34. Despertar

257 35 1
                                    

La cama del hospital no era tan cómoda como le hubiera gustado, sobre todo cuando llevas innumerables horas acostada sobre ella, pero probablemente fuera mejor que yacer en el suelo entre escombros. Que un meteorito hubiera impactado en Shibuya ya era impresionante, pero haber sobrevivido a él lo era todavía más.

- Así que tu corazón también se detuvo durante un minuto. – comentó Akira, logrando que la chica que permanecía tumbada en la cama de al lado girara el rostro para mirarla. – Lo siento. No he podido evitar escuchar lo que decía el médico.

- ¿Tu corazón también se detuvo? – le preguntó de vuelta.

- Eso parece. – respondió Akira. – Conociendo la cantidad de víctimas que ha habido, es una suerte que lo hayamos conseguido.

- Sí, supongo que somos afortunadas. – reconoció, apenas sonriendo de lado. – Soy Kuina.

- Akira. – se presentó. Y esta vez, ella también giró su rostro para mirarla. – ¿Qué tienes?

- Varias heridas superficiales y otras no tanto. Aun así, nada grave. – le explicó Kuina brevemente. – ¿Y tú?

- Lo peor es una perforación en mi hombro. Por lo demás, puedo apañármelas.

Kuina asintió antes de volver a clavar la vista en el techo. Después de todo, parecía que cualquier cosa era mejor que estar debatiéndose entre la vida y la muerte, como había escuchado que algunos médicos comentaban sobre otros pacientes.

- ¿Te han prohibido levantarte? – le preguntó entonces.

- No lo sé. No he preguntado. – contestó Akira. – Mientras pueda hacerlo, no creo que nadie vaya a venir a detenerme.

- ¿Te importaría acompañarme? – le pidió, lo que hizo que Akira frunciera el ceño levemente. – Mi madre debe estar esperándome. Necesito ir a verla.

Akira relajó la mueca al momento, cambiándola por una suave sonrisa. Parecía conmovedor eso de que alguien viniese a verte al hospital, y dado que nadie iba a visitarla a ella, no le importaba echarle una mano a su compañera de habitación para que se reuniera con su madre.

- Una excursión por el hospital suena tentador.

El paseo empezó muy lentamente, pues aunque ambas pudieran sobrellevar más o menos sus heridas después de que los médicos se hubieran encargado minuciosamente de ellas, tampoco debían forzar más de la cuenta. Así que mientras recorrían los pasillos, se sirvieron de apoyo la una a la otra. Y una vez Kuina consiguió encontrar a su madre en el hall del hospital, se despidieron por el momento. A fin de cuentas, no les quedaría otra que seguir viéndose en la habitación que les habían asignado hasta que les diesen el alta.

El hospital estaba plagado de pacientes que iban de un lado para otro. Akira recorrió los pasillos en silencio, sin llamar mucho la atención, y observó que aunque hubiese varios casos críticos, también había más personas como ella que más o menos podían moverse pese a sus heridas. Estaba por regresar a su dormitorio, aburrida de dar vueltas sin ningún cometido en especial, hasta que cierta persona cerca de una máquina expendedora llamó su atención.

Viendo que a ese chico que parecía poco mayor que ella se le había caído al suelo lo que acababa de comprar, decidió acercarse. Él había intentado agacharse para recogerlo, pero las heridas que debía llevar en el torso apenas le permitían doblarse.

- Espera. Déjame que te ayude. – le dijo Akira momentos antes de llegar a su lado y recoger el paquete de galletas del suelo. Frunció los labios al observar el envoltorio, pero la voz de ese chico le hizo entregárselas sin darle mayor importancia.

Alive & Savage | Niragi SuguruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora