Capítulo 8: No tiene sentido

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Aparecí en la misma habitación que me fui. Estaba apunto de irme de narices contra el suelo cuando de repente sentí que unas firmes manos me rodeaban. La sensación me resulto tan familiar y nostálgica, aquellas eran las manos que me cargaron al nacer, las manos que sostenían las mías en mis primeros pasos, las mismas que agarraban mi bicicleta para no irme de lado, las manos que trenzaban mi cabello todos los días antes de irme a la escuela... Era mi abuelo, y como siempre estaba sosteniéndome antes de caer.

- Princesa - susurró su tierno apodo hacia mí con la voz teñida de pánico - ¿estas bien?

No respondí, aún estaba aturdida por el brusco cambio de temperatura y toda la información que había recibido. Pasé la lengua por mi labio inferior y sentí como si hubiera lamido una roca, una sucia y áspera roca. Mis labios estaban secos y agrietados, tan partidos que temí que en un momento se despegarán. Escuchaba muy lejos las palabras, como si vinieran desde adentro de un profundo pozo al cual pegue mi oreja y agudice el oído. Mi abuelo tomó una pulcra manta que estaba cuidadosamente doblada en la repisa y me la pasó por los hombros, aquel contacto con la tela hizo que se me relajara el cuerpo.

- Esta bien, Erick. - dijo Camelia respondiendo por mí-no exageres, sólo le hace falta un poco de entrenamiento.

- ¿Entrenamiento?- gruñó mi abuelo con los ojos saliendo de sus órbitas y la cara roja- estas enferma si crees que voy a dejar que Lana forme parte de esto.

Camelia puso los ojos en blanco y dio un paso adelante.

- ¿Entonces que vas a hacer, súper papá?-dijo con ironía -¿dejarla que salte a lugares al azar?  ¿Esperar a que caiga en un incendio o en una plaga?

La forma en la que se hablaban, parecía que ya se conocían.

- No, la llevaré conmigo y yo voy a ayudarla- Se pasó una mano por el cabello exaltado. Un escalofrío atravesó mi espina dorsal, si él estaba preocupado significa que debía ser algo grave.

- Eso no va a hacer posible, Erick.-Camelia puso sus brazos como jarras.-Hablé con el director del consejo y me dijeron que se tiene que quedar para la preparación de...

- Por mi parte el consejo puede irse al mismo infierno- mi abuelo hizo énfasis en cada palabra,me sorprendí al verlo tal enojado. Nunca se ha puesto así, al menos no delante mío.

Con todo lo que había tenido en la cabeza no analicé muy bien lo que decían, me percate de que mi abuelo no estaba asustado por verme salir de la nada, hablaba con tal fluidez que parecía que conoce de la conversación. Son demasiadas coincidencias, el sabe algo.

Aferré mis manos al borde de la sabana y di un paso al frente.

- Tú lo sabias - afirmé y mis palabras resonaron por la habitación. Alec y Sarah que estaban muy entretenidos con la discusión se giraron para mirarme, mi abuelo se puso pálido cual hoja de papel y trató de fingir inocencia.

- ¿Qué dices, Lana?- preguntó con cautela.

- Claro- murmuré para mi misma pero me di cuenta de que todos oían.- Debías de saberlo-acusé en tono acido.-por eso fingías demencia cuando te lo contaba.

- Deja de hablar entre dientes. - me reprendió bruscamente. Su cuadrada mandíbula se tensó apretando los dientes tan fuerte que creí poder escuchar como rechinaban.

Levanté la vista del suelo y lo encaré sin intimidarme.

- Me hiciste creer que estaba loca, cuando tu sabias todo lo que me ocurría.-esta vez no tenía nada de que quejarse, había hablado fuerte y claro.- ¿No? - pregunté con cinismo inclinando la cabeza de lado al igual que un pajarito apunto de decidir si comerse un gusano.

Las joyas del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora