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Bendición o maldición, esa era la gran cuestión.

Para muchos, el poder comunicarme con los muertos era una bendición. Hacían noción de mi don como un milagro de Dios, e incluso me veían como un ángel que su único propósito en la vida era reconciliar a la muerte de la vida, dar paz a aquellos arrepentidos y obsequiar un tranquilo descanso a aquellas almas inquietas. Mirándolo de esa manera, suena maravilloso, pero la realidad era distinta, principalmente por el hecho de tener que revivir en carne propia las muertes de los espíritus que se acercan a mí.

Mi querida abuela remedió aquello con limpias tormentosas y baños de magia lunar. La abuela y la tía Young-sun hicieron de todo hasta que finalmente dejé de presenciar a los muertos y mis sentidos dejaron de ser increíblemente sensibles. Vivía la vida de una persona normal y pude disfrutar de ello por muchos años, hasta ahora.

Era difícil. Volver a sentir la intensidad de los sentimientos de los que me rodean, tanto de los vivos como de los muertos, me resultaba desagradable. Ni siquiera la madurez de mi mentalidad era suficiente para hacerme entender que era completamente real lo que estaba pasándome. Ahora me estaba pesando más la ausencia de mi abuela y la de la tía Sun, pues sin su ayuda era mayormente probable que vaya a perder la cabeza en cualquier momento...

—¡Hija!, que agradable sorpresa.

Papá me apretujó entre sus brazos, dejándome difícil la tarea de respirar, mas tuvo la decencia de soltarme cuando Seungmin se asomó.

—¡Minnie! —le saludó de la misma manera.

Papá nos hizo entrar a casa. Memorias de nuestra infancia revivieron al ver algunos de los viejos muebles, todavía adornando el salón principal. Hacía mucho, mucho tiempo que no venía aquí. El color crema seguía siendo el que sobresalía en las paredes. Los muebles ya había sido sustituidos y mis pocos diplomas nuevamente estaban adornando una de las paredes.

—Tu madre fue al club de tejido, así que...

—No te preocupes, papá —me apresuré a decir, evitando aquella pared—. Esta bien, sólo quería buscar algo en mi habitación, ¿podemos?

—Oh, claro, pueden hacerlo, pero cuando terminen, coman un pastelillo conmigo.

Seung y yo asentimos y bajo su guía, nos adentramos por el pasillo. Subimos por las escaleras y finalmente llegamos hasta la puerta de mi habitación. Papá abrió la misma con una llave, dejando al descubierto mi antigua habitación. Estaba limpia y parecía que nada había cambiado desde el momento que escapé. Pero debido al fresco aroma del detergente, pudimos saber que la habitación había sido aseada más temprano.

—Estaré en la sala, si me necesitan.

—Gracias, papá.

Seungmin y yo nos adentramos cuando mi padre se fue. Seung cerró la puerta y yo simplemente traté de ignorar el hecho de que todo estaba cuidado y en su sitio, muy diferente del desastre que dejé aquel día. Me dirigí directamente al tocador. Abrí uno de los cajones, descubriendo un joyero de madera. El objeto relucía brillante, acomodado y cuidado como solía mantenerlo todo el tiempo. Levanté la tapa y una pequeña bailarina se alzó, con una pequeño resorte soportado en sus pies. Sin embargo, la muñequita perdió el protagonismo cuando las piedras de mis collares y pulseras lucieron opacas y oscuras.

—¿Esas también?

Seungmin se sentó a mi lado, tomando uno de mis collares entre sus dedos. Se quedó mirando la misma tratando de buscar una misera seña de luminosidad, pero claramente, fue todo un fracaso. Vacié el joyero, tirando todos los objetos sobre el suelo, despejando una por una y revisando minuciosamente las piedras y los cuarzos que se suponían me brindaban seguridad.

MR. SUNSHINE || LEE FELIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora