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Me ardían los ojos y todo me estaba dando vueltas. Mi vista era nula, desesperando al resto de mis sentidos. Había estado acostada por más de tres horas en una camilla de hospital, sin la posibilidad de mirar a mi alrededor. La cirugía para eliminar a la bacteria había sido todo un éxito. Pero eso no quitaba el hecho de que el proceso se sienta como el infierno. Era espantoso, realmente doloroso y agobiante. Pronto escuché el sonido de la puerta y los pasos delicados contra el azulejo de la habitación. Supe que era la enfermera y el médico por el sutil perfume de la chica que desde un inicio me estuvo acompañando.

—¿Cómo te sientes?

Respingué cuando la voz del hombre se escuchó a mi izquierda. Ambos rieron y la enfermera se encargó de tomarme la mano para tranquilizarme.

—Es normal que estés asustada, pero ya va a pasar —informó con suavidad.

—¿Cuánto tiempo tengo que tener esto?

—Tan sólo un par de minutos más, fue una simple limpieza de globos oculares —explicó.

Se me enchinó la piel de tan sólo escuchar los ruidos de los instrumentos que estaba manipulando. Era desesperante y el pánico cada vez se hacía más fuerte, orillándome a desconfiar de absolutamente todo. Mi mente no podía dejar de divagar sobre las posibilidades de ser asesinada. Me tuve que morder la lengua para no terminar maldiciéndolos.

—Tienes visitas, pero antes de hacerlos pasar, me gustaría darte algunas indicaciones —añadió.

Mis ojos ardieron cuando quise abrirlos. A pesar de mantenerlos ocultos bajo un vendaje, sentía la incomodidad similar a cuando se mira directamente a una luz intensa en medio de la noche. Mis dientes rechinaron y mi nariz se arrugó con fuerza.

—No intentes abrirlos ahora, están algo resecos y sólo aumentarás el dolor, cuando te quitemos la venda, te colocaremos hidratante especial, ¿De acuerdo?

Asentí, sintiendo más ganas de llorar. Las manos frágiles de la enfermera abandonaron las mías y llevó sus dedos a mi cabeza, presionando muy cuidadosamente.

—¿Duele?

—No, no me duele en lo absoluto, ahora el único malestar es la necesidad de querer mirar.

—Espera un poco más, te prometo que todo saldrá bien.

Volví a asentir con resignación. Sus zapatos volvieron a sonar, la puerta se abrió y suspiré cuando esta se cerró. Aproveché de mi soledad para tomarme del cabello y jalar de los mechones con desespero. De haber sabido que esto dolería más que un grano en el culo, definitivamente me habría negado, le habría dicho a Seungmin que solamente era un caso de vista cansada y me habría evitado toda esta situación horrible.

—Es una maldita mierda —lloriqueé.

—Vocabulario, señorita.

—¡Aaaaaaaah!

Mi sangre bajó a mis pies y mi alma se salió de mi cuerpo. La sensación del miedo sobre exaltó a los latidos de mi corazón, casi provocándome un paro cardiaco. La voz de mi madre no había sido tan fuerte, pero tenerla justo a mi lado me mató el poco sentimiento de seguridad. Tuve que respirar entrecortadamente para siquiera poder calmar la naciente ansiedad en mi pecho.

Un peso extra se hundió al costado izquierdo de mi cama, seguidamente unos brazos me rodearon los hombros y me jalaron al tronco de aquel cuerpo. El golpe de sosiego se extendió en todo mi cuerpo, brindándole alivio y ayudándole a estabilizarse. El aroma a cítricos del champú me hizo saber que era alguien de mi casa, pero fue el tierno beso en mi frente el que me confirmó que esa persona se trataba de Felix.

MR. SUNSHINE || LEE FELIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora