Tania casi no pudo dormir. Los sueños, las voces, habían sido muy insistentes y hasta insolentes en su opinión. Pero aquella noche fue diferente, se sentía menos confundida, ya que le habían indicado claramente un lugar hacia donde ir, una ruta, un camino a seguir a través de los pasos ocultos en la cordillera, hacia el oeste, si es que quería ver por ella misma que lo que le decían era cierto, para que actuara de inmediato y alertara en serio a los demás. Y no solo se lo habían dicho, sino que recordaba la ruta, porque la había visto en sus sueños algunas noches. Por ello se sentía tan decidida de aventurarse un poco, calculando un nivel de riesgo aceptable para la situación.
A pesar de lo cansada que se sentía aquella mañana debido a la mala noche anterior, decidió que lo mejor era ir a ver por sí misma de qué se trataba todo esto, qué es lo que había más allá de aquel camino hacia lo alto de las montañas, a donde iban su padre y hermano de vez en cuando de cacería o buscando algo que pueda ser aprovechado por la familia, como algunas frutas silvestres o tubérculos andinos, algún material abandonado que pudiera ser aprovechable, y todo el metal que pudieran encontrar. Y también quería saber qué cosas no le quiso contar el coronel de fronteras del desayuno del día anterior.
S i quería ir, debería faltar a la escuela, nuevamente, lo cual no era usual en ella. Sin embargo, estaba decidida a recorrer la ruta indicada por las voces y sus sueños, y en vez de libros y cuadernos, alistó en su mochila algunos víveres, un par de botellas de agua, ropa abrigadora, una brújula, binoculares y su cuchillo de montaña, que su padre le regaló cuando cumplió doce, y también su bolsa de dormir, por si acaso, que había sacado antes de la casa sin que nadie la viera y que sujetó al exterior de su mochila.
Tomó un buen desayuno, se despidió como de costumbre y salió apurada, supuestamente hacia la escuela, pero inmediatamente tomó el camino por el que su padre y Sasha llevaban a pastar al ganado, subiendo por la ladera de la montaña, hacia el abra, hacia el oeste, fuera de los límites de Maizal y del Valle de San Pedro. No era la primera vez que hacía ese camino, no obstante, nunca había llegado más allá de la Cascada de los Nativos, ya que el resto de la ruta se tornaba agreste, fría y peligrosa. Su padre repetidas veces le había advertido sobre no ir más allá de la cascada bajo ninguna circunstancia, manteniéndose siempre dentro de la zona segura y conocida. Sin embargo, sabía que Sasha y él sí conocían bien el resto del camino, hasta la frontera, aunque dudaba si la ruta de sus sueños era una de las que ellos recorrían normalmente o era una nueva, desconocida para exploradores tan avezados como su padre y hermano.
Luego de hora y media de camino de subida llegó a la cascada, se detuvo a descansar y comió algo para reponer las energías; también aprovechó para llenar su cantimplora, que sacó a escondidas de la casa dentro de la bolsa de dormir. Se abrigó bien, se amarró fuerte los botines y emprendió la ruta de nuevo, esta vez hacia lo alto, hacia lo desconocido, en una misión fantástica que aún no llegaba a creer, que no había llegado a asimilar que todo esto le estaba sucediendo.
Siguió un estrecho sendero de piedras, construido por los incas como parte de su extensa red de caminos, el Qapaq Ñan, como lo llamaban en aquellos tiempos. Luego de cuatro horas de exigente subida, acompañada desde lo alto por algunos gallinazos que revoloteaban expectantes sobre ella, acechando, esperando a ver si caía muerta para aprovechar la presa fresca y dar rienda suelta a su instinto carroñero, llegó a una laguna que sí estaba en sus sueños, pero no así el camino principal, el más ancho, el que seguía hacia la cordillera. Lo que sí estaba en sus recuerdos era el pequeño sendero que bajaba hacia el Valle Central. Su padre le había enseñado siempre a seguir por el camino principal, el que fuera claramente más ancho, más trabajado, cuando se sintiera perdida en la ruta y tuviera que decidir entre dos o más caminos a seguir.
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La Última Guerra en la Tierra
Ciencia FicciónEn el año 2071, los pocos miles de sobrevivientes de la Tercera y Cuarta Guerra Mundial que escaparon del apocalipsis, la radiación y el contagio, hallaron refugio y recursos en la selva montañosa de los Andes orientales, donde lograron desarrollar...