7 ¿Solo te importa la venganza?

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Londres, Inglaterra

El anciano respiraba con dificultad. Había tenido neumonía desde hacía una semana y el estado de salud solo empeoraba. No quería terminar en el hospital. Para un cuadripléjico que debía usar pañales la vida daba lo mismo. Respiró profundo; los pulmones le dolían como si alfileres golpearan su espalda.

—Luisa —nombró a su enfermera, y ella se acercó de inmediato.

—Señor Callum.

—Ayúdame a darme la vuelta.

La mujer asintió y le dio una sonrisa de resignación.

—Debe tener paciencia. Cuando terminen de punzar los pulmones, la respiración se normalizará.

—¿Te conté alguna vez que tuve muchas mujeres hermosas como tú?

Luisa sonrió y le acarició el brazo.

—No lo dudo, ya que es muy guapo.

—Morían por mí. Tenía tantas que perdía la cuenta. El sexo casual era tan natural como respirar. —Luisa observó al hombre con un deje de tristeza. Nadie lo visitaba desde hacía meses—. El pasado a veces es lo único que nos queda.

—Concéntrese en el presente y en salir adelante.

—Eso no sucederá, y ambos lo sabemos. Y, por favor, ya deja de mirarme con lástima. Créeme, si me conocieras, la lástima sería en lo último que pensarías.

La enfermera hizo una mueca y le golpeó el hombro con amabilidad.

—Estaré en la habitación contigua. Llámeme si necesita algo. Buenas noches.

—Buenas noches. —Contempló a la mujer, que salía de la habitación y dejaba una luz tenue.

Estaban en el segundo piso. La noche era fría. Una leve brisa movía las cortinas, pero la manta le daba calor. El hombre cerró los ojos y, gracias a los sedantes, se quedó dormido en unos minutos.

Cerca de las tres de la mañana la brisa se hizo más intensa. Los párpados pesados se abrieron despacio y una enorme figura cerca de la ventana al lado de las cortinas violeta se visualizó. Soltó un suspiro; la garganta le escocía.

—Has tardado en venir. No se permiten visitas a esta hora —bromeó, y el intruso dio pasos hacia él. Estaba vestido de negro. Una camisa y un pantalón entallado junto a un saco del mismo color, impecable.

—Seguro que puedes hacer una excepción conmigo. Después de todo, yo siempre fui tu excepción. Me dejaste fuera de todo.

Lo escrutó con asombro. Era increíble. Esbozó una sonrisa cargada de ironía y luego tosió despacio.

—Dios...

—¿Dios? —indagó Jared divertido—. ¿Desde cuándo nombras a Dios, maldito bastardo?

—Yo no soy un bastardo —replicó—, tú lo eres, aunque verte me recuerda a mí a los treinta y cinco años.

—Yo soy más apuesto y mucho más caliente de que lo que tú alguna vez soñaste —ironizó cuando tocó las sábanas.

—De seguro no has venido a hablar de tu activa vida sexual.

—Por supuesto que no. No voy a contarte que le he estado dando a un moreno de dos metros y con una verga de veintidós centímetros. Lo hago saltar sobre mí.

—Eres tan repugnante.

—Lo soy, aunque de seguro no estás enterado de que tu querido hijo Ian también está con un tipo.

—Mentira.

—Para nada, y está muy feliz con él.

—¿A qué has venido, Chadwick? ¿Disfrutas desafiarme?

—Dime una cosa, «papá», ¿qué se siente saber que tus hijos son maricas?

—Ni siquiera te compares con Ian. Él es infinitamente superior a ti.

—¿En serio?

—Mató a tu hijo cuando se lo pedí. Nos deshicimos de la perra de tu novia cuando molestó. Y eso no puedes cambiarlo. Ian es mi hijo, siempre obediente a los mandatos de su padre y su familia.

—Ian no mató a mi hijo.

—Por supuesto que sí. Yo se lo pedí y...

—Lo entregó a una familia para protegerlo de ti. Jamás le hizo daño como tú le pediste.

—No puede ser.

—Te mintió. Hiciste todo lo posible para que nos aborreciéramos, para que él me destruyera, y no lo lograste. Ian no es como tú. Yo no soy como tú. Y el único nieto que tendrás de tu propia sangre es fruto de tu bastardo.

—Basta. Quiero que desaparezcas ahora.

—No, papá, tú lo harás. —Antes de que pudiera gritar, Jared agarró una pastilla, la introdujo en la boca y le presionó la garganta para que se atascara—. Sé que piensas que la consciencia hará su trabajo y me sentiré mal por matar a mi padre. Lamento matar tus ilusiones también, porque eso no ocurrirá.

Ni siquiera necesitaba hacer presión. El tamaño de las pastillas para un hombre al cual le molían la comida para que pasara por su tráquea era demasiado. Los ojos del hombre se pusieron blancos, el rostro tomó una coloración rosada y luego rojiza, y poco a poco el movimiento en la cama cedió. Jared observó cada gesto, siendo testigo de cómo esos ojos negros similares a los suyos se apagaban.

—Mamá te amaba y murió por ti. La madre de Ian te amaba y murió por ti. Mi novia me amaba y murió por ti. Ya basta de destruir la vida de las mujeres. Este es el final que siempre mereciste y que nadie fue capaz de darte. Adiós, señor Callum.

Movió la boca, queriendo decir algo.

Jared se cruzó de brazos y vio cómo la vida se iba de ese cuerpo viejo e inservible.

El silencio volvió a cubrir la noche.

Salió de la habitación tan rápido como entró, bajó por las ventanas al piso y desde allí caminó hacia el deportivo mientras arreglaba su saco. Subió al vehículo y echó un último vistazo a la ventana a través del espejo retrovisor. La primera parte de su plan había resultado exitosa. Para la segunda debía viajar a Ciudad del Cabo.

Ian había quedado atónito. Jared le dio una nueva pitada al cigarrillo y lanzó el humo hacia arriba antes de cruzarse de piernas en la cómoda silla.

—¿Cuál era la segunda parte de tu plan?

—Conquistar al teniente Mohambi.

—Imagino que lo lograste.

—¿Has visto a alguien que se resista a un Callum?

Ian negó.

Nadie superaría en arrogancia a Jared. Jamás.

—¿Por qué me has contado esto?

—Quiero que sepas que, si no encuentro a mi hijo, ese será tu destino, Ian.

—No te tengo miedo, ni a ti ni a nadie, así que, si no tienes nada mejor que hacer que alardear por la muerte de un viejo senil, déjame contarte las pistas que tengo sobre el paradero de tu hijo, ¿o es que solo te importa la venganza?

La mandíbula de Jared se tensionó. Cada músculo de su cuerpo reaccionó a la idea de encontrar a lo único por lo cual se mantuvo vivo durante todos estos años. Le dio una nueva pitada al cigarrillo y afirmó los brazos en la silla.

—Bien, habla. Te escucho.

JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora