Capítulo 18: El padre de Peter

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«Siete años atrás»

La espesa nieve descendía con lentitud sobre el pasto. Habían habido terribles nevadas durante toda la semana y hoy no era la excepción.
El día era perfecto para quedarse en casa a beber cosas calientes, ver televisión o simplemente disfrutar el hecho de que no había escuela ni trabajo por las calles cerradas... Sin embargo, a Lana y Peter no les gustaba quedarse en su casa, a ambos por la misma razón; su padre. Lana decía que su abuelo estaba en su despacho todo el tiempo y casi no le prestaba atención, ahora que no está su papá el lugar se siente solitario. Peter era todo lo contrario, él no quería estar en su casa por que John lo trataba muy mal cuando su mamá se encontraba en el trabajo.

Los niños corrían alegres por el parque, con la nieve crujiendo bajo sus botas. Ya habían realizado todas las actividades posibles en un día como este: muñecos con una zanahoria, bufanda o sombreros de copa, -aunque no se parecían en absoluto a los que veían en las películas-
Ángeles de nieve, y hasta una guerra, donde sus fuertes eran las casitas con toboganes.

El niño se agachó a recoger ramas rotas y les sacudió la nieve con el dorso de la mano, mientras Lana abría la pequeña mochila con sus cosas.

Caminaron hasta la casa del intendente. Era una especie de cabaña donde las personas que daban mantenimiento al parque guardaban sus cosas como: escobas, mangueras, fertilizantes... Lo curiosos era que casi nadie venia en invierno, y tenía todo para resguardarse del frío.
Ellos encontraron ese lugar un día que estaba jugando al escondite, ya que no lo utilizaban, decidieron hacerlo su guarida secreta.

- ¿Segura que esta abierta?- preguntó el ojiavellana, inspeccionando al rededor para vigilar si alguien venia.- No me parece abierta.

- Calla- siseó la niña. Se descolgó la mochila de los hombros, metió un brazo por el vidrio roto -con lentitud para no cortarse- y abrió la cerradura.

Peter empujó la puerta con cuidado para dejar pasar a su amiga primero, sin soltar las ramas.
Lana abrió el cierre de su mochila, vaciando el contenido por el suelo, trajo consigo una manta para sentarse. Un par de sándwiches envueltos en aluminio que les había preparado Daniela antes de que se fueran.
Marcadores con olor a frutas, y el paquete de cerillos para encender la chimenea.

Colocó uno por el lado rugoso de la caja, pero Peter se los arrebató antes de siquiera lo restregara.

- ¡Deja, vas a quemarte!- la reprendió.

La chimenea ya tenía leña, Lana le agregó las ramitas que su amigo había recolectado, unos cuantos papeles.
Peter arrojó dos cerillos, le echaron un poco de aire hasta que por fin se prendió. Ambos se sentaron debajo de la manta, y frente al calor comenzaron el juego.

- "La ruleta de secretos"-susurró la niña haciéndose la misteriosa-¿Recuerdas las reglas? El dado que...

- ¡Si! Lo hemos jugado muchas veces ¿quieres empezar?- Sonaba fastidiado, no solía hablarle así.

Lana se encogió de hombros y empezó a sacar los papelitos. Cada uno agarró un marcador para escribir algo que no se atrevían a decir. Sin darse cuenta, fortalecían la comunicación. La ultima vez, Peter se enteró de que Theo -un primo de Lana- le arrojó una soda su amiga delante de otras personas. Y Peter lo arrojó a él por las escaleras.

Cuando terminaron de escribir, el rubio lanzó los dados.

- Ocho- dijo con una media sonrisa, pues estaba acostumbrado a ganar.

- Doce- comentó Lana con presunción al finalizar su turno.- Entonces yo quemo mi secreto -arrojó su papel arrugado al fuego y rápidamente se convirtió en cenizas- Y tú me cuentas el tuyo.

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora