Capítulo sesenta: Hogar no tan dulce

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- ¡Dios, mío! -balbuceó Daniela, dejando caer un plato en el fregadero. Sus diminutos ojos castaños recorrían a Wanda como si le acabara de crecer un tercer brazo en la cintura. Las manos envueltas en guantes de goma rosa temblaron, salpicando de agua y espuma el suelo. - ¿Wanda?

La aludida hizo un triste intento de sonreírle, era una tensa mueca que le deformaba el rostro.

- Si, regresa a vivir con nosotros.- masculló el abuelo, aflojándose la corbata mientras deletreaba de forma silenciosa un "luego te cuento" a la pobre Dani quien estaba atónita.
Sin dirigirnos otra palabra, subió las escaleras de grandes zancadas. Tras oír el portazo de su habitación supe que el muy bastardo me había abandonado con ella ¿Qué diablos pensaba que haríamos? ¿Trenzarnos el cabello y comentar nuestros sentimientos?
Agarré un tazón con fruta que estaba sobre la barra, luego regresé a donde Wanda se encontraba sentada y le arrojé una manzana al regazo empleando más fuerza de la necesaria. Ella parpadeó sorprendida, pasando de la fruta en sus piernas a mí.

- Ya sabes dónde están los cuartos de huéspedes, te tocará desempolvarlo porque Daniela tiene que ir a casa- cité con la frialdad de un robot.- Si tienes hambre puedes calentar algo estoy segura que no saltaste tan atrás para olvidar los microondas... Hay sábanas y pijamas limpias en el ropero no vengas a mi habitación- recalqué lo último con una ligera advertencia .- ¡Hogar dulce hogar, prima!

Le di un mordisco a la manzana, girándome sobre los talones en la misma dirección que desapareció el abuelo.
Una energía nerviosa me sacudió el cuerpo; tratarla igual a un trapo levantaba el ánimo pero no pude evitar sentirme culpable. La incomodidad me picaba de manera constante. Tuve la tentación de echar una ojeada por encima del hombro aunque sabía que si estaba mirándome se sentiría peor.
Quería dejárselo claro; las cosas no eran como antes, debería saber que ahora no era parte de nuestra familia sino una invitada ¡maldita sea! Solo necesitaba saber si asumió las consecuencias de lo que hizo, el abuelo le quería poner las cosas fáciles tratándola igual a pesar de habernos dejado. Tuvo sus aventuras junto a su madre, brujos desquiciados... Y ya que se hartó vuelve esperando las cosas como las dejó, pues a mí no me agrada.

Los escalones restantes los subí de dos en dos, aspirando el familiar olor a pino del detergente para los muebles.
Las lámparas del pasillo se hallaban encendidas así que no eché a correr como si me persiguieran criaturas cuya única debilidad fuera la iluminación. Aunque preferiría una criatura tenebrosa a la persona que esperaba afuera del cuarto.
Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Vislumbré a lo lejos una figura medió encorvada que comenzó a moverse lentamente hasta que el foco del techo la alcanzó, sofoqué un grito; era el abuelo.

Me miró como si no diera crédito a sus ojos, lanzando una risa grave y sarcástica.

- ¿Te asusté?

Desvié la mirada a otro lugar, dejando escapar el aire que estaba conteniendo.

- Haz hecho cosas peores para asustarme - le recriminé, dándole otra mordida a la manzana verde. El ácido líquido se escurría por mi barbilla, lo limpié con la manga del vestido.- ¿Supongo que no estás aquí para leerme un cuento?

Frunció los labios, rascándose una barba de días, seguro se afeitaría antes de dormir.

- No.

- Entonces quieres algo. ¿Crees poder apresurarte? Tengo sueño y mañana hay clases?

- Dejavú -susurró, torciendo un gesto misterioso- Tu padre me dijo las mismas palabras en una ocasión.

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora