Capítulo cincuenta y siete: Ceremonia del Consejo

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«Sobre peso, llena de acné, frenillos. Sobre peso, llena de acné, frenillos. Sobre peso, llena de acné, frenillos. Sobre peso, llena de acné, frenillos...»

Así es como mi abuelo había descrito a Irina Shepard en su juventud, y esa era la manera que trataba de imaginármela para que no me atacaran los nervios. Aunque era muy difícil, su esbelta figura montada en esos tacones rojos me lo complicaban.
Ella nos conducía a través de un largo pasillo, murmurando indicaciones en un tono jovial muy distinto al ese dialecto hostil al que estábamos acostumbrados. Cualquiera atribuiría la repentina felicidad de Irina se debía a que se ha completado el círculo de las joyas, sin embargo, yo creo que se trataba de alguna persona. Solo era cuestión de ser observadora; la actitud soñadora, el cabello alborotado, su constante rubor desde el cuello a las mejillas, sus finas ropas arrugadas. Y la cereza del pastel; los labios.
Esas delgadas tiras blanquecinas sin mucha forma ahora se notaban tan hincadas que casi abarcaban la mitad de su rostro.
No pretendo sonar egoísta, pero el hecho de la cuarentona tenga más "acción" que yo me hace sentir mal.
Luego de lo que ocurrió no creí tener otra razón para sentirme miserable, y aquí venia Irina a restregarme su felicidad en la cara ¡que le den! Que se jodan todas, incluso yo por hacerme la mártir.
"No es tan grave como para que una botella de vodka no lo borre" recordé a Waldo, quien solía decirlo luego de su sexta copa cuando le contaba mis problemas.

El Templo de los Secretos continuaba sorprendiéndome: las puertas detrás de tapices, bajo las alfombras, los pasadizos interminables... La edificación parecía no tener fin, y eso que sólo por nos trasladamos al ala norte.
Múltiples veces me imaginé a mi misma lanzando un par de maldiciones al preguntar por qué no nos teletransportamos pero creí que si tuviéramos esa opción Irina ya lo habría hecho en lugar de andar paseando sus chupetones por todo el recinto.
Si, conocía bien esas marcas, por mucho que me costara admitirlo Jeremy y yo hacíamos más que solo besarnos detrás de los salones. No pude evitar esbozar una mueca divertida mientras el color me teñía la piel.
Recuerdo que en ocaciones disfrutaba quitarle el aliento y luego soltarle un bofetón por pasarse de listo, era tan gracioso ver su rostro caliente-desconcertado.

- ¿De qué chiste me perdí? -preguntó al ver la sonrisa que trataba de disimular.

Volví a colocar la actitud huraña, así no tendría que hablarle.

Alec iba detrás, durante todo el trayecto me las había arreglado para que no me alcanzara, no obstante, en estos momentos sentía su respiración en mi nuca. Desde aquí podía oler el tabaco impregnado en su ropa, la fresca hierbabuena en su dulce y esos toques de colonia.

Sus firmes dedos me daban golpecitos en el hombro, siseando, pero me las arreglé para ignorarlo deliberadamente, sin hacer contacto visual ya que estaría perdida.
Él soltó una risa seca a mis espaldas, acercándose aun más con la intención de que nadie lo escuchara

- ¿Me vas a decir cuál es tu problema? -su aliento me hizo cosquillas en el cuello- Me empujas, me miras como si hubiera asesinado a alguien, vas manoseas a Peter, y ahora me evitas igual que si tuviera ebola.

- No se ¿la tienes? Estuviste toda la noche con Wanda. -solté, dando zancadas rápidas, esperando que eso no se hubiera oído igual a una novia enfermiza.

- Ah, esto es por tu prima.-dijo, dándome alcance tan pronto que no tuve ni tiempo de tomar aire.

- Esto es porque mientras tú disfrutabas la velada allá arriba, nosotros nos llevamos la peor parte creando la distracción ¿tienes idea de lo horrible que fue? Nos dejaron sin aire, Alec. Un estúpido elemental se puso a jugar con mis pulmones. ¿No crees que pudiste bajar a avisarnos que Nathan no nos iba a hacer nada? ¡No! -me respondí a mi misma, torciendo los labios- en lugar de esto te quedaste a "socializar".

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora