|| PRÓLOGO ||

1.4K 86 6
                                    

Las mañanas de febrero son frías; las calles aún se muestran blancas; y el parque de la ciudad luce más hermoso bajo esta época del año.

Gracias a la preciosa vista que este muestra, es que el lugar es comúnmente más visitado. Y no se diga de la comida del restaurante, esta es todo un manjar de dioses, mientras se ingiera caliente. No obstante, la tan armoniosa sensación se termina jodiendo cuando el local y el parque se vuelven un completo lío por la gran cantidad de clientela.

Caminaba a pasos lentos por la banqueta en dirección al restaurante. El viento congelado golpeaba a mi rostro sin misericordia, mientras el aire penetra a mis vías respiratorias de tal manera que manda corrientes de ardor por todas ellas, y a la par de esto; mis orejas comienzan a doler tras haber llegado a un leve estado de entumecimiento, hasta que finalmente, puedo sentir el agradable calor del pequeño establecimiento.

Como todos los días y como beneficio al ser cuidadora del parque, he obtenido un delicioso café del restaurante. Este resultaba ser servicio tan bueno y reconfortante dentro de las invernales temperaturas, que en cierto modo, me hace no odiar mi trabajo.

Mis manos acunaban con recelo la ardiente porcelana del vaso que sostenía, haciéndolas entrar en un primoroso calor. El vapor sobresaliente me hace agua a la boca, incluso más que el ansiado sabor del contenido. Coloqué el vaso entre mis labios; inclinando poco a poco hasta que el líquido llega y toca a mis helados órganos dentales. Terminé acusando a mi lengua como malagradecida luego de que ésta se escaldase bajo el corto roce con la amarga bebida.

Una ligera carcajada a mi lado se escucha de pronto; haciéndome posar los ojos sobre el autor de la misma, encontrándome entonces con mi compañero de trabajo.

—Idiota —llamó, bebiendo de su vaso, para luego mostrar la misma reacción que había tenido anteriormente.

—Idiota —repliqué, mofándome de él.

Sonreí ante nuestro ya usual saludo; y después de obtener un par de panecillos, decidimos dar paso a una amena caminata de rutina por los campos.

El canto de los pájaros nos introducía a los jardines como cada mañana. Nuestras actividades de siempre comenzaban a tomar forma. Volví a colocar el vaso con intensiones de darme una nueva oportunidad y pasó: finalmente, el caliente sabor amargo-dulce de la bebida recorría mi garganta con gusto, con una amigable paciencia y la calidez extendiéndose en el resto de mi cuerpo.

Los balbuceos y claves ajenas que sonaban desde nuestras radios, funcionaban como una clase de armonizador de ambientes, pero eso quedó atrás cuando la atractiva y desesperante voz de nuestro superior, se hizo notar:

—Minho, ____, los necesito en mi oficina, ahora.

Nuestras miradas se toparon con brevedad. Ambos exhibimos un acto de berrinche que terminó por confirmar que compartíamos la misma neurona. Sin embargo, tuvimos que comenzar con nuestro viaje dirección a la oficina del jefe.

Pude sentir una fugaz quietud apenas atravesamos la puerta principal de aquel bloque de oficinas. La ligera brisa helada quedaba en el olvido cuando nuestros pasos nos adentraron cada vez más entre el pasillo. Ambos nos detuvimos en cuanto tuvimos en frente aquella puerta de vidrio templado y marco de madera. Fue mi compañero quien anunció nuestra llegada y tras recibir un pase del otro lado; abrió la misma, dejándome ingresar primero.

Nada más entramos y mis ojos automáticamente se fijaron en la presencia ajena en esa habitación. El chico de cabellos cortos y negros que gozaba de un escultural rostro de Dios griego, se mantenía sentado con una calmosa mueca en su rostro.

Ya entendía completamente porqué Jennie insistía tanto en que le consiguiera un puesto en este lugar, a pesar de que ella es tan tímida que se vuelve incapaz de pedir permiso cuando se le atraviesan en su camino.

MR. SUNSHINE || LEE FELIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora