Capítulo 36

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Liz 

Tres semanas después. 

Mis padres y mi hermana me han consentido durante mi estadía en casa  en la que he leído libros y revistas viejas, en cyber café qué queda cerca de casa.

Aveces me entra la nostalgia y releo los mensajes de mi novio.

>Te extraño, Elfa.

Y yo a ti, amor <

Le respondí adjuntando una foto mía en ropa interior que me tomé al salir del baño.

>Carajo, Liz. Ahora por tu culpa mi varita se alzó.

Me rio por la referencia.

¿Varita? <

Me hago la inocente.

>Si, una que tu conoces muy bien.

Me responde y seguido recibo un mensaje de un retrato del gran bulto que se dibuja en su entrepierna sobre sus pantalones grises de tela que parecen que se va reventar.

Trago grueso maldiciendo la distancia y la abtiencia en que tengo que estar, el cuerpo ya no me duele y las marcas se han desvanecido bastante rápido.

He ordenado el cuarto que mi hermanita mantenía como una bodega con mis cosas que no me había llevado regadas por todas partes enihar del armario en el que ya tenía bastante espacio.

Es un sábado y Luz me pinta las uñas de las manos con un color vino mientras mi madre cocina mi padre ve el fútbol dominguero. 

Todos los días hablo con Estela que me pasa los deberes y apuntes de clases para no atrasarme mientras mi Oliver me asegura que todo está bien y que pronto podré volver a la empresa. 

Pero hoy no me ha contestado los mensajes teniendo varias horas sin contacto. 

¿Debería preocuparme? 

—¿En que piensas, pesada? —me inquiere mi hermanita cuando me desconecto de nuestra conversación en la que quejaba de sus deberes de la secundaria.

—En Oli, no me ha respondido en todo el día —le comento. 

—Llámalo, seguro allí si contesta. 

—No, quizás esté ocupado con alguno de los proyectos y solo lo voy a interrumpir. 

—Entonces no te estés quejando —le tiro una almohada que le aterriza en su pecho y nos reímos. 

—Basta niñas —nos regaña mi madre —bajen que ya voy a servir el almuerzo.

—La última en llegar lava la losa —Luz sale corriendo y la sigo hasta la escaleras divertida.

Como me hacían falta estos momentos con ella, con mi familia. 

Hacemos crujir los tablones de las escaleras de madera de la casa hasta que llegamos al final y al girar a la entrada paro en seco al ver aquel hombre castaño y aquellas perlas verdes y su sonrisa encantadora que pone a retumbar como loco a mi corazón. 

—Oliver —su nombre sale como un susurro desesperado. 

—Liz… —de su espalda saca una canasta con no se que y un ramo de flores rojas que ignoro echándomele encima para abrazarlo. 

—Yo también te extrañé, elfa —me dice en el oído a la vez que su brazo rodea mi cintura para apretujarme más hacia él. 

Me aparto y le tomo sus mejilla para plantarle un beso que el corresponde con la misma necesidad. 

Entre planosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora