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Mis ojos ardían aunque parpadeara cada cierto tiempo. Ya había pasado poco más de quince minutos desde que llegó una niña a mirarme fijamente. Le pregunté si podría ayudarle, pero no respondió y simplemente continuó con sus ojos encima mío, sin palabras de por medio, comenzando así con una pelea de miradas en la que por supuesto, yo estaba perdiendo.

—Tus ojos van a salirse.

—¡Aaah!

El murmullo descuidado y cercano a mi oído, me espantó, haciendo que mi grito horrorizado llame la atención de todos los visitantes que pasaban por ahí. Respingué y casi caigo sobre mi trasero, de no ser por el brazo del lindo chico que me ayudó.

—Gracias —agradecí, estabilizando mi posición—. Espera, te dije que te quedaras en la oficina, Felix —regañé. Llevé la mirada nuevamente a la pequeña con la esperanza de ahora sí obtener una respuesta:—. ¿Cielo, en serio no te perdiste? —volví a preguntar por cuarta vez.

Y la niña negó nuevamente.

—Volviste a hacerlo —señaló Felix, divertido.

—¿Qué cosa?

—Ese gesto que haces cuando te quedas sin ideas o algo no sale como quieres, estiras las comisuras de tus labios y se te forman pequeños hoyuelos en las mejillas.

Sentí la punta del índice de Felix en mi cachete, desprendiendo un golpe de calidez en mi cuerpo que disminuyó toda molestia presente. Tomé su mano y la retiré levemente de mi rostro, mostrándole una sonrisa. El crujido de la radio interrumpió mi intento por reprenderlo, así que tuve que soltarlo y prestar atención al aparato ruidoso.

—_____, te necesito, hay una señora mayor aquí en las oficinas, dice que su hija vino a pasear a su nieta y que la dejó por aquí, ¿estás ocupada?

Miré a la niña y en mi interior resonó esa típica melodía divina que suele avisar la aparición de un milagro.

—Creo que he encontrado a la niña, voy para allá, jefe.

Guardé el aparato y me acerqué a la pequeña, bajando mi estatura para poder enfrentarla sin dificultad. Peiné un poquito su flequillo y le sonreí, mostrándome lo más amigable para ella.

—Cielo, ¿Tu mami dijo que esperases aquí?

La niña asintió efusiva y sonrió, mostrándome sus pequeños dientes.

—Bueno, creo que tu abuelita vino por ti, vamos con ella —avisé, tomando su mano.

—¿Me llevas, también?

Detuve mis intentos de empezar a caminar cuando escuché la voz gruesa del joven rubio que nos acompañaba. Di un vistazo rápido por sobre mi hombro, logrando verlo en su curiosa posición con la cabeza ladeada.

—Vamos.

Volví la mirada al frente y comencé a caminar. Rápidamente mi mano suelta fue sujetada por una un poco más grande, volviendo esa sensación cálida en mi cuerpo. Reforcé ambos agarres y nos dirigí pacíficamente hasta las oficinas.

Pude ver desde lo lejos a mi amado jefe en compañía de una mujer mayor, de buen vestir. Ambos hablaban y la mujer se veía un tanto preocupada, con una mano sujetaba su barbilla y la otra soportaba el peso del brazo alzado.

La niña miró a la mujer y comenzó a ponerse impaciente, haciéndome soltarle la mano para adelantarse y llamar la atención de los otros dos adultos. Noté la mirada fría de Bang Chan hacia mi persona, sabiendo perfectamente el porqué.

—Muchas gracias por cuidar a mi niña —agradeció la mayor, dedicándome una reverencia.

—Es mi trabajo.

MR. SUNSHINE || LEE FELIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora