33. Combate en la selva

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Las líneas de trincheras que cruzaban el bosque Sur de este a oeste se cavaron apresuradamente por los zapadores que se adelantaron a los ejércitos que se replegaron derrotados hacia el valle. Contaron con la ayuda de algunos batallones de tropas metropolitanas, encargadas de la defensa del valle de San Pedro y de la ciudad, y, además, muchos pobladores rurales y de la ciudad se sumaron con entusiasmo y de manera voluntaria a las labores de construcción de defensas dentro del bosque.

Desde que fue nombrado mariscal de campo pocos días antes de la batalla de La Muralla, Werner Hoth ordenó que de inmediato se iniciara el cavado de trincheras y la construcción de puntos fortificados en el bosque, llamados erizos, por la cantidad de ametralladoras y cañones de pequeño calibre con los que contaba cada reducto. Las líneas de trincheras se habían delineado de manera paralela y en zigzag, llegaban por ambos extremos hasta las cumbres de las montañas que rodeaban la parte sur del valle, y se comunicaban entre sí y con la retaguardia en otra serie de intrincados y estrechos caminos apenas despejados de vegetación.

 El bosque Sur señalaba el final del cañón Negro, y funcionaba como una barrera natural de seguridad, y una hermosa área de recreo y deporte en tiempos de paz. Luego del bosque empezaba el valle de San Pedro, con sus productivos campos agrícolas y granjas, seguidos por las zonas industriales y residenciales de los suburbios, para luego llegar a los barrios periféricos de la zona sur de la ciudad. Estos últimos se encontraban ya a solo cuarenta kilómetros del frente.

Aunque la decisión de construir trincheras dentro del bosque fue rápida, no lo fue así la de elegir al oficial que se encargaría de comandar a las tropas que defenderían esta zona. Al final, Hoth se decidió por el coronel Lukas Anders, debido a su valiosa experiencia en el tipo de combate que se iba a librar, y fue nombrado general de división del Ejército de Fronteras. Fueron enviadas al bosque las mejores tropas de cada unidad, la mayor parte soldados curtidos en batalla como los cazadores y las compañías de comandos del 1.er Ejército, que contaron con el apoyo en la retaguardia de las tropas del sur del valle, que ahora eran un solo ejército, el 1.er Ejército, que había absorbido a todo el 3.° y a los sobrevivientes del 2.°, y se había reforzado con algunos batallones del Ejército Metropolitano.

El general Anders distribuyó a las tropas lo mejor que pudo y se preparó para esperar al enemigo. Dos días después recibió noticias de Alonso, quien le informaba que los ejércitos invasores habían retomado su avance. Al siguiente día, los observadores los vieron llegar subiendo por la quebrada y a lo largo y ancho de las laderas boscosas del cañón, y la artillería pesada del valle abrió fuego de inmediato sobre sus columnas. Debido a lo empinado del terreno en aquella zona, las baterías de la retaguardia no pudieron mantener el ángulo de tiro por mucho tiempo, y los invasores lograron avanzar hasta el final del cañón, para encontrarse con la primera línea de trincheras, que empezó a barrer con ellos con todo el poder de fuego con el que contaban.

Los defensores además tenían la ventaja de combatir desde una posición más elevada que la de sus atacantes, por lo que pudieron mantenerlos a raya por algunas horas, pero al empezar a oscurecer era claro que deberían retroceder a la siguiente línea, y Anders ordenó el repliegue en todos los sectores. Desde la segunda línea, que era mucho más fuerte que la primera, esperaron el nuevo embate del enemigo, que se acercó protegido por la selva, sus escudos, y la oscuridad de la noche. 

Al anochecer completamente, pudieron ver las primeras bengalas en el cielo, señal de que habían entrado en el bosque y se movían hacia ellos, las cuales llenaron de fantasmales luces y sombras la selva, mientras cada pequeño paracaídas incandescente activado por el avance de los atacantes caía lentamente hacia tierra. Las bengalas permitieron divisar a los primeros que llegaron, y la segunda línea empezó a disparar a todo lo que se moviera, tanto a los cuerpos que se podían distinguir entre la selva como a las terroríficas sombras que se proyectaban sobre los árboles.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora