13 Donovan

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Creo que el sol ha decidido darse un paseíto por la tierra hoy. Apenas siento mi rostro, el cual de seguro tendrá quemaduras que no sanarán en mucho tiempo. Toda el agua que ingiero es insuficiente. Tal vez papá tiene razón; deberíamos vivir en el sótano, que es el único lugar fresco de la casa. Las uvas crecen sin problema con esta temperatura. Me gustaría ser como ellas. A veces me quedo observándolas desde que comienzan a crecer y me imagino una vida así, a la espera de algo maravilloso, a una creación más allá de mi existencia. Mis ojos negros luchan contra el ardiente sol y se aventuran a mirar más allá, al horizonte. Nuestros viñedos son lo único verde en medio de la tierra desolada, de un color entre amarillo, naranja, rojizo. Me recuerda la superficie de Marte, al menos así es como luce en las fotografías. Australia es en gran parte desiertos, no solo uno, sino once. Donde vivo es el mayor. Victoria tiene tanto de belleza como salvajismo. Me siento a las orillas del lugar que me vio nacer, en medio de aquello que al mundo no le gustaría. Me deleito en las formas de cada montaña, que me recuerdan a las formas femeninas; la cintura, las caderas contorneadas... Pienso que Victoria sería una mujer hermosa, una diosa, de esas que te provocan un sentimiento cálido apenas las miras. Mamá dice que a veces pienso locuras, y sí, quizá estoy un poco loco por amar todo esto, pero jamás creí que pertenecería a otro sitio. No hay lugar más hermoso y libre que este.

Me levanto del suelo polvoriento y camino hacia el pozo de agua de donde obtenemos el regadío para la plantación. El agua siempre está fresca. Toca mi piel y me siento renacer. Apenas son las dos de la tarde, y hoy trabajaremos hasta cerca de las ocho. La cosecha nos espera, y con ello un año de trabajo fructífero. La bodega es pequeña. Soy consciente de que no podemos darnos el lujo de improvisar cuando tenemos poco dinero. No obstante, esta vez planeo llevar a papá a la ciudad y así vender cada botella que obtengamos. Nadie se resiste a los vinos que fabrican los Graham. Paso la mano por el rostro, y me duele, así que decido cubrirlo con el pañuelo que tengo debajo de mi amplio sombrero.

—¡Donovan! ¡Ven aquí!

—Ya voy, papá.

Mi padre se afirma en uno de los postes que contienen una hilera de ochenta cepas.

He comenzado a notar cómo su salud se deteriora con los meses. La artritis ha comenzado a jugarle una mala pasada a pesar de que no quiera reconocerlo.

«Fuiste nuestro milagro».

Siempre me lo dice, como si su vida hubiera comenzado el día que yo llegué a su mundo, y no voy a negar que eso me pone feliz, pero a su vez un poco preocupado. Él y mamá dependen de mí. Así es como lo siento.

Corro hacia donde están él y tres trabajadores más junto a mi hermano pequeño, Víctor.

—Hay que tensar esos alambres, vamos.

Lo sigo y me dedico a hacer lo que me pide. La mayor parte de las cosas aquí continúan haciéndose a pulmón. No hay máquinas que nos ayuden en esta tarea. Mis manos callosas envueltas en guantes tiran junto con los trabajadores y podemos lograrlo. Papá se frota las muñecas en cada acción. Podría decirle que vaya y descanse, pero es una tarea inútil. No lo hará, así como tampoco tomará la medicación a tiempo.

La polvareda se levanta a lo lejos. Vuelvo a mirar hacia el horizonte y mi corazón tiembla. ¿Es que no pasará un solo día sin que nos acosen?

—Papá —llamo a mi padre, y este de inmediato camina entre las cepas y llega a mí.

—Ve a casa.

—No.

—Hazme caso.

—No voy a dejarte solo —digo con firmeza.

Mi padre da un suspiro y pone su mano sobre mi hombro.

—Tengo miedo de que te lastimen.

—No soy tan débil como piensas.

JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora