26 Déjame hacerte mío

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Azali abrió los ojos después de dormir por un par de horas. Estaba en la cama. Se estiró sobre la sábana. El abatimiento no se iba. Se sentía como el primer día, cuando supo que jamás volvería a ver a su hija. Jared estaba en una cómoda silla; fumaba un cigarrillo y lo observaba con la luz tenue de la lámpara de la mesa de noche.

—Somos un desastre juntos, ¿verdad?

—Creo que contigo soy un desastre menos caótico —dijo Jared mientras le daba una pitada al cigarrillo.

—Eso sería una redundancia.

—No sabía que enseñaba literatura, teniente. ¿Nuevo oficio?

—Imbécil.

—Para ti siempre.

Sus miradas volvieron a encontrarse, como si fuera la primera vez que lo hacían.

—¿Qué pasa, Callum? ¿Te quedaste sin palabras?

—¿Puedes creerlo? Sin duda, los canguros y los koalas deben haberme hecho algo.

—O quizá los chamanes de las montañas escucharon mis ruegos.

—No, se necesita más que brujos y patrañas para que mi lengua deje de moverse.

Había un borde entre gracioso y caliente en el último comentario. Azali apoyó el codo en el colchón y se colocó de costado. Jared le sonrió, dio la última pitada al cigarrillo y lo apagó en el cenicero de cristal en la mesa de arrimé.

—Me gusta tu sentido del humor —confesó—. Fue lo primero que noté y llamó la atención de ti.

—Carajo, y yo que pensé que había sido mi verga.

—Lamento decirte que nunca me fijé en eso, y antes de ti jamás le había mirado el pene a nadie.

—Entonces soy el único hombre que te movió el piso.

—¿Acaso no te habías dado cuenta acaso?

Jared soltó un suspiro.

—Has sufrido tanto, Azali, y yo te he hecho el trabajo mucho más difícil. Lo lamento, y lo digo en serio.

—Lo sé. Eres uno de los hombres más transparentes que he conocido.

—¿Por qué, Aza? ¿Por qué la vida tiene que ser una mierda?

—No lo es.

—Claro. ¿Me vas a decir después de todo lo que has pasado que es una bendición?

—Tuve a Débora entre mis brazos, y ella me dio tres hijos hermosos. Tuve a Mica y disfruté de su cariño, aunque fue por poquito tiempo. He tenido amigos grandiosos, de esos que dan la vida por ti si es necesario. Personas hermosas...

—Mataste a muchos también. ¿En esos no piensas?

—Sé lo que intentas hacer, Jared.

—¿Sí? ¿Qué cosa?

—Ver todo negro. ¿Sigues sin contemplar los grises?

—Eso es una burla inventada por los tibios. Para mí los términos medios no existen. O estás de mi lado o estás en contra, así de sencillo.

—La vida me enseñó que el blanco y el negro no existen, y nadie es tan malo o bueno como a veces pensamos. —Jared sacó un nuevo cigarrillo—. Odio que fumes en la habitación.

—Pues hoy lo soportarás —replicó, y se movió de la silla a la cama, al lado de Azali—. ¿Recuerdas qué te dije cuando te conocí?

—Recuerdo pocas cosas de ese día.

JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora