Capítulo cincuenta y ocho: Catalina Barton

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Me puse rígida. La garganta se me cerró, el aire se había escapado de mis pulmones dejándome sin aliento.
El sujeto me acercó a su pecho y hizo girar mi cuerpo en aire como un recuento de telenovela entre dos amantes.
Mi cabello azotó su rostro como una bandera, sin embargo, eso no lo detuvo para darme una última vuelta y depositarme suavemente sobre la alfombra.
Sentí un cosquilleo en el estómago cuando se dispuso a cubrirme la frente de besos cálidos e incómodos. Yo apoyaba las manos en su pecho buscando que decir: No me toques. ¿Quién carajos eres? Maldito trastornado.
Nada. No salía ni nada de mi boca que no fueran un par de balbuceos confusos hasta para mí.
No sé que me hizo reaccionar; el calor sofocante de torso, lo cerca que se encontraban nuestras narices una de la otra, sus manos callosas sujetando firmemente mi cintura o el hecho de creer oír pasos detrás de nosotros.
El primer impulso hubiera sido cruzarle la cara de un bofetón pero no había necesidad de ser violenta, el muchacho no se está sobrepasando conmigo solo se confundió. Eso espero.

- Yo lo sabía, siempre lo supe. -murmuró, enterrando el rostro en mi cuello, llamándome por todo tipo de elogios mientras un ligero temblor recorría sus brazos.- Mi Catalina.

Ahí estaba otra vez, no fue mi imaginación, él me llamó "Catalina" pero no podía ser la misma persona en la que yo pensaba, no debía.
La boca se me secó, las manos me sudaban, quedé expectante sin saber que decir, por suerte pude actuar; lo empujé hacia a un lado.

- N-n-no -repetí, poniendo la mejor cara de seriedad. Moviéndome lejos de él a una velocidad impresionante.
No me percaté de lo cálido de su piel hasta que el aire se filtró por la tela del vestido haciéndome estremecer.

Ya que se encontraba a una distancia prudente pude verlo mejor: tenía una complexión corpulenta, similar al cuerpo de un jugador de futbol americano, con anchos hombros y pecho musculoso.
Sus cabellos oscuros estaban cortados casi a rape, de manera que las cejas pobladas se veían intensas, le abarcaban gran parte de la frente.
Y los ojos joviales que me observaban con tanta emoción fueron apagándose, de la misma manera que una vela en una suave ventisca de verano por la noche, el brillante aceituna de su mirada quedó sumido en la oscuridad.
El color abandonó su rostro, dejándole una palidez desfavorable.
Se formó un silencio cargado de tensión entre nosotros, yo permanecí inmóvil, petrificada, sin atreverme a correr en la dirección opuesta como se me había ocurrido.
Iba a retroceder unos pasos con lentitud cuando lo oí preguntar:

- ¿Quién eres?- Tragó saliva, dos veces, del modo que lo haces cuando hay un nudo en tu garganta que no te deja seguir.

- Lana Harrison- dije de inmediato, y la mueca que se formó en el rostro del tipo fue tan drástica que parecía que en verdad le hubiera dado ese bofetón en el que estuve tentada. Sus cejas se arquearon, la mandíbula se le desencajó e hizo ese gesto curioso de los ojos desorbitados.

Acortó la distancia entre nosotros, envolviendo sus dedos alrededor de mis muñecas con tanta fuerza que temí por ellas. ¿Por qué siempre elegían los brazos? ¿Qué no hay otras partes del cuerpo para jalonear e intimidar...? Sacudí la cabeza como si pudiera desvanecer esos absurdos pensamientos, cadaver vez que hay una situación difícil me vienen las preguntas más extrañas, es algo parecido a ese tic que hace hablar cosas incoherentes a la gente cuando se muestra nerviosa.

La boca se me secó y el cuerpo se sacudía como si me acabaran de arrojar agua helada. Definitivamente esta no era la reacción que esperaba de él.

- Tú no eres ella -susurró, su aliento con olor a cítricos me golpeó la cara.- Eres su hija ¿No es verdad? La esposa de Demian es tu madre. Catalina.

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