36. El mundo real

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- Son todos una panda de idiotas. – se quejó Niragi sin apartar la vista ni un solo segundo de la gente que parecía divertirse a unos pocos metros de distancia. – Padres, niños y ancianos, todos se apuntan a una insípida visita al hospital. Solo les falta traerse al perro.

Dada la cantidad de gente que había sido ingresada después de lo de Shibuya, una gran cantidad de familiares y amigos se pasaban a diario por el hospital para estar un rato junto a sus seres queridos. Y como habían surgido varias amistades durante esos últimos días, otros tantos pacientes charlaban o jugaban a algo durante unas horas como si los jardines se trataran del patio del recreo.

- Ojalá vinieran con sus mascotas. – suspiró Akira. – Preferiría ver a los perros correr antes que a media docena de niños ruidosos.

No era sencillo tratar con Niragi; era una persona arisca, irónica y parecía encantarle aislarse del resto del mundo. Y aun así, por primera vez, Akira había conseguido que saliera con ella a los jardines durante la tarde. Tal vez porque eso ya fuese suficiente logro, Akira había accedido a que se sentaran en una mesa a la sombra, la más alejada del resto. Era el único sitio donde Niragi parecía sentirse a gusto.

- Te incomoda, ¿verdad?

- ¿A qué te refieres?

- A tus heridas. – contestó Akira, lo que hizo que Niragi tensara al momento la mandíbula. Había dado en el clavo. – Sabes que con media cara vendada es imposible que la gente no te mire, por eso prefieres alejarte y no llamar la atención.

- Pensaba que eras camarera. – contestó Niragi, burlesco. – No psicóloga.

- Tan solo soy perspicaz.

Desde hacía un par de días, los médicos le habían permitido a Niragi deshacerse de la bata del hospital y vestirse con su propia ropa cuando saliera de su habitación. Debería agradecerle a Chishiya que le hubiese dejado un pantalón de chándal extra que le habían traído sus padres porque era mejor que fuera con ropa ancha, pero, en su lugar, prefería picarle diciendo que la diferencia de altura era tal que con sus pantalones tenía que ir enseñando media pierna. Y aunque un tanto exagerada, era la verdad. Luego llevaba la camisa que un médico más joven le había prestado, dado que la del día del accidente no había salido lo suficientemente bien parada como para volver a ponérsela. Era lamentable y vergonzoso que Niragi tuviera que estar mendigando ropa, pero dado que nadie iba a venir a verle y él no podía irse a su casa todavía, no le quedaba otra si quería deshacerse de la bata.

Akira había sido lo suficientemente perspicaz como para notar que no solo la ropa prestada era lo que le incomodaba, sino también sus vendas. Nunca había querido preguntar por el estado o la gravedad de sus quemaduras porque sabía que no era algo de lo que Niragi quisiese hablar, pero ahora que llevaba esa camisa con los primeros botones desabrochados, había descubierto que parte del pecho, del cuello y uno de los brazos también los llevaba vendados en su mayoría.

- Pues te equivocas. – respondió Niragi de todas formas. No iba a reconocer en alto ningún tipo de debilidad, ni aunque fuera solo en compañía de Akira. – Lo único que detesto es esta estúpida redecilla. Me hace parecer un idiota.

- Lo único que quieren los médicos es apartarte el pelo de la cara. No es bueno para las heridas. – puntualizó Akira. – ¿Puedo intentar algo?

- ¿El qué?

- Venga ya, confía en mí.

Niragi receló de todas formas. Confiar en la gente era otro de sus puntos débiles. Pero la forma en que su piel se erizó ante la petición de Akira no era algo normal. De nuevo aparecía esa maldita sensación; ese déjà vu que ya en tantas ocasiones le había golpeado cuando estaba acompañado por esa chica. Y aunque su primer pensamiento, por supuesto, había sido negarse, algo se removía en su interior pidiéndole que accediera.

Alive & Savage | Niragi SuguruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora