Capítulo 18.

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Oliver.

—¡A ver, machito! —le espeto al maldito ese que parece un león enjaulado con la mirada salvaje que me lanza —¡atrévete a arrinconarme y a levantarme la mano a mi si te crees tan hombre!.

El término le queda muy grande. 

Se viene contra mí con su puño levantado, pero lo esquivo y pasa de largo tambaleante lo que me indica que probablemente este tomado pero me vale, no debió tocarla. 

Lo giro de su hombro y le estampo un puñetazo en la cara que lo manda al suelo, con la rabia que tengo no lo dejo levantarse así que lo mantengo allí con patadas como la basura que es. 

Mi pies impacta en su estómago, cara y entrepierna. Mis oídos solo escuchan los jadeos de dolor que emite, pero no paro hasta cansarme. 

Cuando ya me falta el aire me aparto mientras se retuerce en el piso mientras me quito el saco que lanzo al aire y me arremango las mangas. 

—¡Así ya no eres tan hombrecito! ¿verdad?. 

Se arrastra hasta llegar a la pared lateral de la cual se apoya para levantarse y lo hace gesticulando muecas de dolor. 

—No se porque te esfuerzas si de todas formas volverá conmigo —se atreve a reírse mostrándome sus dientes manchados de rojo —¡esa perrita ya tiene dueño, imbécil!. 

Me acerco y en un impulso rápido le quito el aire de un puño en su estómago. Se queda morado intentado exhalar oxígeno, pero vuelvo arremeter con otro golpe y otro más. 

—¡Escúchame muy bien, pedazo de escoria! —le gruño encuellandolo —¡no la vuelves a tocar, si me entero que te le volviste a acercar tu próxima morada será un hospital o si corremos con mucha suerte, un cementerio!.

Amenazo arrastrandolo para sacarlo de la residencia bajo las miradas atónitas de unos vecinos que ven el espectáculo por las ranuras de sus puertas, supongo que oyeron los ruidos pero ahora mismo no me importa. 

Lo echo como el perro que es a la calle y me devuelvo. 

—¡Te vas a arrepentir! —ladra impactando en el suelo.

—¡El que se va a arrepentir si la vuelve a molestar eres tú! 

El maldito se levanta y se va tambaleándose, ingreso otra vez a la residencia, tomo los sacos que traía y toco la puerta del piso de Liz. Me abre su amiga en una posición de pelea. 

—¿Cómo está? —inquiero tratando de calmarme porque el pecho aún me sube y baja. 

—Eres tú, pasa —me permite la entrada  bajando la guardia y la veo allí hecha un mar de lágrimas en el sillón de su pequeña sala. 

La imagen me hace sentir como si me hubieran golpeado a mi con el azote en el estómago.

¿Es que como se atrevió el excremento humano ese a maltratar los mejores labios que he probado?.

Liz agacha su rostro avergonzada y me dan ganas de ir por el infeliz otra vez. 

Su amiga aprovecha mi estado para limpiarme mis nudillos que se me han manchado de sangre con un trapo húmedo que no se en que momento trajo pero talla con eso hasta que no queda rastro. 

—No me quiero imaginar como quedó, gracias —susurra —al ser foráneas no tenemos a nadie quien nos defiendan, solo nosotras...

Me acerco lentamente y dejo las prendas en el mueble. 

—¿Porque te devolviste? —pregunta Liz sorbiendo por su nariz. 

—Alguien dejó su saco —le respondo señalandolo —pude entregártelo después, pero era un excusa perfecta para verte otravez y quizás para otro beso… 

Le acaricio su mejilla y logro sacarle un sonrisa. 

—Lo dejé a propósito para que me buscaras mañana —Confiesa y abro la boca con sorpresa —pero no esperaba que vinieras tan pronto. 

—Me alegra haberlo hecho, no te volverá a molestar… 

Le aseguro y espero que de verdad cumpla porque yo si estoy dispuesto a cumplir mi amenaza. 

—Los dejaría solos, pero entenderás que después de lo que pasó ahora mismo no confío en ningún hombre —comenta Estela. 

Le asiento dándole a entender que no tengo problemas con eso, al contrario, me alegra que tenga quien la acompañe y la proteja. 

—Yo solo quería asegurarme que estaba bien —la reparo entera y me percato de que sus dedos le quedaron marcados en sus brazos. 

La sangre me hierve solo de pensar que hubiera he hecho sino llego justo en el momento en que ella mencionó que le pegó temblando en la esquina de su pasillo. 

—¿Ha sucedido antes? —inquiero con el mayor tacto posible. 

Niega avergonzada. 

La atraigo a mi pecho cuando sus ojos se vuelve a humedecer con lágrimas. 

—Se volvió loco y tengo miedo —solloza y odio esto. 

—No se te volverá acercar —le repito —y si lo hace… Me avisan, porfavor. 

Ella se separa para limpiarse el rostro. 

—No están solas… —dejo un beso en su coronilla y me levanto del sillón. 

—Gracias —me responde Estela —creo que debería descansar. 

Nuevamente le asiento y viene por Liz quien le da su mano para ir a su cuarto. 

—Descansa, Elfa —acuno su rostro en mis manos y le doy un beso en la mejilla.

—Siento que hayas tenido que presenciar esto y verme así... —se vuelve a avergonzar.

—Y yo que te hayan tocado —le digo todavía sostiendo su cara, pero ella termina aferrada a mi torso.

Su amiga la aparta con sutileza y es mi señal para irme.

—Tienen mi número, si llega a regresar me avisas —le pido en el oído a su amiga y solo me responde con un leve asentimiento.



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