47. Un nuevo hogar

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Werner Hoth y Laura Miller fueron parte del primer grupo de refugiados al que se le permitió ingresar a Tambogrande antes de que finalizara el periodo de cuarentena. Algunos miembros del consejo local pasaron a buscarlos muy temprano aquella mañana, y poco tiempo después salieron del campo a bordo de una moderna camioneta para conocer su nuevo hogar. Primero recorrieron un camino empinado y zigzagueante de bajada a través del bosque, después llegaron a los campos agrícolas y las granjas, luego vieron las fábricas y los suburbios, hasta que finalmente entraron en la ciudad tras poco más de dos horas de viaje.

El valle de Tambogrande tenía una extensión bastante menor que el de San Pedro y la ciudad también era mucho más pequeña que su similar recién destruida. La geografía de la región era muy parecida a la de sus antiguos territorios, por lo que el paisaje de campos y bosques montañosos salpicados por casas y granjas les resultó acogedoramente familiar, al igual que la manera como habían organizado las diferentes actividades productivas dentro de su pequeño hábitat. Sin embargo, notaron una gran diferencia cuando entraron en la ciudad. Desde el inicio vieron que Tambogrande era mucho más moderna y futurista que su antigua metrópoli, desde las construcciones y vehículos, hasta la forma de vestir de sus habitantes.

La camioneta los dejó en un hermoso parque cerca del centro, y sus anfitriones los llevaron a pasear a pie por algunas de sus calles, antes de llegar a su destino final unas cuantas cuadras más allá. Cuando llegaron a la sede del Consejo, que era solo un pequeño edificio de dos pisos, fueron recibidos con amabilidad y cortesía por los trabajadores de la administración local, y luego Laura y Werner fueron invitados a pasar a una sala donde conocieron a los demás miembros, los nuevos colegas de su nuevo mundo.

—¡Buenos días! ¡Bienvenidos! ¡Paz! —los recibía así Marcus Docic, un consejero joven y alegre.

—Buenos días, consejeros, paz —respondieron ambos.

—Nos alegra mucho que estén aquí, en nuestra pequeña pero bella ciudad, y que ahora formen parte de nuestra austera administración. Y también nos alegramos por las vidas de los que están pasando aislamiento durante estos días. Pronto ellos también podrán ingresar a Tambogrande. Esperamos que el campo sea lo suficientemente cómodo y seguro para todos.

—Lo es, consejero Docic, nuestra gente está bien, se los agradecemos enormemente —le respondió Hoth.

—Es bueno escucharlo, mariscal, tratamos de hacer lo mejor que podemos por vuestros compatriotas, después de una guerra tan dura y sangrienta. Comprendemos el inmenso dolor que en estos momentos está atravesando su pueblo, por haber perdido tanto y a tantos en tan poco tiempo.

Ambos asintieron con respeto.

—Estamos seguros de que tienen muchas preguntas por hacernos, pero antes déjenme contarles algunas cosas en las que hemos venido trabajando, para que su gente se pueda asimilar a su nueva vida de la mejor manera posible. Lo primero, es que cuando ingresen a Tambogrande dentro de una semana, serán llevados a algunos lugares que hemos habilitado para que puedan vivir allí cómodamente, mientras se termina la construcción de nuevas casas y edificios residenciales, para que en poco tiempo los sanpedrinos puedan llevar una vida igual a la de los tambograndinos, así podrán integrarse de forma rápida a nuestra comunidad. Ya verán que les gustará mucho la vida aquí.

»Lo otro que quiero adelantarles es que ya tenemos a un equipo de profesionales listo para ayudar a las personas aptas a conseguir trabajo, y estamos seguros de que en pocos meses estarán todos laborando de nuevo, o estudiando, los más jóvenes. Sobre los servicios de salud, tienen garantizado el acceso gratuito a todos nuestros servicios sanitarios, y los heridos en combate seguirán siendo atendidos en nuestros hospitales hasta que se hayan rehabilitado completamente.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora