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Me sentía agotada, sudaba a chorros y podía decirse que me estaba quemando sin fuego. Era la primera vez que una fiebre se desataba con este nivel de gravedad agobiante.

Dentro de mi poca consciencia eficaz, podía ver a mi padre cargándome en sus brazos, mientras mi madre era consolada por una mujer de melena enorme y descuidada. Di un vistazo a mi alrededor como curiosidad por los tonos oscuros y vaga iluminación en la habitación, dándome cuenta de que en esta ocasión no iba a estar acompañada de doctores cara larga ni enfermeras corajudas dentro de una asfixiante habitación blanca y de luces increíblemente escandalosas.

Papá me depositó sobre una clase de camilla alta y a los pocos minutos, mi abuela hizo su aparición. Sus enormes ojos castaños me miraron con preocupación y su respiración mermada me golpeaba el rostro. Escuchaba las voces burlándose de mi abuela, de mi madre y de mi padre, las risas eran escalofriantes, eran profundas y parecían provenir de un grupo de maníacos. Luego las sombras se colocaron frente a mí, al costado de la abuela. No tenían rostro, pero su presencia parecía ser demasiado realista. Mi garganta se cerraba por la resequedad que provocaba la fiebre, me estaba quedando sin energías y las ganas de dormir eran terriblemente enormes.

La abuela, en conjunto con la otra mujer, se acercaron a mí y comenzaron a decir palabras extrañas de un idioma que no había escuchado en mi corta vida. Entonces le pidieron a mi papá que me mantuviera inmóvil, mientras ellas hacían menjurjes y relataban esos rezos en voz alta. Mi piel ardía y dolía cuando aquellas sobras querían tomarme. Mis piernas y brazos no respondían y mis ojos estaban pesando cada vez más, ni siquiera las peticiones de mi madre eran suficientes para hacerme querer batallar. Por más que quise intentarlo, terminé fallando y perdí el conocimiento...

Mis ojos se abrieron y mi cuerpo se vio exaltado en conjunto. De pronto mis sentidos aparentaban estar más agudos. Era la misma sensación que tenía a los siete años, cuando el vecindario se enteró de mis "poderes" y comenzaron a pedirme que me comunicara con sus muertos.

—¿Amor, estás bien?

Giré la mirada al costado, notando la presencia de Yeonjun. Aún estaba modorro y tallaba sus ojos, mientras peleaba por sentarse sobre su lugar.

—Estoy bien, sólo fue un pequeño espasmo y no, no fue una pesadilla —aclaré con rapidez.

Yeonjun se vio genuinamente consternado por mi respuesta. Se quedó pensativo por un buen rato hasta que por fin asintió y me tomó la nuca para dejarme un beso.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—Estoy bien, tranquilo... Lamento despertarte.

—No te disculpes —se inclinó hacia a mí, tomándome la mano—. Pediré mi día libre para quedarme contigo, ¿Qué te parece?

—No es necesario, Jun —le sonreí—. Debes ir a ayudar al doctor Frankenstein y asociados.

Su risita me acarició los oídos, dejándome una calmosa sensación en el pecho. Me solté de su agarre y le tomé de las mejillas, sintiendo su piel debajo de las yemas de mis pulgares, luego me aventuré a repasar sus esponjosos labios. La melancolía del tiempo pasado me golpeó ante nuestra cercanía. Mi mente me llevó a recordar esos viejos días en donde Jun me hacía ser la estúpida adolescente enamorada. A esos días donde mi pasatiempo favorito era verlo dormir, mientras delineaba sus labios y le robaba algunos besos. A esa noche oscura donde me robó la inocencia de la manera más cuidadosa y lindamente posible.

El único problema es que ahora mismo mi pecho no vibra con tanta intensidad y una explosión de alivio se expandió por todo mi cuerpo cuando Jun dejó de insistir. En otra realidad, yo habría sido la mujer más feliz ante su propuesta, me habría emocionado y hasta habría planeado todo nuestro día juntos, pero esos pensamientos ya no albergaban más en mi cabeza.

MR. SUNSHINE || LEE FELIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora