Capítulo Cincuenta y uno: Los locos años 20

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- No creí que la engreída tuviera trapitos tan finos- dijo Sarah, se veía ridículamente linda con un vestido de corte recto con flecos, y un par de tacones bajos. 

Se había cargado con los accesorios; un largo collar de perlas; guantes color crema hasta los codos; y un sombrero cloché que combinaba con su piel bronceada.
Además, debía traer por lo menos un kilo de maquillaje.
Sus ojos marrones resaltaban con las espesas pestañas postizas, y el color de labios rosa pálido. Parecía sacada de la televisión.

- Toda la ropa tiene etiquetas -señaló Peter, dándole un gran sorbo a su Coca-Cola.- La pobre mujer acaba de ir de compras, será lamentable cuando llegue y vea que un par de adolescentes están rellenado sus sostenes con...

Sarah le dio en la cabeza con el mango del cepillo, Peter soltó una exclamación de dolor seguido de una palabrota.- El papel es para darle forma, idiota. Esta tela esconde mi figura.

- Échale la culpa a la tela ¡Auch!- Volvió a sobarse la parte posterior de la cabeza fulminando a la castaña.

Me dejé caer en la cama encima de la pila de ropa, no entendía nada
de como combinar estas cosas, todas las telas eran coloridas y brillantes; con tejidos y estampados tan elaborados que parecían hechos a mano.
Levanté una falda verde oliva de volantes, una blusa violeta con piedras, y las alcé en el aire para ver si eran su agrado. Cada vez que tomaba un conjunto Sarah y Peter me desaniman con sus comentarios sarcásticos. Alec estaba buscando trajes en el ropero de abajo, aunque tampoco su opinión me hubiera convencido.

- ¿Qué tal esto?- dije -por octava ocasión- Agitando las prendas en el aire como si fuera la bandera de la paz.

- ¡Eso es!- Peter me miró muy serio- Si quieres parecer La Sirenita, claro.

- Lana, son Los locos años 20 y ese modelito no tiene nada de loco.- Intervino Sarah, lanzándome un escandaloso vestido blanco con lentejuelas y una peluca negra.

Voltee los ojos, y recogí la prenda en el aire para ir a probármela como todas las otras.

- Iré al baño, si esto no me convence me pondré un suéter- farfullé, pasando entre los montones de ropa.- Un suéter tan feo que cada vez que la gente pase junto a mí tenga que apartar la vista. Queda bajo su conciencia - añadí, llevando conmigo una botella de refresco que descansaba sobre el tocador. Gracias al cielo ya se habían inventado.

Los oí cuchichear cuando cerré la puerta. Me quité el uniforme de la escuela, luego lo doblé con cuidado sobre el lavabo.
El vestido estaba echo con una tela sedosa que parecía pijama, fue muy sencillo de poner a comparación de los otros que he usado con cientos de capas de tul y esos malditos corsés que perforan mis órganos.

Miré mi reflejo. No me sentaba mal, además, sino escogía algo íbamos a quedarnos aquí todo el día.

Recogí mis ondas con una pinza para que mi cabello pareciera mas corto, no quería usar una peluca, me desagradan porque pican y me aplastan las cienes. Pero mi dolor de cienes no se compara nada con el dolor de oído que tendré al llegar. Estoy segura de que el abuelo gastará cada gota de saliva en su boca para gritarme lo irresponsable, tonta he impulsiva que fui al venir sin permiso del consejo... ¿¡Que pienso!? Al venir sin su permiso, lo mas probable es que se desespere y luego busque a Camelia -tragándose su orgullo ya que no se llevan bien- Una vez que vuelva al presente no podré asomar la nariz por la ventana.

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora