Laura Miller salió del edificio del Primer Consejo y se dirigió apresurada hacia el Consejo de Ciencias para reunirse con sus colegas. Las discusiones habían sido muy tensas durante todo el día, desde que se enteraron de que se había perdido la batalla del Valle y el ejército huía del enemigo en todos los frentes y ahora se dirigía hacia la ciudad.
Principalmente trataron sobre los planes de evacuación hacia el norte y se organizó un nuevo grupo de refugiados para ser custodiados en su viaje hacia la Cordillera del Este por un batallón de tropas metropolitanas, quienes luego volverían al encontrarse a mitad de camino con sus compañeros que protegían a los que ya habían salido de la ciudad y del valle en las semanas previas.
El pánico que reinaba en el Consejo de Ciencias se reflejaba multiplicado en las calles. La ciudad en ese momento se hallaba repleta de miles de refugiados que habían llegado desde todas partes. Las personas corrían de un lado a otro llevando bultos, los burócratas quemaban documentos en los exteriores de sus oficinas, y los soldados de la ciudad marchaban apresurados hacia el frente cargados de armas y munición, que ahora se había establecido en los suburbios. Muchas familias se unieron a los grupos que se preparaban para evacuar la ciudad, pero muchas otras decidieron quedarse en la metrópoli, cerca de la protección de sus hijos, hijas, padres, madres, hermanos, hermanas o esposos que combatían en el frente.
Al día siguiente, las primeras unidades del ejército y la milicia en retirada empezaron a llegar a las líneas exteriores de defensa que los ciudadanos habían cavado y construido rápidamente durante las últimas semanas, y las tropas que no habían sido heridas de gravedad se sumaron a los trabajos sin casi haber descansado luego del largo y agotador repliegue. La mayor parte de los trabajadores civiles decidió unirse al esfuerzo defensivo de una manera más activa, y pronto se organizaron algunos batallones de voluntarios a los que les entregaron armas y equipos, para luego recibir un rápido entrenamiento básico en la retaguardia.
Cuando Laura llegó a su sede, los científicos trabajaban sin descanso preparando el traslado y salvación de los activos más preciados, como libros, manuales, investigaciones, discos duros y muchos otros artículos y equipos que consideraron imprescindible preservar. La doctora Miller convocó una reunión con los jefes de las distintas ramas, y pronto empezaron a debatir acaloradamente sobre qué cosas salvar y cuáles no.
Luego de dejarlos discutir por algún tiempo, pidió la palabra.
—Ciudadanos, este debate es en vano. No se podrá salvar mucho de lo que con tanta pasión defienden preservar.
—¿A qué se refiere, doctora Miller? —preguntó el doctor Stevenson.
—Como saben, vengo del Primer Consejo. Las noticias no son buenas. — hizo una pausa—. Quizás no haya tiempo ni sea posible poder trasladar todas las cosas que veo están embalando. La última batalla fue muy dura, y no solo ha cedido el frente en el sur del valle, también nos estamos retirando de las cordilleras, la milicia no pudo detener al enemigo ni en el este ni el oeste.
—Eso es imposible. Debe tratarse de otro retroceso estratégico más —dijo Paulo Ricardi, el médico principal del Consejo de Ciencias.
—Coincido con el doctor Ricardi —dijo Stevenson—. Aún quedan muchas batallas antes de ser totalmente vencidos. Confiamos en las tropas y en nuestras defensas, pero debemos prepararnos para evacuar junto con lo más valioso que decidamos salvar.
—Lo más probable es que no se pueda evacuar casi nada de esto. Y también lo es que muchos de ustedes tampoco lo puedan hacer.
—¿De qué está hablando, Laura? —le preguntó la doctora Natalia Sáenz, su mejor amiga en la sede.
—De que el enemigo ha recibido importantes refuerzos, que han traído más armas y tropas en condiciones de luchar, que pronto estarán muy cerca de nosotros, que el ejército ha sufrido grandes bajas durante las últimas batallas y, además, se ha perdido muchísimo armamento, y que corremos el riesgo de que la ciudad quede completamente sitiada en pocos días.
El profundo silencio que se produjo hizo que la sala se estremeciera aún más.
—En efecto, las noticias no son buenas, para nada. No solo es que se haya perdido la última batalla y que el ejército se esté replegando nuevamente, siguiendo una estrategia clara, como antes. La situación ha cambiado drásticamente en los últimos días.
—Toda esta información, todo este conocimiento, no podemos abandonar todo lo avanzado, el desarrollo conseguido hasta el día de hoy es impresionante —dijo alarmado el doctor Stevenson.
—Lo sé, doctor. Siento la misma lástima y desazón que todos ustedes.
—¿A qué te refieres, Laura, en que muchos de nosotros no podremos evacuar la ciudad? —le preguntó la doctora Sáenz.
—En que la mayoría de nosotros tendremos que sumarnos a los esfuerzos bélicos. Los que estemos en condiciones de combatir deberemos tomar un rifle y prepararnos para defender la ciudad junto con las tropas. Es la única opción que nos queda si es que queremos salvarnos. A nosotros mismos, a todo este conocimiento, y a lo que queda de civilización y humanidad en el planeta. O moriremos intentándolo.
Laura Miller guardó silencio y miró a cada uno de los presentes.
—Confío en que lo que nos cuenta es cierto, doctora Miller —dijo el doctor Ricardi, después de unos segundos—. Me uniré a la defensa.
Laura asintió.
—Yo también —dijo Sergio Michelin, uno de los científicos más ancianos—. Siempre soñé con pelear en una guerra, y es claro que llegó la hora de tomar un fusil y algunas granadas para defendernos de quienes quieren acabar con nosotros.
—Igual yo, me uniré a la lucha. No esperaremos a que lleguen a los muros de la ciudad vieja para hacer algo —dijo su amiga Natalia.
De los veintiocho científicos presentes, veintitrés se ofrecieron para unirse a las tropas en la defensa de San Pedro. Laura les pidió que reclutaran más voluntarios entre sus colegas y subordinados, y la mayoría de ellos, menores en edad y mejores en condiciones físicas que sus jefes, se sumaron al esfuerzo defensivo con entusiasmo, pero también con mucho temor. Se decidió también que los que se unirían al grupo de refugiados que partiría esa misma noche, podrían llevar consigo solo lo que pudieran cargar ellos mismos, por lo que muchos científicos encargaron a sus colegas la salvación de lo que consideraron más preciado preservar, aunque no fue mucho, ya que los viajeros deberían también cargar con su propio alimento y protección.
Luego de terminada la reunión, Laura bajó apresurada hacia el sótano del edificio, donde se ubicaban las instalaciones de la Gerencia Genética, incluidos su laboratorio y despacho. Cruzó rápidamente los diferentes espacios hasta llegar al fondo del lugar, sacó un juego de llaves de su saco y abrió una pesada puerta de metal. Luego, bajó unas largas escaleras, llegó a un descanso y abrió otra puerta aún más pesada que la anterior. Entró en un frío y amplio ambiente, y se detuvo un momento a observar. Tras esto, se acercó a una de las decenas de congeladoras que había en su interior, y la abrió con una llave especial, de la cual solo ella y otra persona más tenían copia.
La doctora Miller se encontraba en la Bóveda de Especies, la reserva de ADN del refugio, donde se preservaba congelado el material genético de todas las especies animales, vegetales y microscópicas que habitaban la tierra antes de la Tercera Guerra Mundial, recolectado, conservado y transportado minuciosamente por científicos sobrevivientes de muchas partes del planeta hasta esta región de Sudamérica.
Mientras observaba las muestras dentro del congelador, una poderosa angustia se apoderó de ella. Mucho de lo que la rodeaba en esos momentos no podría salvarse, y ese ADN se perdería para siempre. Pero algo sí podría salvar, pensó, llevar consigo misma, si lograba mantenerlo en estado de frío.
Tenía mucho trabajo por hacer, y la decisión de qué especie preservar para el futuro y cuál iba a desaparecer para siempre, iba a destruir su alma durante los siguientes días.
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La Última Guerra en la Tierra
Bilim KurguEn el año 2071, los pocos miles de sobrevivientes de la Tercera y Cuarta Guerra Mundial que escaparon del apocalipsis, la radiación y el contagio, hallaron refugio y recursos en la selva montañosa de los Andes orientales, donde lograron desarrollar...