45. Post mortem

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—Mariscal Hoth, es un gusto verlo —le dijo Lukas Anders al entrar en la carpa de su jefe.

—Igualmente, Anders. Me alegra verlo de nuevo. —ambos se estrecharon las manos y se abrazaron, luego del saludo militar.

—¿Usted se quedó atrás, correcto, mariscal? Dirigiendo los ataques de la aviación contra los últimos que quedaron vivos.

—Sí, permanecí en el norte del valle unos días más, asesorando a los comandantes aliados. Los bombardeos aéreos fueron muy intensos contra los que huían de vuelta hacia el sur. Ya no deben quedar muchos de ellos, y los que siguen con vida de seguro morirán en poco tiempo por la radiación, la falta de alimento y sus mismas enfermedades. Volví en helicóptero, cuando los sobrevivientes llegaron a este campo.

—Sentimos claramente el rugir de los aviones pasar día y noche muy cerca de nuestra ruta. No cabe duda de que nos hizo mucha falta la aviación de combate durante la guerra.

—Sí, es cierto. Fue un grave error no haber desarrollado también una fuerza aérea. Fue parte del plan del ejército desde el inicio, pero fuimos conscientes de que ninguna aeronave logró llegar hasta San Pedro durante el éxodo, que no contábamos con suficiente combustible, que los materiales para construir aviones eran escasos, y que las necesidades urgentes de los refugiados en esos tiempos iban a destinar los recursos hacia otras actividades, para garantizar la supervivencia.

—Sí, señor, sumado a la restricción de las comunicaciones...

—Tiene razón, y por eso dejamos de insistir, y nos enfocamos en fabricar armas con menor tecnología, como la artillería y las ametralladoras, pero que iban a requerir igualmente de mucho acero. Hubo tanto por hacer, tantas cosas por mejorar, por fortalecer. Lo intenté de todo durante estos años, pero evidentemente no fue suficiente.

—Luchamos bien, señor, no tenemos nada que reprocharnos.

—Lo sé, general, pero perdimos a muchos buenos soldados. Prácticamente, a todo nuestro ejército, ya que solo el tres por ciento de las tropas logró salir con vida, entre soldados regulares y reservistas, y la mitad de estos son heridos.

—Las bajas son abrumadoras. Tanto en los militares como en los civiles.

—Tuvimos suerte los que sobrevivimos. Los generales Weiland y Harris no corrieron la misma suerte. Un obús le dio de lleno a su búnker. Y los generales Santander y McAllister cayeron luchando junto a sus tropas en la defensa de la ciudad. Nuestro ejército en estos momentos se reduce a poco más de quinientos hombres y mujeres, incluyendo los heridos leves.

—En la milicia los números son similares, señor.

—Sé que el mayor Alonso ya no está entre nosotros. Lo siento, Lukas, sé que eran buenos amigos. Tantos años luchando juntos en las fronteras.

—Sí, mariscal Hoth, en la milicia nos duele haber perdido a tantos buenos soldados, y, por supuesto, a Marco Alonso. La mayoría de cazadores cayeron defendiendo las líneas en el este y oeste de la ciudad, junto a los supersoldados, y el resto pereció dentro de la metrópoli durante los últimos días de combate, junto a las tropas aliadas que llegaron para reforzarnos.

—Del grupo de Alonso, ¿quiénes están aquí?

—Solo el teniente Silva y los dos novatos. Los afganos murieron cuando nos hicieron retroceder en el oeste, y el capitán Muller y el mayor Alonso cayeron durante los combates en la ciudad. Durante horas los restos de su compañía detuvo al enemigo en el centro, permitiendo que los que evacuaban por el norte pudieran salir a salvo.

—¡Mayer y Krasinsky lo lograron! Me alegra escuchar eso.

—Sí, señor, increíblemente salieron vivos. Y, además, protegieron y escoltaron a Tania Chernikova y su familia durante el escape de San Pedro y el camino hasta aquí. Tania, ¿la recuerda, mariscal Hoth?, la chica que salió en busca del otro refugio y que volvió con el ejército que nos ayudó a algunos pocos a escapar.

—Tania, sí, por supuesto que sí, la vi llegar en el primer helicóptero. La intuición y determinación de esa jovencita nos salvaron al final.

—Lo que usted dice, y algo más, fue lo que hizo que Tania nos advirtiera con tiempo del peligro al que nos íbamos a enfrentar, y que luego viera y emprendiera una ruta que la trajo hasta donde estamos ahora. Parece que tuvimos más ayuda que la que vino de las personas que aquí viven.

—Esos son los rumores, Anders, venimos escuchando algunas cosas increíbles desde que encontramos al ejército aliado. Y he oído muchas más desde que llegué a este campo.

—Al igual que yo, señor. En realidad, todos lo estamos escuchando.

—Ya sabremos pronto qué es cierto y qué no lo es.

—De acuerdo. ¿Qué pasará con nosotros?, ¿con nuestros soldados?

—Seremos absorbidos por el ejército de Tambogrande. Formaremos un solo regimiento, el 6.°, en honor al número de ejércitos que perecieron defendiendo San Pedro.

—Me parece un nombre acertado, señor.

—Por otro lado, he sido invitado a formar parte de su primer consejo, ya que soy el oficial sobreviviente de mayor rango. Nuestra experiencia es muy valiosa, Anders, lo que hemos aprendido durante la guerra. Además, mantendremos nuestros rangos, y a usted le será asignada una división del Ejército de Tambogrande, de la que formará parte también el 6.° Regimiento. Está a cargo de lo que queda de nuestro ejército.

—Gracias, señor, es un honor poder seguir sirviendo.

—A usted las gracias, general, sus cazadores presentaron una defensa aguerrida frente al enemigo, una de las mejores que he visto en mi vida.

—Lo sé, señor. Por otro lado, ya que menciona al Consejo, le cuento que mi esposa también ha sido invitada a formar parte de él, ya que fue la única sobreviviente del Primer Consejo de San Pedro, e igualmente consideran valiosa su experiencia en el campo de las ciencias y durante su breve paso por la administración central.

—¡Qué bien por Laura! Será un gusto trabajar a su lado.

—Está muy entusiasmada luego de que el Consejo de Tambogrande decida ampliarse de quince a diecisiete miembros para incluirlos a ustedes dos. Viene con ganas de trabajar para ayudar a la nueva sociedad que nos adopta con amabilidad. Y por los nuestros, por supuesto.

—Sí, a todos nos espera bastante trabajo por hacer, y tiempo por pasar, para reconstruir nuestras vidas. Pero en estas dos semanas de encierro no, Lukas, ahora descansemos, recuperemos las fuerzas, y reparemos el alma partida después de tanta angustia y muerte.

—De acuerdo, mariscal.

—Cenemos juntos hoy, eso sí. Hay algunas cosas que debemos definir antes de reunirnos de nuevo con nuestros aliados. Me han hecho llegar algunas botellas, brindaremos por los compañeros caídos.

—De acuerdo, señor, será un gusto cenar con usted.



La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora