1 Anabelle

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Las personas se casan con la convicción de que esa relación será para siempre. Con el amor asegurándoles que esa persona es la correcta y aunque en algunos casos era así, en otros, el matrimonio se convertía en un recuerdo de lo estúpido que puedes llegar a ser cuando estás enamorado.

*****

Terminé de llenar la maleta con mis últimas pertenencias mientras me repetía una y otra vez que eso era lo mejor. Aunque el dolor que apretaba mi corazón me hacía pensar lo contrario, la decisión estaba tomada y yo nunca daba un paso atrás.

Esas paredes que fueron mi hogar durante casi cinco años habían sido testigos de muchos momentos felices, de muchos logros personales y profesionales, de muchos sueños que alimenté en los últimos años y que sabía no iban a hacerse realidad.

Abrí la puerta de la habitación que hacía unos meses habíamos empezado a decorar para ese bebé que jamás llegó y al hacerlo el dolor en mi pecho aumentó.

Sus paredes de blanco y la cuna que él había comprado seguía allí recordándome lo despiadado que había sido mi aun esposo al darme esperanzas cuando sabía que jamás llenaríamos ese dormitorio.

El sonido de unas llaves me advirtió que había llegado más temprano de lo que esperé así que sequé las lágrimas que habían humedecido mis mejillas y cerré la puerta de la habitación.

Tomé la manija de mi maleta y tiré de ella con la intención de marcharme.

David, ese hombre del que me sentí tan enamorada y que en ese momento solo me producía un dolor horrible en el alma, estaba de pie junto a la mesa del salón.

Aun cuando estaba segura de que yo lucía igual de mal, una parte de mí, esa que seguramente aun lo amaba, se sintió triste al ver sus ojos cuánto estaba sufriendo, pero la otra parte, la que se sentía engañada y burlada, lo odió con más fuerza.

¿Podemos hablar un momento? —preguntó con temor.

No hay nada de qué hablar.

Arrastré mi equipaje y continué hasta la entrada, pero me detuve y dejé el juego de llaves en ese colgante que habíamos comprado en Roma el día que decidimos casarnos.

Annie... por favor escúchame, cariño.

Era increíble la forma en la que las malas acciones convertían hasta las palabras dulces en espinas que atravesaban tu alma para hacerte más daño.

Durante muchos años la forma en la que me llamaba me hizo sentir amada, protegida, pero en ese instante solo me sentía burlada.

No puedes mandar a la mierda nuestro matrimonio de este modo —gritó desesperado.

Furiosa por lo fácil que le resultaba culparme de nuestra separación, giré a mirarlo y le regalé todo mi desprecio.

¿Yo mandé a la mierda nuestro matrimonio? —grité— ¡No puedes ser tan gilipollas, tío!

¡Vale! Vale, es mi culpa —admitió el cretino— es mi error, pero podemos solucionarlo... solo escúchame.

Y aunque no quería hacerlo, me quedé allí, esperando que hablara.

Tenía miedo, cariño —empezó— me asustó la idea de que dejáramos de ser solo tú y yo, sentí que era muy pronto para nosotros, pensé que si en estos años no había pasado era porque Dios así lo quería...

No pude evitar burlarme de sus palabras porque mi aun esposo era todo menos creyente y estaba usando a Dios para restarse culpabilidad.

Yo pensé que con el tiempo desistirías de la idea, pensé que con tanto intento fallido ibas a renunciar a la idea y...

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora