Capítulo sesenta y tres: Yo nunca nunca

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Bajamos cuidadosamente del coche, tratando de no resbalar con el suelo cubierto de fango y moho. A decir verdad, al jardín de Camelia le sentaba mejor el invierno que esta primavera lluviosa. Su fuente estaba descuidada, sucia y seguía rota desde esa vez que Alec la usó para mojarme.
El pasto crecía de manera irregular, cubría las pantorrillas de Peter y a mí hasta a la rodilla. La humedad se filtraba por mis medias, el frío me calaba los huesos de manera que mis movimientos eran lentos e inseguros.
Antes de llegar al umbral teníamos la piel enrojecida, en especial la nariz, respirar dolía. Nos deshicimos del calzado lleno de lodo; los sacos empapados, quedando solo en esa delgada camisa de vestir blanca con corbata.
Peter llamó a la puerta varías veces sin obtener respuesta. En el séptimo timbrado se me agotó la paciencia.

- No abren -los dientes castañeteaban- ¿Por qué no abren?

Un relámpago iluminó el cielo, la tormenta se había apaciguado dejando una ligera llovizna pero el frío era brutal.

- ¿Oyes eso? -pegó la oreja al cancel.

- No oigo...

- Cállate -me silenció con un ademán, entrecerrando los ojos mientras inclinaba la cabeza- Es música.

Dejé escapar un grito de consternación, pegando el dedo al timbre una y otra vez hasta que se entumió.

Él se balanceó sobre sus talones dudoso.

- Hoy toca entrenamiento, dudo que lo hayan cancelado porque ya tienen al ónix.-su ojos avellana se dirigieron de inmediato a la cochera, allí se encontraban el auto rojo de Alec y la fea camioneta de Sarah.- Están aquí, tal vez estén ocupados ¿Quieres regresar?

- No condujimos casi dos horas hasta acá para ser botados.

- ¿Condujimos, Lana?

Resoplé, mirando las gruesas capas de pintura seca debajo de las uñas. Escondí la mano buena entre los pliegues de mi falda.

- Tú entiendes el punto, no habré desperdiciado mi tarde por su música alta solo debemos tocar más fuerte ¿no? Max ya debe estar adentro.

- Aja -Peter se mordió el interior de la mejilla, tratando de ocultar una sonrisa sarcástica- Y Alec también.

Enrojecí, y no tenía nada que ver con la temperatura baja.

- No es eso, necesito arreglar mi brazo -toqué el yeso, maldiciéndome al instante por el abrumador dolor.

- Claro - aflojó su corbata- ¿Sabes, Lana? Deberías dejarlo por la paz, él no es tu estilo. Podría presentarte a un amable mesero de aspecto asexual... ¡Lucas! El delgaducho que trabaja el April, también le gusta dibujar -su sonrisa se desvaneció- aunque son personajes de caricaturas japonesas; varones desnudos para ser exactos - se aclaró la garganta, intentando quitarle incomodad al momento.- ¿Y qué hay de Blas? El que solía quemar hormigas con lupas. Te gustaba.

- Lockwood -dije sería - teníamos siete años, ni si quiera sé dónde está ahora. Me estás sugiriendo cristianos y tímidos ¿Por qué no alguien del equipo de Hockey? -jugué, sabiendo lo que me esperaba.

- ¿Por qué no mejor un convento? -gruñó, cruzándose de brazos- Todos esos son imbéciles inmaduros buscando compañía de una noche. Además, no quiero perder amistad con ninguno -aseguró, llamando al timbre una vez más.- Lucas no sería tan malo, él es igual que un lindo cachorro callejero -pareció meditarlo- hay que bañarlo, alimentarlo y quizá un par de vacunas.

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora