Laura Miller se sorprendió al oír la puerta abrirse. Era más de medianoche pero aún seguía despierta, ya que hacía poco había vuelto del trabajo. La única reacción posible en esos escasos segundos fue la de voltear la cabeza hacia la entrada de la casa, y para su alivio, vio a su esposo sonriente cruzar la puerta.
—Hola, mi amor —le dijo al verla.
Laura corrió a abrazarlo con fuerza.
—Se ve que me extrañaste —le dijo Lukas con una sonrisa aún mayor, mientras ella seguía prendida a él.
—¡Sí, sí, no sabes cuánto!
—Y yo a ti, muchísimo —le respondió, mientras se llenaban de besos.
—Sí, lo noto... aquí, Lukas —dijo de manera pícara con una sonrisa y lo estrechó—. ¿Por qué no me dijiste que venías?
—No sabía que venía. Lo supe recién hace unos días.
—Pero no te tocaba venir hasta dentro de un mes más.
—Es verdad, pero fui llamado con urgencia.
—¿Por qué?, ¿ha pasado algo?
—Bueno, sí.
—¿Qué cosa?
—Te lo contaré luego. Ahora dime, ¿cómo estás?
—Sola, sin ti. El trabajo me mantiene ocupada, como siempre, así el día se pasa más rápido. Aunque las noches y los fines de semana son eternos.
—¿Y cómo van las cosas en el Consejo?
—En general, bien. También te contaré sobre eso luego.
—Okey, preciosa, qué bueno escucharlo.
—¿Sabes qué? Llegas en muy buenos días.
Lukas puso cara de interrogante, pero la mirada que ella le dio le hizo entender al instante a lo que se refería.
—Ah, ¿sí? —le dijo con una sonrisa aún más grande.
—Sí, mi amor. Ven, vamos arriba.
Esa noche no durmieron. Pasaron el resto de la madrugada despiertos, haciendo el amor, una y otra vez, conversando, sin parar de besarse, de acariciarse, de mirarse. Dos meses sin verse era demasiado tiempo. Solo podían contentarse con recibir una carta de vez en cuando por medio de los chasquis debido a la restricción de las comunicaciones electrónicas. Ambos sentían la angustia de la falta de contacto físico, de no pasar tiempo juntos, de no verse todos los días, de que sus vidas no fueran partes completas la una de la otra.
Ese momento ya llegaría, esperaba ella, pero sobre Lukas no estaba tan segura. Sabía que le había prometido una y otra vez que en pocos años conseguiría un trabajo en el Estado Mayor, en la ciudad, representando a su querida milicia. Pero lo conocía bien, él no era de oficinas, de la vida cosmopolita de la ciudad, ni tampoco era mucho de vivir en comunidad.
Y veía muy claramente dentro de su esposo el fuego de su vocación militar, que era lo que había hecho toda su vida. Esa intensa misión innata y muy personal de servir, de liderar, de proteger a sus tropas y a todos los demás. Esa determinación, cuando se tiene muy claro qué es lo que uno debe hacer, es una fuerza imparable. Ella lo podía comprender y lo apoyaba, porque en eso eran muy parecidos, en lo que se refiere a sus planes y propósitos personales. Todo eso estaba primero, el trabajo y el deber. Por lo que estaban obligados, así de feo como sonaba, a simplemente acomodarse, a aceptar la realidad lo mejor que podían. A aceptar la distancia, el verse poco, a las interminables temporadas de obligada castidad. Y el amor, lamentablemente, debería esperar, un poco más. Por eso aprovechaban cada momento juntos lo mejor que podían.
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La Última Guerra en la Tierra
Ciencia FicciónEn el año 2071, los pocos miles de sobrevivientes de la Tercera y Cuarta Guerra Mundial que escaparon del apocalipsis, la radiación y el contagio, hallaron refugio y recursos en la selva montañosa de los Andes orientales, donde lograron desarrollar...