27. Al norte

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Los Chernikov partieron al amanecer, luego de alistar y cargar a los caballos. Se despidieron de Katerina y Vasily con fuertes abrazos, y estos les desearon buena suerte y paz en su viaje. El inicio de la ruta lo hicieron trotando, bordeando el pueblo, para luego emprender el galope por las trochas de tierra del valle, con dirección norte. A mitad de camino pararon a descansar al lado del río, mientras disfrutaban de las empanadas de queso que les había preparado Katerina. Querían avanzar rápido, por lo que reemprendieron la ruta al poco rato, pensando en llegar al final del valle antes de que cayera la noche.

El extremo norte del valle de San Pedro se encontraba a una mayor altitud y el clima era más frío, debido a ello en las laderas ya no se veían los frondosos y verdes bosques saturados de árboles, que eran parte del paisaje habitual de los valles y cañones de la selva alta. Allí acamparon aquella noche, y luego de descansar algunas pocas horas, partieron de madrugada, cuando aún estaba oscuro, e inmediatamente giraron hacia el oeste, dirigiéndose en zigzag hacia la cordillera por los estrechos caminos de herradura que la milicia solía utilizar, acompañados por el impresionante telón de fondo que representaba el despejado y oscuro cielo andino, completamente lleno de estrellas y donde la vía láctea se podía ver claramente cruzando el firmamento.

Al mediodía llegaron al puesto Delta, que estaba custodiado por una compañía de cazadores. Luego de presentarles los papeles que los autorizaba a recorrer aquellas peligrosas rutas, bordeando la frontera, mientras les contaban a los asombrados milicianos sobre la importancia de su misión, fueron invitados a almorzar con ellos. Sasha pudo conversar sobre armas y tácticas de combate con algunos cazadores, y muchos más quedaron encantados y rieron a carcajadas mientras escuchaban a Tania contarles cómo había hecho para colarse en el Consejo de Defensa por la cocina, para luego abordar al coronel Lukas Anders, a quien conocían bien, mientras desayunaba con su esposa.

Sin tiempo para la acostumbrada sobremesa, se prepararon para continuar su camino. Un par de novatos que se habían hecho cargo de los caballos ya los habían descargado, ya que a partir de allí la ruta tendría que ser a pie. Ambos les dijeron con alegría que no se preocuparan, que se encargarían de llevar los animales de vuelta con su dueño en la ciudad. Algunos cazadores los ayudaron a ponerse sus pesadas mochilas encima, mientras el capitán Rodríguez, el jefe de la guarnición, les alcanzaba algunos datos importantes sobre la ruta que seguirían, resaltando la poca presencia de infectados que iban a encontrar si continuaban por el camino que iba de sur a norte bordeando las alturas de la cordillera.

Algunos cazadores los acompañaron por un tiempo durante el reinicio de su ruta, para luego despedirlos y desearles suerte. La familia continuó por un estrecho camino de tierra y piedras que cruzaba por las laderas de los cerros, obligándolos a recorrer sus anchos contornos. A pesar de que el camino era generalmente plano, las subidas y bajadas que siempre se encuentran en los trechos que recorren las montañas hicieron que sus mochilas y el armamento que llevaban consigo se sintieran muy pesados. Yanko había decidido llevar buena cantidad de víveres, munición y algunos equipos útiles para cruzar la cordillera, y otros más para mantenerse abrigados durante las frías noches que se soportan a aquellas alturas.

Pero la que más sintió el peso y la dificultad de la ruta fue Tania, ya que, a pesar de que varias veces había ido de excursión con su familia y estaba acostumbrada a cargar el peso de una mochila, aquel día el esfuerzo fue demasiado para una joven tan delgada como ella, con mucho más cerebro que músculos. 

Esa noche acamparon a la mitad del cerro, soportando intensos vientos, con una temperatura que descendió hasta los quince grados bajo cero. A pesar de haberse puesto encima toda la ropa que llevaba consigo, estar dentro de su bolsa de dormir, protegida por una buena carpa de montaña, y pegada o, mejor dicho, aplastada por su padre y hermano, sintió un frío como nunca antes había sentido en su vida.

¿Serían cuántos días más para llegar a la selva alta de nuevo?, ¿cuatro o cinco? ¿O más? ¿Y desde allí hasta donde y por cuánto tiempo? Eso no lo tenía claro en sus recuerdos, en la ruta en su cabeza. Si lo pudo soportar un día y una noche, pensó, lo podría soportar los días que fueran necesarios. Sabía que su cuerpo se iba a acostumbrar en los días siguientes al poco oxígeno y al frío extremo, y podría seguir a su padre y hermano sin que se le adelantaran tanto. Tenían una misión muy importante y la fuerza que le daba la adrenalina por el viaje emprendido, sumado a las hojas de coca que iba masticando de vez en cuando, le iban a otorgar la fuerza que necesitaría. 

Pero esa noche no, el agotamiento era demasiado. Al poco rato dejó de pensar y se quedó profundamente dormida.



La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora