Luego del derribo del Cóndor la sala de situaciones se convirtió en un caos, y Josep Durruti tuvo que elevar la voz para que todos guardaran silencio y recobraran un poco la calma.
—¡Ciudadanos!, es claro que no tenemos tiempo que perder en las discusiones y debates habituales. Debemos tomar decisiones, ahora. Permítanme hablar por todos ante los generales presentes.
Los consejeros guardaron silencio y volvieron a tomar asiento, mientras los militares se mantuvieron de pie.
—Señores, hemos quedado impactados por lo visto en los monitores y entendemos la gravedad de la situación de manera muy clara. —los demás asintieron—. Por lo tanto, tendrán todo lo que pidieron y mucho más, lo que necesiten. Las fábricas operaran a su máxima capacidad, la gran mayoría de ellas, dedicadas exclusivamente a la producción de armamento y todo lo que el ejército requiera para una adecuada defensa. Contarán con los materiales y la fuerza de trabajo necesaria, en las fábricas y en las minas. Y se activará a la reserva, esta misma noche.
Los generales asintieron. Estaban algo sorprendidos por el decidido apoyo que encontraron en el Consejo, pero entendieron que no podía ser menos debido a la situación.
—No les quitaremos más tiempo, por ahora. Deben continuar con los preparativos para la defensa, redoblando los esfuerzos. Nosotros mientras tanto redactaremos un comunicado, que será transmitido a la población a las nueve de la noche.
Los consejeros y los generales estuvieron de acuerdo con lo expuesto por el profesor, y la reunión fue levantada. El comunicado, que fue leído en plazas y calles, pegado en carteles por toda la ciudad, y que pronto fue llegando a los pueblos y casas en toda la región en las siguientes horas por medio de los chasquis, decía escuetamente lo siguiente:
A todos los habitantes,
EL PRIMER CONSEJO DECLARA EL ESTADO DE GUERRA
De manera inmediata se activa y moviliza a la reserva, los del primer y segundo llamado, presentarse a la brevedad a sus cuarteles asignados.
Las actividades productivas priorizarán la fabricación bélica, la extracción de minerales y el aprovisionamiento del ejército, de acuerdo al plan establecido.
Los trabajadores esenciales serán informados sobre sus nuevas asignaciones en sus actuales puestos de trabajo.
El resto de la población deberá permanecer en sus casas o granjas hasta nuevo aviso.
Se emitirá un nuevo comunicado a las 15:00 horas del día de mañana.
Los habitantes de San Pedro entendieron rápidamente el mensaje. Habría guerra, y el peligro era mayor, de otra manera se hubiera declarado el estado de emergencia, como algunas veces se hizo en el pasado. La falta de mayor información generó nuevamente todo tipo de rumores, ya que muchas personas esperaron en vano el arribo del Cóndor, sumado a que empezó a llegar información desde los pequeños poblados cerca de las fronteras, que reportaban combates intensos e infiltraciones en el oeste y suroeste.
El pánico se apoderó de la mayoría, a pesar de que no llegaron a saber hasta mucho después sobre el colosal tamaño del ejército invasor que se estaba abalanzando sobre ellos en esos precisos momentos. Las madres sufrían por sus hijos, hombres y mujeres, que recién cumplían la edad militar, llamados a incorporarse de manera inmediata al ejército. Las novias y esposas lloraban por sus amantes a punto de partir hacia la batalla, y los familiares de los militares en actividad, principalmente los de la Milicia de Fronteras, se hundían en la preocupación por lo que sus seres queridos estaban seguramente ya soportando, y, además, tenían en claro que la posibilidad de que quizás nunca más los volvieran a ver era muy alta.
Esa noche nadie durmió. Al día siguiente, muy temprano, los que no fueron movilizados estaban de vuelta en sus trabajos, principalmente los industriales, esperando a que les dijeran cuál tarea iban a realizar a partir de ese momento. Muchos permanecieron en sus mismas fábricas, pero muchos otros fueron reasignados a otras industrias y otros miles más fueron destinados a las minas de la cordillera, principalmente los trabajadores agrícolas. Los industriales sabían que deberían adaptar sus fábricas, y de manera muy rápida, a la producción de armamento y municiones, principalmente cañones, morteros, explosivos, minas terrestres, ametralladoras y fusiles, y otros muchos equipos y artículos que requería el ejército, como cascos, chalecos antibalas, lentes de visión nocturna o cantimploras, y también otros productos no menos importantes como material médico y marmitas para las cocinas de campaña.
Así se había planificado, mucho tiempo atrás, y los planes se habían ido actualizando y mejorando cada año. Existía un plan para todo, y con base en esos planes es que la mayoría de los recursos fueron destinados al esfuerzo bélico, tanto los humanos como los materiales, ya que de otro modo no habría manera alguna de ganar esta nueva guerra.
El Consejo y los militares sabían que pronto se realizaría un tercer y un cuarto llamado de reservas, y eso incluía a casi la totalidad de los adultos varones y las mujeres sin hijos pequeños en edad militar. Y que, si las batallas por venir no se ganaban y no se detenía la invasión, y el enemigo lograba avanzar cada vez más, se tendría definitivamente que declarar la guerra total, der totalen krieg, y eso significaba movilizar a casi toda la población, más de medio millón de personas, con excepción de los niños menores de doce años y los ancianos mayores de setenta y cinco, y que seguramente estos dos últimos grupos se convertirían en refugiados y tuvieran que emigrar lejos buscando un lugar más seguro.
Pero ese momento no había llegado aún, por lo que todos se dedicaron a sus antiguas o nuevas labores con energía, esperando sumar de manera importante en el esfuerzo defensivo. En la ciudad la vida seguiría su curso casi normal, por el momento, pero nadie sospechaba que sus vidas iban a cambiar tan dramáticamente en las siguientes semanas. Solo el Consejo y el ejército lo sabían casi con certeza.
Y en esos momentos, aunque no lo dijeron abiertamente, desconfiaban de su fortaleza militar y reconocían lo vulnerables que eran ante un enemigo de esa clase.
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La Última Guerra en la Tierra
Science FictionEn el año 2071, los pocos miles de sobrevivientes de la Tercera y Cuarta Guerra Mundial que escaparon del apocalipsis, la radiación y el contagio, hallaron refugio y recursos en la selva montañosa de los Andes orientales, donde lograron desarrollar...