5 ¿Perderás tu vida para salvarlo?

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Ciudad del Cabo, Sudáfrica

Veinticuatro horas después...

—¡Papá! —Los chicos corrieron hacia Azali, y este los recibió con los brazos abiertos cuando Débora le permitió ingresar a su antiguo hogar.

—¿Cómo han estado mis amores?

—¡Ella me golpeó ayer!

—¡Mentira! ¡Tú me llamaste algo feo!

Azali puso los ojos en blanco y continuó abrazado a ellos.

—Ya, no peleen. He venido a verlos, así que pórtense bien. Además, les traje regalos.

La carita de los niños era pura alegría. Azali sintió que su alma se despedazaba. Si partía de este mundo, serían los seres que más lo extrañarían, aunque muchas veces estuvo ausente para ellos.

Débora se acercó y le tocó el brazo. Azali se giró hacia ella mientras levantaba a uno de sus hijos en brazos.

—¿Te quedas a almorzar? Hice pescado.

—Sabes cómo tentarme, ¿verdad?

—Me gusta creer que sí —replicó la mujer con una sonrisa angustiosa.

—Me encantaría.

Fue un almuerzo como no tenían hacía mucho tiempo. Débora reía junto a Azali mientras escuchaba las aventuras de sus hijos. El teniente les había comprado aviones de combate a ambos. Aza los escuchó como nunca. Grabó su voz, sus gestos. Habían crecido, y él se había perdido gran parte de esa etapa. La culpa siempre estuvo, pero quizá hombres como él o Jared no servían para ser padres, para cuidar a otro ser humano con cariño, más allá del deber.

Sari tenía diez años ya y Leoni, ocho. Ambos eran parecidos a Débora. Azali agradeció a Dios por ello. Ella era tan hermosa; sus ojos entre miel y chocolate, su piel dulce y perfumada como la canela. Sari era un excelente estudiante y Leoni era el típico desastre, el cual encuentra orden en el caos. Azali pensó que esa niña era quien más se parecía a él. Le gustaban los deportes, sobre todo la natación y el surf. Aza nunca aprendió a surfear, pero los hermanos de Débora eran excelentes en ello y cultivaron el hábito de amar las olas y el mar en los pequeños.

—Quiero llevarlos a la playa mañana. ¿Puede ser?

—Por supuesto, son tus hijos —contestó la mujer.

Ambos lavaban y secaban los platos, y los niños jugaban videojuegos.

—¿Cómo has estado, Débora?

—Un poco sola —respondió—, pero por lo demás bien.

—Yo siempre te dejaba sola. Eso no debería afectarte —dijo Azali y rio.

—No —replicó con una profunda tristeza—, comencé a sentirme así desde que te fuiste de aquí para siempre.

—Era necesario —contestó Azali mientras le sacaba brillo a la porcelana blanca—. Ninguno de los dos éramos honestos.

—Yo todavía te amo —confesó—. Y sí, la cagué, lo reconozco. No debí acostarme con alguien más, pero había ocasiones que la desesperación me ganaba. No supe cómo terminé en los brazos de otro.

—No te culpo.

—Ojalá lo hicieras.

—¿Qué sentido tendría? Si yo también te lo hice.

—Es diferente.

—¿Por qué?

—Porque tú te enamoraste, maldita sea. —Débora se afirmó a la mesada y lanzó el repasador sobre ella.

JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora