42. Asedio

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Sin darles respiro, las baterías enemigas continuaron machacando con fuerza el frente centro mientras sus ejércitos rodeaban la ciudad. Grandes explosiones destruían las trincheras y fortificaciones, causando centenares de bajas entre militares y civiles por igual, y cada obús que golpeaba el suelo hacía volar la tierra por los aires y llenaba el cielo de humo. Tampoco dejaron de disparar en ningún momento sobre la ciudad, y las paredes y techos de los edificios cayeron sobre los que corrían de un lado a otro buscando desesperadamente refugio en los sótanos atestados de personas. Poco tiempo después de completado el cerco, los disparos sobre las líneas y la ciudad llegaban desde todas las direcciones, y el antes tranquilo, apacible y ordenado San Pedro se convirtió en un campo de llamas, humo, escombros y cuerpos.

Los generales discutían a gritos en su búnker mientras las balas explotaban a su alrededor. Weiland insistía en mantener las posiciones y resistir a toda costa, pero Hoth, fiel a su estilo de hacer la guerra, y aferrándose a lo que quedaba de su plan de defensa y de su ejército, argumentaba con razón que ya poco era lo que le quedaba de eficacia defensiva a las líneas en los exteriores de la ciudad, y que no podrían resistir por mucho tiempo más. Lo que finalmente convenció a Weiland no fueron los acertados argumentos de Hoth, sino el último reporte de bajas que recibieron durante la madrugada. Habían perdido a casi todo lo que quedaba del ejército y la milicia defendiendo los suburbios, y también la mayor parte del poco armamento con el que contaban para defender la ciudad, y muchos de los civiles que lucharon junto a las tropas estaban también muertos o heridos, y el resto huyó de sus posiciones para retornar a la ciudad buscando refugio o a sus familias.

Al amanecer, los generales dieron las órdenes respectivas, y en pocos minutos las últimas tropas que aún se encontraban luchando abandonaron sus maltrechas posiciones y se dirigieron hacia el interior de la ciudad vieja. El plan ahora era convertir San Pedro en un Stalingrado o Berlín, utilizando los edificios en ruinas y los escombros que cubrían las calles como improvisadas defensas que dificultarían el avance del enemigo cuando iniciaran el asalto final. Las cansadas y desmoralizadas tropas ocuparon los mejores lugares que pudieron hallar dentro de su destruida ciudad y se prepararon para esperar el inicio de la última batalla. Eran pocos los soldados con experiencia que quedaban vivos, por lo que la mayoría de los batallones que se preparaban para defender el escaso terreno que aún conservaban estaban conformados por adolescentes, mujeres y ancianos.

Al ver que las últimas tropas abandonaban el frente en los suburbios, los comandantes enemigos ordenaron el avance general sobre la metrópoli. Los cazadores que aún permanecían con vida se ubicaron en los muros exteriores y las ventanas de los edificios, y empezaron a abatir a los mandos enemigos esperando hacer su avance más lento. Algunas decenas de baterías pesadas fueron emplazadas en el antiguo campo de aviación e iniciaron una frenética descarga sobre las columnas invasoras, pero los enormes ejércitos enemigos continuaron la marcha de forma ordenada sin detenerse ni un momento.

La artillería enemiga dejó de disparar sobre la ciudad y concentró sus balas hacia los grandes boquetes que habían abierto en los muros, y por la tarde su vanguardia logró ingresar a la ciudad desde todos los flancos. La guerra ahora se libraba en las mismas calles de San Pedro, casa por casa, calle por calle, habitación por habitación, y también en los parques, plazas y sótanos. Los defensores lograron causar enormes bajas entre los primeros que entraron en la ciudad, deteniendo la arremetida por algún tiempo, ya que aún contaban con algunas decenas de ametralladoras, morteros, lanzagranadas y cañones de campaña. Los más jóvenes iban y venían corriendo incansables llevando municiones desde el centro hacia las líneas en el frente, y el personal médico, ayudado por muchas mujeres, atendían a los heridos que iban llegando por cientos a los hospitales y a las postas instaladas de manera improvisada a último momento en varias partes de la zona central de la ciudad.

La Última Guerra en la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora