23. Repliegue a La Muralla

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Los restos del 1.er Ejército, seguidos por las tropas del 2.° del general Battory, continuaron su ascenso ininterrumpido en una larga y gruesa columna que serpenteaba por la ancha quebrada hacia las puertas de la fortaleza conocida como la Muralla, quince kilómetros más arriba, que iban a ser clausuradas luego de que entrara el último combatiente en su retirada hacia el norte. Las tropas, cansadas y desmoralizadas, fueron recibidas en el orden que fueron llegando por el personal sanitario de la base. Los heridos fueron atendidos y clasificados según la gravedad de sus heridas, y el resto de soldados se reunió de nuevo con sus unidades para alimentarse, recargar munición, recibir las indicaciones de sus mandos y descansar.

La Muralla era una serie de fortificaciones enclavadas en la parte más alta del cañón, antes de llegar al inicio del alto Valle de San Pedro, donde treinta kilómetros más allá se levantaba la ciudad del mismo nombre. Su poder defensivo radicaba en los enormes y gruesos muros de más de veinte metros de altura que recorrían la quebrada de lado a lado por más de seis kilómetros, hasta lo alto de las montañas, asemejándose su parte central a una enorme represa de piedra, pero cubierta totalmente de vegetación. A los locales la construcción les hacía recordar a la antigua fortaleza inca de Sacsayhuamán, que por décadas protegió a los habitantes del Cusco de los ataques de los reinos vecinos.

Era en esta fortaleza donde debían resistir al enemigo, donde lo combatirían con todas sus fuerzas, ya que, si lograban pasar, si superaban la Muralla, el camino hacia el valle de San Pedro iba a quedar prácticamente abierto, y sería casi imposible detener la arremetida debido a la superioridad y brutalidad de las tropas invasoras. Los observadores de artillería en lo alto de las montañas los siguieron sin descanso, viendo que se habían detenido a los pies de la entrada del cañón para reagruparse antes de iniciar la subida. La artillería pesada del 3.er Ejército, a la que se habían sumado los cañones de campaña que el 2.° pudo trasladar hasta la base, se mantenían en sus posiciones, apuntando la mayoría hacia la parte baja del cañón Negro, por donde se esperaba que aparecieran los invasores. 

Los responsables de la fortaleza se encargaron de retirar casi toda la vegetación que cubría los muros a modo de camuflaje natural, para así evitar que puedan ser escalados fácilmente. La vista de la impresionante muralla desnuda causó una gran impresión y aumentó la confianza entre los defensores, debido a sus abrumadoras dimensiones y la solidez de su construcción.

Los generales evaluaban la situación desde una de las torres de la fortaleza, antes de que cayera la noche.

—La Muralla resistirá, aquí los detendremos y los acabaremos —decía con seguridad el general Santander, comandante del 3.er Ejército y jefe de la base.

—No podrán subir sus tanques por el cañón, por lo inclinado y escarpado, que además ha sido totalmente minado por mis zapadores durante la retirada. Hasta allí llegaron sus blindados —agregó el general Battory.

—No estemos tan confiados, señores, artillería si podrán traer y ya nos han sorprendido recientemente —añadió el general Harris.

—Debemos golpearlos duro durante su ascenso, hay munición suficiente para los cañones y las ametralladoras —agregó el general Weiland, que había llegado a la base desde la ciudad ese mismo día.

—General Santander, ¿cuál es la situación de los flancos? —le preguntó Hoth.

—Las partes altas del cañón y la frontera oeste están cubiertas por el 4.° y el 6.° regimiento, cada uno cuenta con más de mil hombres. Además de las compañías de cazadores que custodian las partes occidental y oriental de la frontera —respondió Santander.

—Igual no les será difícil penetrar por los flancos y rodearnos. La Muralla no es infranqueable, lo es en sus partes más vulnerables, si es que llegan desde el oeste o el este —continuó Hoth con el asunto, buscando que Weiland de la orden de reforzar los flancos, principalmente el occidental.

—General Santander, creemos que sería mejor reforzar los flancos, ya que la solidez del muro central es evidente. El 1.er y 2.° Ejército pueden enviar un regimiento más cada uno, hacia el este y oeste del cañón —ordenó Weiland, comandante en jefe de las fuerzas armadas.

—De acuerdo, general, me parece bien, toda ayuda es bienvenida — respondió Santander.

Harris y Battory estuvieron de acuerdo con el plan.

—Esperamos contar con dos o tres días de preparación antes de que inicien el ascenso —añadió Weiland—. Aprovechemos el tiempo que nos otorga el enemigo para mejorar nuestras defensas.

—De acuerdo, señor —respondieron todos.

—Por otro lado —dijo Hoth luego de un momento, incluyendo un nuevo asunto a considerar—, ¿no les parece interesante, que, en la última batalla, hayamos sido atacados por tropas con armas automáticas?

—Sí, general, me parece muy interesante —respondió Weiland, viendo hacia donde quería llegar Hoth.

—Estoy seguro, señores —continuó Hoth—, que aquellas son tropas de élite, soldados con experiencia en combate, en acciones tácticas, no peleamos ya más contra una banda de bestias inmundas con escaso cerebro y armas primitivas.

—Es correcto, general. Estamos recibiendo además ataques de blindados y el enemigo cuenta también con abundante artillería —agregó Harris—. Sus acciones están bien planeadas y resultan eficaces. Nos vienen superando constantemente, y la manera como penetraron esta mañana a través de las líneas del 1.er Ejército demuestra que estamos combatiendo ante un enemigo muy diferente. Uno inteligente y preparado.

—Díganme, ¡contra quién creen ustedes que estemos luchando en realidad? ¿Qué general que pueda haber combatido antes de nuestro lado o en el bando contrario podría estar dirigiendo sus ejércitos? ¿Quién se les viene a la cabeza? —soltó la complicada pregunta Weiland.

—No lo sabemos aún —respondió Harris—, pero esperamos que el mayor Alonso nos lo diga a su regreso.

Los militares permanecieron en la torre unos cuantos minutos más, algunos observando por sus binoculares, mientras el resto contemplaba el horizonte, recorriendo sus pensamientos en silencio. El ataque a la Muralla empezaría en pocos días y no era seguro que esta pudiera resistir. En realidad, nunca antes había sido probada en batalla. Y, si el destino les era adverso y la Muralla era finalmente superada, el peligro de muerte para los habitantes del Valle de San Pedro, incluyendo a los de la ciudad, se hacía real.

Debían mejorar las fortificaciones de la retaguardia, principalmente las de la ciudad. Debían dar aviso al Primer Consejo para iniciar la movilización general cuanto antes. Casi todos deberían trabajar en la construcción de la defensa del último bastión de la civilización, y eso significaba guerra total. Weiland envió a sus emisarios para que informen sobre la situación en el frente, acompañados de las urgentes peticiones del ejército, en refuerzos, armas, munición, víveres y pertrechos, que debían fluir de manera constante desde las fábricas y depósitos hacia el frente. 

El viejo general esperaba que el Primer Consejo accediera nuevamente a todos sus requerimientos. Pero declarar el estado de guerra total, eso no era seguro, probablemente aún no.



La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora