cerrado, del que al poco rato descargaron una extraña máquina cubierta por una lona oscura.

Al retirar la cubierta se sorprendieron al ver un dron militar de color gris, con las alas replegadas. En ese momento los que observaban los preparativos para el lanzamiento de la nave no creyeron que realmente lo fueran a utilizar, ya que no podrían comunicarse con el aparato ni dirigirlo, debido a que esto no era posible, a causa de la restricción de las comunicaciones electrónicas. Y, si es que lo iban a utilizar, si lo iban a hacer volar en realidad, era porque probablemente algo malo estaba ocurriendo, algo más allá de donde podían llegar los ojos de los mejores exploradores del cuerpo de cazadores de la milicia.

El Cóndor FZ-10 era un dron de observación de fabricación brasileña, encargado por la FAB allá por el 2039, cuando aún sucedían pocos conflictos armados sobre el planeta. Tenía once metros de largo, y con las alas desplegadas llegaba a los veinte metros de envergadura. Contaba con cámaras, sensores, instrumentos de navegación y equipos de comunicaciones. Su motor operaba con electricidad, por lo que su rango de vuelo dependía de la duración de sus baterías, que era de siete horas, tiempo suficiente para recorrer los valles, llegar a la costa, sobrevolar a lo largo del litoral para uno y otro lado, y cruzar de vuelta la cordillera hacia la seguridad del Valle de San Pedro.

Los trece del Primer Consejo y los dos generales se dirigieron a la sede del Consejo de Defensa, junto con sus asesores más cercanos, desde donde iban a observar los acontecimientos en una enorme pantalla instalada en la sala de situaciones ubicada en el sótano del edificio. Los operadores iban a dirigir los controles de la nave desde una habitación especial instalada de manera rápida en el techo del edificio, en el quinto piso, y los técnicos en la pista se encargarían de encender los motores y demás sistemas del aparato y dejarlo listo para el despegue.

Para cuando la aeronave no tripulada estaba lista para partir, casi toda la ciudad se hallaba atenta a lo que ocurría en el parque. Muchos más se acercaron al lugar al correrse rápidamente la voz y otros subieron a sus techos esperando ver el decolaje. Los más emocionados eran los más jóvenes, ya que nunca en su vida habían visto en vivo un aparato volador fabricado por el hombre.

A las dos y treinta de la tarde en punto, el Cóndor se movió lentamente por la pista, luego tomó velocidad, y levantó suavemente el vuelo con dirección sur. Poco a poco fue ganando altura, casi imperceptiblemente, y cuando alcanzó la necesaria, realizó una vuelta de prueba que lo llevó de regreso a la ciudad, por lo que pudo sobrevolar los suburbios y las laderas por unos minutos, para finalmente dirigirse de nuevo hacia el sur, esta vez hacia el largo viaje que le esperaba. Fue todo un espectáculo verlo despegar y partir en su misión.

Como nadie daba información en el parque, el cual permanecía totalmente acordonado, la prensa, junto a algunos curiosos, se dirigieron hacia el Consejo de Defensa para averiguar qué era lo que estaba pasando. La seca y breve respuesta fue que habría un comunicado oficial al día siguiente. La falta de información generó que todo tipo de rumores circularan por la ciudad, por todo el Valle de San Pedro y también por los valles cercanos. Unos opinaban que, si el dron había partido, era porque de seguro el peligro era inminente, que lo más probable era que fueran atacados pronto. Otros pensaban lo contrario, que, si el aparato había alzado vuelo, era porque los militares consideraban que era seguro establecer de nuevo las comunicaciones, y esto se debía a que era posible que ya no hubieran infectados que temer, que quizás ya estuvieran todos muertos. Y algunos otros, los más sensatos y serenos, los más escépticos, decían que lo más probable era que los militares, junto con los científicos, habían creado un nuevo sistema de comunicaciones que no pudiera ser detectado por el enemigo.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora