25. El grupo de Alonso

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El pelotón reforzado del mayor Alonso partió aquella misma noche, los veinte, y a las pocas horas recorrían rápida y sigilosamente los senderos que cruzaban los bosques ubicados en las partes más altas de la cadena de montañas, la cual bordeaba el lado occidental del cañón, que los cazadores conocían bien, al igual que los novatos. Sería una misión rápida y viajaron ligero, no llevaron consigo la mayoría de sus pertrechos y víveres, que hacían pesadas sus grandes mochilas durante las patrullas regulares, y en vez de ello decidieron llevar justo lo necesario para así poder cargar abundante munición, por si las cosas no salían como lo planeado. Ocultos por el denso bosque y la oscuridad de la madrugada, pudieron avanzar sin problemas, hasta llegar a encontrarse al amanecer a solo dos kilómetros por encima de las tropas de vanguardia enemigas, a una distancia y altura seguras.

En esa posición permanecieron observando a los ejércitos invasores por más de dos horas, mientras esperaban que despejara por completo la neblina de la mañana, manteniéndose ocultos e invisibles dentro del bosque de montaña, que en algunas partes de la selva altoandina aún se encontraba en estado de bosque primario, ya que no había sido nunca alterado por acción del hombre, excepto, claro, por las consecuencias del cambio climático sobre la vida en el planeta.

A través de los binoculares y las miras de sus rifles, pudieron identificar los puestos de mando del enemigo, y aquello no les fue tan difícil una vez la visibilidad fue buena, ya que, además de las carpas que habían montado, sus oficiales llevaban uniformes, guerreras militares, cascos e iban armados, a diferencia de la mayoría de sus infelices tropas, que iban vestidos como civiles harapientos, de apariencia notoriamente famélica. A los mandos enemigos los notaron de contextura robusta, incluso para tiempos de paz. Y aquellos eran los objetivos del grupo de cazadores, sus bien alimentados oficiales, y esperaban poder abatir a la mayor cantidad posible y a la vez escapar con vida. Algunos en el pelotón ya habían efectuado antes este tipo de operaciones con éxito durante las anteriores guerras, la mayoría de veces en acciones casi suicidas detrás de las líneas enemigas.

Alonso ordenó que la mitad del pelotón descendiera hasta una distancia de trescientos metros de los puestos de mando del enemigo, que, para suerte de ellos, habían sido levantados en los extremos del inicio del cañón, mientras que el grueso de las tropas se encontraba al centro. Alonso y el resto del grupo avanzarían unos cuantos kilómetros más con el mismo objetivo, pero buscando encontrar a las tropas que estaban estacionadas detrás. El grupo se dividió en dos, y ambas columnas avanzaron hacia sus nuevas posiciones. Muller, quien quedó al mando del primer escuadrón, ordenó que los cazadores estuvieran separados unos sesenta metros entre sí, para que la artillería enemiga no pudiera concentrar el fuego sobre una misma área cuando fueran detectados luego de que comenzaran los disparos.

Los cazadores de Muller tenían la orden de no atacar hasta una hora después, cuando el grupo que comandaba Alonso hubiera llegado a establecer sus posiciones, unos kilómetros más al sur. A las diez de la mañana ambos grupos abrirían fuego sobre los oficiales enemigos, y solo dispararían sobre estos, ya que tenían la orden de no desperdiciar tiempo ni balas en el resto de sus enfermas tropas. El capitán Muller y su pelotón identificaron algunos objetivos y no los perdieron de vista durante los interminables minutos de espera antes de que se iniciara el ataque. La señal la iba a dar el segundo pelotón, cuando oyeran los inconfundibles disparos de sus rifles.

El grupo de Alonso abrió fuego a las 10:03 de la mañana y el de Muller unos segundos después. Los tiradores empezaron a abatir sus objetivos con precisión y rapidez disparando sin cesar, mientras los oficiales enemigos intentaban protegerse de las balas que caían sobre ellos. Tardaron algunos segundos en darse cuenta de que estaban bajo ataque, y algunos más en identificar la dirección desde donde venían los disparos, y en el tiempo que pasó mientras buscaban desesperadamente protección en el terreno, los cazadores lograron matar o herir a muchos de ellos.

Cuando las ametralladoras enemigas abrieron fuego en respuesta, Muller ordenó la retirada y el pelotón subió por la ladera boscosa manteniendo la distancia hasta una posición de mayor altura, desde donde continuaron disparando algunos minutos más, hasta que la lluvia de balas y obuses que cayó sobre ellos los obligó a huir. El grupo se juntó en el camino e iniciaron el regreso, primero corriendo y luego a paso veloz, hasta llegar al lugar donde habían quedado con Alonso en reunirse de nuevo.

El mayor y su grupo llegaron media hora después, habían vuelto corriendo todo el camino y su ataque solo había durado cuatro minutos. Ambos pelotones intercambiaron los detalles sobre sus operaciones y se contaron cuántos oficiales había asesinado cada cazador. Unos decían que diez, otros quince, y algunos hasta juraron haber abatido a más de veinte. Y los dos escuadrones habían podido escapar enteros, solo con algunos pocos cortes y rasguños.

Alonso y Silva se acercaron de inmediato a Muller.

—Varego, no nos vas a creer a quién hemos visto —le dijo Marco Alonso.

—¿A quién?

—Y creemos que es el comandante enemigo. Lástima que solo pudimos herirlo en el brazo —agregó Silva.

—¿Quién?

—Samsonov, el general Anatoli Samsonov.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora